Cine: «Into the woods», de Rob Marshall

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«Pura suntuosidad de cartón-piedra, el vacío amplificado en tonos oscuros bajo la luz de los focos»

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Into the Woods
(Rob Marshall, 2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

En 1976 el psicólogo austriaco Bruno Bettelheim publicaba su obra «Psicoanálisis de los cuentos de hadas». El que probablemente fuera el ensayo más influyente de Bettelheim daba un paso más a la hora de analizar los motivos psicoanalíticos subyacentes en los clásicos relatos para niños. La pubertad, la sexualidad, el conflicto edípico o el tránsito hacia la madurez eran temas señalados como centrales en las peripecias de personajes como Caperucita Roja, Hansel y Gretel o el Jack de las habichuelas mágicas. De entre todas las reflexiones propuestas por el autor, quizá había una que destacaba en su poderosa clarividencia y capacidad de síntesis: aquella en la que apuntaba que los cuentos de hadas hablan a nuestro consciente y a nuestro inconsciente, por lo que no necesitan evitar unas contradicciones que coexisten fácilmente en el segundo.

En una escena de «Into the woods», el lobo encarnado por Johnny Depp –sin mucha variación respecto a su versión burtoniana más anquilosada– encuentra a Caperucita en el bosque y no disimula su deseo carnal por la púber. Es uno de los escasísimos momentos en que la película de Rob Marshall acude a la fuente primigenia para esbozar las sombras psicoanalíticas, en este caso correspondientes al cuento creado por Charles Perrault y reescrito por los hermanos Grimm. Cualquier otra herencia ha desaparecido en la maniobra de adaptación en segundo grado: Rob Marshall continua en su esfuerzo por confirmarse como el gran adaptador de Broadway llevando al cine el musical homónimo de Stephen Sondheim y James Lapine estrenado en 1986, y en el intento se lleva por delante el diálogo entre la dimensión consciente y la inconsciente planteado por Bettelheim. El resultado no hace sino reafirmar lo que ya se dejaba entrever en «Nine» (2009), el ejercicio meta desbaratado por la irrevocable ambición de alcanzar una gramática de esencia grandilocuente. Todo rastro de aventura en la rica psicología de los personajes queda aplastada por el peso del espectáculo y la ostentación de la cámara-grúa elevándose hacia el cielo. Los valores de la moraleja y las catarsis ligadas al curso de la historia, anestesiadas en pro de una consciencia excesiva del público que está mirando. Y a medida que avanza su inflado metraje, esto deviene una losa demasiado pesada que Marshall solo puede disimular por acumulación.

Para cuando alcanza su segunda mitad, «Into the woods» se ha convertido en una aparatosa y agotadora maraña de subhistorias sin carisma ni ingenio, ya renegada de cualquier premisa mínimamente analítica y prácticamente expulsada de los placeres epidérmicos del género musical. Solo queda, pues, aferrarse a la divertida y brevísima locura de la bruja interpretada por Meryl Streep y aventurarse a imaginar lo que hubiera sido de la panadera incorporada por Emily Blunt de haberse explorado más incisivamente su espectro emocional. Lo demás es pura suntuosidad de cartón-piedra, el vacío amplificado en tonos oscuros bajo la luz de los focos.

Anterior crítica de Cine: “La teoría del todo”, de James Marsh.

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