Cómplices en mitad del desierto

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COMBUSTIONES

«Los discos no solo hay que escucharlos; también necesitas compartirlos, hablarlos, defenderlos, ponerlos por las nubes o masacrarlos»

 

Recordando el cierre de la mítica tienda de discos Other Music, allá en 2016, Julio Valdeón reflexiona sobre la importancia de estos lugares en los que no solo se compran discos: se les rinde culto.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

En 2016 cerró una de las tiendas de discos más veneradas por la intelligentsia neoyorquina. Other Music, en East 4th. Había servido desde 1995 un menú alto en vanguardias, electrónica sofisticada, baladistas franceses, efluvios de bossa nova y underground de todo pelaje para sibaritas. Existe un documental sobre la peripecia y el naufragio del local, dirigido por Puloma Basu y Rob Hatch-Mille. En la presentación de su película no faltan las gotas de autosuficiencia, inevitables entre la parroquia fetén. Apetece reírse un poquito cuando lees «que se sintieron muy honrados de poder contar la historia de un lugar que fue tan especial para nosotros y para nuestra vida en Nueva York, así como para tantas otras personas en todo el mundo». Hasta que caes en la cuenta de que la tienda amamantó a toda una generación de jóvenes hambrientos. Entre los fijos, figuran miembros de bandas como Vampire Weekend o Animal Collective.

Piensas entonces en Janes Jacobs, que salvó el Village de la piqueta. En 1964 publicó un libro The death and life of great American cities esencial para entender el secreto de las ciudades. La creatividad nace del flujo de experiencias, del intercambio de información y puntos de vista y sensibilidades. Frente a unos arquitectos urbanos obsesionados con triturar las calles comerciales y unos planificadores municipales volcados en potenciar el automóvil, Jacobs sabía que solo una alta concentración de individuos por unidad de superficie permite oxigenar el pulso urbano. «Bajo el aparente desorden de la ciudad vieja», escribe, «allí donde funciona exitosamente, existe un orden maravilloso que permite mantener la seguridad de las calles y la libertad de la ciudad. Es un orden complejo. Su esencia pasa por el complejo uso de las aceras, que permite un flujo constante de observadores. Este orden está compuesto de movimiento y cambio, y aunque se trata de la vida, y no del arte, podríamos decir, con algo de fantasía, que se trata del arte de la ciudad, y compararlo con una danza. No con un baile de precisión, donde todos taconean al mismo tiempo, giran al unísono y hacen una reverencia, sino con un ballet complejo, donde los bailarines y los grupos tienen partes distintas que se refuerzan milagrosamente y componen un conjunto ordenado. El ballet en la acera nunca se repite, y en cualquier lugar siempre está formado por nuevas improvisaciones».

Aquellas improvisaciones llegaban multiplicadas hasta lugares como Other Music, golpeados primero por la crisis desatada en el bajo Manhattan a raíz de los atentados del 11-S y ya directamente hundidos por una recuperación en forma de alquileres desorbitados que coincidió con la debacle del formato físico. Hay muchas razones por las que las tiendas de discos funcionaron durante años como imanes para jóvenes aspirantes. Los discos no solo hay que escucharlos; también necesitas compartirlos, hablarlos, defenderlos, ponerlos por las nubes o masacrarlos. Sin las capillas donde ejercíamos el proselitismo, anunciábamos la buena nueva o condenábamos herejías el culto seguirá vivo. Pero cuesta más predicar, y encontrar cómplices, en mitad del desierto.

Anterior entrega de Combustiones: Todo el mundo ama a Dolly Parton.

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