“Cinema Verité”, de Nine Stories

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DISCOS

“Consiguen siempre hilar todas las puntadas de la canción con exquisito cuidado”

 

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Nine Stories
“Cinema Vérité”
MONT VENTOUX

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Nacho Ruiz, el líder de esta banda con nombre de libro de Salinger, sigue apostando en este tercer disco por los mismos parámetros que en los anteriores: situaciones cotidianas e íntimas, envueltas en preciosismo y atención a los arreglos. Pueden ser a veces más directos que sutiles, como en ‘A simpler life’, pero en todo caso consiguen siempre hilar todas las puntadas de la canción con exquisito cuidado.

Incluso a veces, herencia de The Divine Comedy, juegan a lo que podría ser un pop de cámara. ‘A dream that never was’ se inicia con un cuarteto de cuerda que da paso al poco a una percusión a paso lento y a un estribillo de fantasía. Canciones tan frágiles que parece que van a romperse. El final es la andadura exacta del ‘Canon’ de Pachelbel. Ello no impide que en ocasiones –es un disco de concepto, pero variadísimo– otras melodías sean soleadas y alegres, como ‘Grand tour’, un viaje lleno de placidez con una letra –como casi todas, el concepto está en la palabra– tanto más certeras cuando descubren la plasticidad de la vida.

Si hay una palabra que pudiera abarcar todo el conjunto es serenidad. Recuerdos de la infancia en ‘Time travels at lightspeed’, ideales de vida como ‘Everything is politics’ o la sencillez campestre de Sarah Records en ‘Blue glaciers’, pero siempre con entramados plácidos.

No se retienen, sin embargo, en experimentar con la electrónica, y así ‘Beijing’ tiene unos fondos líquidos, y una voz más pura, de la escuela Beatles. También han aprendido en esta escuela que nada impide que las canciones sean un collage. En muchas ocasiones, parecen acabar y se despliega otro movimiento. Quizás también derive de ellos ese ambiente circense de ‘Renoir Retiro’, con varios desarrollos asimismo y múltiples trazados; una pequeña sinfonía. Electrónica también resulta ‘First night on the town’, que aunque se inicia con un sonido rugoso de guitarras, acaba con burbujeos de máquinas.

Así pues, un disco que potencia la placidez, pero que experimenta; electrónico a veces, pero que no rehúye tonos cercanos al folk. Y todo bajo el paraguas de maravillosas canciones.

 

Anterior crítica de discos: “Underground overdrive parte 2”, de Joaquín Talismán.

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