Con Boni muere una parte de nosotros

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«Ahora que muere Boni, también muere, en realidad, esa parte de nosotros»

 

La muerte de Boni, mítico guitarrista de Barricada antes de debutar en solitario, lleva a Javier Escorzo a trazar unas líneas sobre lo que supuso la banda en la Pamplona de los ochenta y los noventa. Este es su particular obituario.

 

Texto y fotos: JAVIER ESCORZO.

 

Cuando pienso en el éxito musical masivo no pienso en Alejandro Sanz ni en U2 ni en Michael Jackson. Ni siquiera en los Beatles. Cuando pienso en el verdadero éxito musical masivo pienso en el impacto que supuso Barricada en la Navarra de los años ochenta y noventa. Aquello sí que fue triunfar… Estaban en todas partes: en los colegios, en las escuelas y los institutos; en la universidad privada y en la pública; en los bares de Jarauta y Calderería, pero también en los de la plaza del Castillo y San Nicolás; en los coches, en las tiendas y en las bajeras; en las radios piratas y en las comerciales; ibas a fiestas de cualquier pueblo, te invitaban a un pipero y no fallaba: allí estaban las canciones de Barricada sonando sin cesar en el radiocasete. Por estar, estaban hasta en las iglesias: mi primera cinta me la pasó Eneko, un compañero de catequesis con el que realicé mis primeros escarceos por los bares nocturnos. Porque eso es lo que escuchábamos en aquellos años, cintas. La grabación de una grabación de otra grabación de alguien a cuyo hermano mayor le había llegado el disco. A veces, a la salida de clase, un amigo (qué habrá sido de ti, Zabi) te decía que había conseguido una canción nueva, «una en la que el Drogas canta susurrando y habla de un general». Al día siguiente aparecías en el colegio con una TDK D90 para que te la piratease (así funcionaba Napster antes de Napster), y la cadena seguía extendiéndose.

Estaban en todas partes, decíamos, y es que verdaderamente era así. Gustaban a cualquier tipo de gente. Eran, como se dice ahora, transversales. Nos gustaban incluso a los que no solíamos escuchar ese estilo de música y veíamos la vida desde otro prisma ideológico. Su talento, su honestidad y, sobre todo, sus canciones, hicieron que todos cayésemos rendidos ante ellos, y así seguimos desde entonces. Cuántas tardes pasé en casa de Roca, atrincherados con patatas fritas, paquetes de trujas y cervezas, viendo el vídeo del Doble directo, que ni siquiera era el oficial, sino una grabación de Tele 5, con sus anuncios y todo, pero a mi casa todavía no había llegado la tecnología del VHS y aquella era la única opción.

Tenían el aura y el misterio de las grandes estrellas del rock, porque lo eran, pero también la cercanía de ser un grupo de casa. Eran nuestros «Barri». Los veías brillar con sus lentejuelas encima del escenario, pero luego te los cruzabas paseando tan normales por Pamplona. Machacamos tan a sangre y fuego cada una de sus canciones que hace ya mucho tiempo que pasaron a ser parte de nosotros mismos. Por eso, ahora que muere Boni, también muere, en realidad, esa parte de nosotros. Una parte importante que en mi caso se forjó en el colegio y en la universidad, en las noches de juerga, en aquellos viejos amigos con los que me hice mayor, en los bares en los que nos bebimos la juventud, en las fiestas de los pueblos y en los conciertos (sobre todo en los del Anaitasuna, siempre con Juni y los Roncales al lado).

 

«Su talento, su honestidad y, sobre todo, sus canciones, hicieron que todos cayésemos rendidos ante ellos»

 

Es curioso cómo te puede afectar tanto el fallecimiento de alguien a quien apenas has conocido personalmente; supongo que esa es la grandeza de la música. Solo traté con Boni tres días en 2012, cuando grabaron el disco en directo Quedan caminos por recorrer en un teatro de Ansoain (Navarra), que hice un reportaje con entrevista. Fueron tremendamente generosos, recuerdo que tuvimos una charla larga y me dieron vía libre para hacerles todas las fotos que quisiera, desde el escenario, desde el patio de butacas… Yo nunca había hablado con ellos antes y el día del ensayo sin público me invitaron a quedarme a cenar con el grupo y su equipo, aunque decliné la oferta, aquello ya me pareció abusar de su hospitalidad.

A principios de 2018 se publicó Réquiem por el mundo, tercer y último disco en solitario de Boni. Me gustó mucho. Pude verlo en directo y me pareció que estaba en un gran momento, tocando en sitios pequeños, pero con muchas ganas de pelear y hacerse un hueco. Pocos meses después llegó la fatídica noticia de su enfermedad, primero, y de que había perdido la voz, después. Fue difícil asumirlo, la verdad. En 2019 entrevisté al Drogas y me dijo, con el micrófono ya cerrado, que estaba feliz porque se había reconciliado con Boni; que algunas tardes solían quedar para merendar con sus respectivas «socias» y que él le animaba para que retomase su actividad musical, que le ofrecía su local de ensayo y todo lo que necesitase; que, aunque ya no pudiese cantar, todavía podía componer y tocar la guitarra. Desde aquel día tuve la esperanza de volver a verle encima de un escenario, pero, desgraciadamente, ya no será posible.

Siempre que muere un músico, muere uno de los nuestros. Y siempre duele, pero esta vez el hachazo ha sido devastador. Hasta siempre, Boni. Muchísimas gracias por todo lo que nos has dado, nunca lo vamos a olvidar. Tu voz y tu guitarra seguirán sonando cada vez que «pongamos esa música de nuevo» y la mente se nos nuble con un montón de recuerdos.

Buen viaje, maestro.

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