Cuando Darevil se llamaba Dan Defensor. Historia de Ediciones Vértice, de Alfons Moliné

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LIBROS

«Desvela cada colección, cada ejemplar, cada formato. Una delicia para cualquier aficionado»

 

Alfons Moliné
Cuando Daredevil se llamaba Dan Defensor. Historia de Ediciones Vértice
DIÁBOLO EDICIONES, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Para los amantes de los superhéroes, decir Vértice es mojar la magdalena de Proust en el té. La editorial barcelonesa fue la primera que conscientemente explotó el filón de la Marvel en la temprana fecha de 1969. Empezó llamándose Cénit, con novelas de ciencia-ficción, cómics licenciados del mercado británico y colecciones románticas y ye-yés. En el amplio y cuidado material gráfico que aporta la obra hay portadas y páginas con los Beatles.

El agotamiento del material inglés lleva a la empresa —después hablaremos de ella— a intentarlo con el norteamericano. Así, desde abril de ese año 1969 en que se pública el primer número de Los Cuatro Fantásticos, hasta diciembre, en que los kioscos estrenan a Spiderman, se va desgranando la plana mayor del ideario épico estadounidense. Unos diez años largos, porque a principios de los 80 la empresa va languideciendo poco a poco hasta su final. En parte tiene que ver con Bruguera, que le roba todo el material de la Marvel, sin saber qué hacer con él tampoco. Porque Vértice literalmente destrozó las historias: añadía o cortaba viñetas y las traducciones estaban hechas con suprema libertad. Eso sí, el cambio de ilustración en las portadas tiene plena indulgencia: Vértice contaba con un soberbio plantel de dibujantes, a los que en algún caso se entrevista en la obra.

El resto es una ingente cantidad de datos eruditos y anécdotas. Alfons Moliné desvela cada colección, cada ejemplar, cada formato. Y, como decimos, todo ello se adereza con reproducciones a gran tamaño de decenas y decenas de portadas. Una delicia para cualquier aficionado.

Pero este delirio visual se ve acompañado de una trama novelesca. Del director de la editorial, José Torra, apenas se sabe nada, enfoca su trabajo de manera casi amateur. Cuando Bruguera suspende pagos, a cuentagotas va recuperando a sus superhéroes, pero de golpe los licencia Planeta y ha de competir con una naciente Cómics Forum, con todo el dinero de Planeta detrás. Además, José Torra tiene que afrontar graves problemas personales –la muerte de una hija con 19 años— y acaba falleciendo en 1983 sin que apenas se conozcan más datos sobre quién era.

Este cronista tuvo trato con él. De niño solía llamar a la puerta de Vértice con algunos amigos. Nos hacía pasar una secretaria que compartía despacho con el jefe y, al enfrentarnos a este, nuestra santa ingenuidad nos hacía decir: «¿Nos puede dar tebeos, por favor?». Y siempre salíamos con ellos. La razón la entenderán enseguida: las oficinas de Vértice estaban en mi edificio: entresuelo segunda. Incluso tenía acceso directo a la llave de la editorial, con la cual a veces entramos en ella fuera de horas de trabajo. Pero esto es otra historia.

Anterior crítica de libros: El árbol de la lengua, de Lola Pons Rodríguez.

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