Conversaciones con Ana Curra, de Sara Morales

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LIBROS

«Es un libro crudo en muchas ocasiones, pero también en varios momentos se adivina que le está haciendo mucho bien»

 

Sara Morales
Conversaciones on Ana Curra
EFE EME, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El arte del entrevistador no es de fácil manofactura. Se da por hecho que ha investigado en la trayectoria del entrevistado —si no lo ha hecho, ni siquiera es entrevista, se trataría de un cuestionario—, pero en el momento del cara a cara ha de guiar el recorrido con mano maestra y conseguir que el receptor se abra, pero sin llegar al punto en que pulse el dolor, porque entonces puede cerrarse; ha de crear tensión, pero también saber, en un momento determinado, llevar la conversación al sosiego para volver a buscar la intensidad.

Sara Morales, en Conversaciones con Ana Curra, su primer libro, lo consigue con creces. Hay risas, muchas risas, pero también dolor y llanto dentro. No solamente como figuras literarias: dirige a la cantante de Seres Vacíos a que se apriete el corazón, pero el abrazo subsiguiente la mantiene viva. Es un libro crudo en muchas ocasiones, pero también en varios momentos se adivina que le está haciendo mucho bien. Incluso Ana lo proclama diciendo que es un psicoanálisis en toda regla.

Un ejemplo: páginas estremecedoras son aquellas en las que cuenta que fue violada por un novio que tuvo a los quince años. Y el viaje a Londres. Estamos hablando de una niña de quince años, estamos hablando de que la dictadura no solo estaba presente sino que estaba aún firme. Estamos hablando de un pueblo madrileño, al fin y al cabo, en que todo el mundo se conocía, El Escorial, de donde es nativa. Allí es donde tuvo una infancia de las felices, aquellas que se describen con un solo enunciado: todo el día en la calle con la pandilla. Allí empezó a estudiar piano, un instrumento que desde siempre es su marco profesional como profesora en el conservatorio. Allí, quizá, se le despertó ese interés por el mundo de la mística y los aspectos del ser humano que van más alla de la biología y se introducen en espacios escondidos de la mente.

Ello explica varias cuestiones. La primera, ciertos aspectos de sus sus canciones que, sin un análisis exhaustivo —es una entrevista, no una tesis—, sí se comentan. “Quiero ser santa” siempre me ha gustado, y desde que el libro explica que realmente parte de la devoción de Ana por Santa Teresa de Jesús, todavía aprecio más su lenta andadura en la melodía. “Luna nueva” siempre me ha gustado y, desde Ana explica el dolor que hay en ella, todavía lo hace más.

El resto, en las diez jornadas en las que se gestó este libro, bascula entre las relaciones sentimentales que han jalonado su vida y que están contadas sin ningún ánimo morboso —no esperen eso nunca en el libro, no lo hay, hay descripción aséptica— y los momentos de luz, que también han sido muchos desde el momento en que sus hermanos mayores la llevaron a ver un concierto de Kaka de Luxe.

Sus hermanos, que nos llevan a su familia, comprensiva y tolerante, apoyo anímico y estímulo. Entre las muchas anécdotas están la de su padre la primera vez que Eduardo Benavente fue a su casa, o cuando salían juntos y él se quedaba unos pasos atrás para alejarse de la imagen y el vestuario de una hija a la que, sin duda, admira aún a sus más de noventa años.

También aparecen, en la primera charla, sus devociones en literatura o arte. Ese mapa de gustos personales sirve siempre para situar a la persona. En el caso de Ana, alía narraciones chamánicas, Lou Reed y Bowie, con la explosión colorista que era necesaria tras el gris que había marcado el pasado. Hay mucha vida en este libro, muchas canciones, muchas sensaciones y en el fondo, entre todas las líneas, sin que se diga, la conciencia de que lo que tenemos merece la pena si sabemos hacerlo nuestro.

Anterior crítica de libros: Los Negativos. ¡Bony es Dios!, de Àlex Oró.

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