Corriente alterna: La música y el talento merecen respeto

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«Cada vez se escuchan más discos editados por figuras de importancia que suenan a maqueta, a demo, a producto sin finalizar. No hay brillo, son toscos, sin limar»

 

Juanjo Ordás, melómano cuidadoso, también cree que, poco a poco, los discos van perdiendo calidad con la reducción de presupuestos. Y afirma que el talento debe de ser tratado con respeto.

 

 

Una sección de JUANJO ORDÁS.
El otro día Juan Puchades escribía sobre ello. Y yo lo hacía al mismo tiempo sin saber que íbamos a coincidir en temática e ideas. No es telepatía. Es lógica. Dicen que la música no dejará de sonar. Y seguro que no lo hará. Pero mucha de ella dejará de sonar bien. La industria se hunde, el dinero ni entra ni sale y eso acaba influyendo en el producto final, que no es otro que la grabación. Cada vez son más los artistas que deciden recortar presupuesto de sus obras. No me refiero a aquellos que llenan estadios, sino a artistas no necesariamente menores, sino de tamaño mediano, quizá con mayor peso histórico y nombre que los que mueven masas pero obligados a jugar en una liga inferior. Cuando llega la hora de ajustar presupuestos, resulta que para que un disco suene bien debe ser grabado en un buen estudio, con buen equipo, con un ingeniero y un productor, a lo que hay que sumar el salario de los músicos y el precio de mezcla y masterización. Ahí es cuando se aprieta: Productores que ejercen como mezcladores e ingenieros a módico precio, estudios caseros gracias a la tecnología, músicos que multiplican su trabajo como instrumentistas… Hay opciones. Algunas salvables, otras no.

Cada vez se escuchan más discos editados por figuras de importancia que suenan a maqueta, a demo, a producto sin finalizar. No hay brillo, son toscos, sin limar. Y ese es el nuevo disco de uno de tus artistas favoritos, que seguramente se ha visto obligado a elegir entre eso o que el disco no viera la luz.

Eso no va a dejar de ocurrir, el talento debe registrarse correctamente, porque el artista se debe un respeto a sí mismo y, especialmente, un respeto a su creación. Los hay que se niegan a grabar en paupérrimas condiciones, algo parecido al caso de un Diego Vasallo, que se niega a girar sin unas condiciones mínimas pero aplicado a la grabación (y eso que los discos de Vasallo siguen teniendo una enorme calidad). La obra debe sonar lo más próximo a la visión del músico, pero cuando los números mandan esa visión comienza a alejarse de ese ideal y la lucha ya es otra: Que todo quede más o menos decente, que se noten los zurcidos pero que el pantalón se deje llevar. Pero la decisión no solo pasa por decidir si se graban o no esas canciones en unas condiciones paupérrimas, sino que muchas veces es necesario que el disco esté en la calle para que la contratación se abra. Hay músicos que no necesitan nuevo disco bajo el brazo para girar, pero editarlo no deja de ser una propina para que el fan sepa que todo sigue en su sitio y también para animar a promotores, quizá embelesados por un single resultón.

Apreciar la baja calidad de una grabación es relativamente sencillo. No basta con que se escuche con nitidez, se trata de calidad, sobre todo de que la música suene con relieve, que los planos de los instrumentos se respeten. Se dice el pecado pero no el pecador, hablemos pues de ejemplos contrarios, de aquellos que supieron ajustarse a presupuestos estrechos con discos brillantes en todos los sentidos. Hablemos de Quique González y “Kamikazes enamorados”, un disco de mimbres ajustados y trabajo bien hecho que luce. Un ejercicio similar a llegar a fin de mes.

Anterior entrega de Corriente alterna: De cuando comía camaleones en exceso.

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