Corriente alterna: Dover y el diablo

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«Dover era una banda dirigida a la refrescante juventud, recogían parte del legado de Nirvana antes de que este hubiera caducado con un puntito bastante más pop y en las entrevistas las Llanos demostraban tener cultura musical»

 

El decimoquinto aniversario de “Devil came to me”, de Dover, ha refrescado en Juanjo Ordás recuerdos y sensaciones relacionadas con lo peculiar que resulta la música en nuestra vida.

 

 

Una sección de JUANJO ORDÁS.

 

 

Supongo que los discos que marcan época son aquellos que conoces pese a detestarlos. Se trata de obras que iban de mano amiga en mano amiga, que incluso acababan en tu casa y les dabas un escucha por curiosidad. «¿Tanto gusta? Veamos qué hay ahí». Y para ti no había nada, claro.

Supongo que ya sabéis de qué discos hablo. Son esos que has escuchado más de una vez cuando con una habría sido suficiente, cuyos singles se colaron en anuncios, discotecas de todo pelaje, en cintas de casete. El arte es algo subjetivo, esos discos no son los mismos para todos, la lista de cada uno es distinta. En mi caso, uno de ellos es “Devil came to me”, el punto álgido de Dover. Las hermanas Llanos me caen muy bien, su paso a la electrónica me encantó (no necesariamente su música, entretenida, poco más) pero Dover nunca me han gustado ni han significado para mí lo más mínimo. Aunque no me parecen una mala banda e incluso… ¡Les tengo cariño! La música es un extraño paraíso emocional, ¿verdad?

“Devil came to me” despegó cuando el tema titular comenzó a sonar en un anuncio de refrescos. Muy apropiado, y para nada denigrante, Dover era una banda dirigida a la refrescante juventud, recogían parte del legado de Nirvana antes de que este hubiera caducado con un puntito bastante más pop y en las entrevistas las Llanos demostraban tener cultura musical, algo de lo que muchas formaciones indies adolecían. El concepto del grupo era digerible, sus melodías eran francamente buenas, instrumentalmente eran competentes (¡con qué cojones toca Amparo Llanos!) y su mensaje estaba cifrado en la confusión adolescente y postadolescente con bastante mejor mano de lo que se haya podido comentar. Sin embargo, que cantaran en inglés siempre me supuso un problema, una traba imposible de salvar a la que se unía que jamás terminé de entender la filosofía grunge. Así, el resumen es simple: Nunca acabé de comprender a Dover aunque sí entendiera sus movimientos. De ahí que aplaudiera el citado paso a la electrónica, huyendo de una pared contra la que se estaban dando de cabezazos.

Hace poco leía sobre su actual tour, en el que homenajean “Devil came to me” y es inevitable retrotraerse a ese lejano 1997. A la inocencia, a los anuncios de refrescos y a las cintas TDK. Al menos siguen quedando refrescos, ¿no?

Anterior entrega de Corriente alterna: ‘La voz’ del culo.

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