Cuando acaba la fiesta, de Javier Montesol & Ramón de España

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LIBROS

«Adopta una estética expresionista, con trazos duros, que tanto puede deberse a la violencia de las calles como al interior de los protagonistas»

 

Javier Montesol & Ramón de España
Cuando acaba la fiesta
Editorial Almuzara, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

A principios de los años ochenta, en una Barcelona que estaba inflada de falsa y efímera modernidad, en dos de las revistas de cómic que eran adalid de esa modernidad –antes de que el nacionalismo sentenciase lo que procedía y lo que no– Ramón de España y Javier Montesol publicaron un par de series narrativas. Se trataba de Bésame Mucho y Cairo, en las que ambos coautores colaboraban como reportero y dibujante respectivamente. Allí aparecieron La noche de siempre y Fin de semana que, de manera autónoma y costumbrista, reflejaban la vida en esos años en las calles y alrededores de la ciudad condal.

En ellas, De España –el guionista– derramaba condescendencia como base del plato y unas gotitas de ilusión y amargura. Eran narraciones corales con chicas que no encuentran su vocación, periodistas culturales que sueñan con escribir la gran novela del siglo, un locutor de rock que está a la que salta y su compañera adicta a la heroína, profesores de instituto, hippies colgados de la era de las comunas, la burguesita que juega a liberada… Una fauna hilarante, pero también triste, que no logra ver cumplidos sus sueños y tampoco sabe buscar otros.

Fue una espléndida fotografía del momento, certera en sus trazos de situaciones y con un dibujo dinámico y funcional, nervioso pero de línea clara y perfectamente ajustados a la desazón con la que se cierra cada uno de los volúmenes. Una desolación que se vuelve herida en el nuevo volumen de la serie.

Han pasado cuarenta años y un par de esos veinteañeros se siguen viendo. En los bares, claro está. Fuera, las Torres Gemelas ya no existen, Lehman Brothers nos hizo pobres y vinieron la pandemia y el procès. Los viejos amigos ya tienen hijos, no tienen esposa y se dedican a engatusar jovencitas que —sorprendentemente— les siguen el juego.

Las técnicas siguen siendo las mismas. Hay banda sonora con canciones de Roxy Music, Madonna o Buddy Holly, hay viñetas con lugares emblemáticos como la tortillería Flash-Flash, la cámara va siguiendo en contrapunto a cada uno de los personajes; pero lo que ha cambiado de manera radical es el dibujo. Montesol adopta una estética expresionista, con trazos duros, que tanto puede deberse a la violencia de las calles como al interior de los protagonistas. Es una cruda forma de grafismo, a veces casi abstracta, que conforme avanza la narración uno siente —tras el rechazo inicial— que era la única posible.

Como en los cómics de los años ochenta, el trazado narrativo provoca adicción, uno quiere saber de David y Víctor, de sus parejas, de las calles que recorren. Que la lectura resulte un tanto amarga o que las filosofías de Víctor sean pretenciosas y forzadas por su autoconmiseración no impide que uno quiera saber, quiera verlos, porque en el fondo, igual que pasaba hace cuarenta años a uno le gustaría tenerlos como amigos.

Anterior crítica de libros: Las 100 mejores películas del rock, de Xavier Valiño.

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