“Como perros salvajes”, de Paul Schraeder

Autor:

CINE

 

“Extrapola ideas clásicas de Schraeder en una escritura deliberadamente desatada, que toma el delirio como hoja de ruta”

 

como-perros-salvajes-02-02-17-b

“Como perros salvajes” (“Dog Eat Dog”)
Paul Schraeder, 2016

 

Texto: JORDI REVERT.

 

En una escena premonitoria de “Como perros salvajes” –incomprensible traducción del original “Dog Eat Dog”, más complejo en sus implicaciones–, los tres protagonistas, criminales de poca monta, brindan por la aceptación de un trabajo que les garantiza una recompensa incontable o la muerte. Aunque ellos acaban convenciéndose de que será lo primero, el espectador intuye que la cosa solo puede acabar mal. Estamos en una película de Paul Schraeder, y el malditismo se impone. Sus personajes son perdedores sin remedio, gánsteres de bajísima estofa condenados de antemano por su propia estupidez. La culpa y la necesidad de redención, por supuesto, harán acto de presencia a través de Mad Dog (Willem Dafoe), pero de nada servirá. Su destino fatal les espera a la vuelta de la esquina y cualquier promesa, cualquier esperanza que apareciera en el camino quedará aniquilada sin remedio.

Expresión libérrima, desconcertante y en cierto modo hipnótica, “Como perros salvajes” extrapola ideas clásicas de Schraeder en una escritura deliberadamente desatada, que toma el delirio como hoja de ruta. Tal es así que su estructura de relato criminal con golpe que sale mal como eje acaba siendo lo de menos: los senderos consabidos del subgénero acaban saboteados con la misma violencia que la puesta en escena, un auténtico festival de colores cegadores y neones que inscriben la película en un infierno de lírica sucia, agreste. Hablamos de una obra atropellada que disfruta siéndolo. Una locura sin intención de responder a ningún tipo de expectativa, lo cual resulta estimulante viniendo de un cineasta veterano como Schraeder. Es como si el antaño guionista de “Taxi Driver” (Martin Scorsese, 1976) hubiera extendido la apoteosis violenta de la última secuencia de aquella en clave de noir patético y estridente. La presencia protagonista de un Nicolas Cage en su elemento tampoco deja lugar a dudas: esto es cine como estallido, que renuncia a medir las consecuencias y se lanza a los brazos de la muerte de la manera más accidentada posible.

 

 

 

Anterior crítica de cine: “Toni Erdmann”, de Mare Aden.

Artículos relacionados