Cine: «Vacaciones en el infierno», de Adrian Grunberg

Autor:

«Estrictamente alegre, aspirante a nada memorable, atiborrada de protocolos fácilmente digeribles con los que pensar poco y pasar bien el rato»

 

 

«Vacaciones en el infierno»
(«Get the gringo», Adrian Grunberg, 2012)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.
 

 

Después de un soberano fiestón, con las neuronas recocidas y rumiando el perpetuo pepperoni de una grasienta pizza, no hay mejor dilatador del bienestar efímero que «Vacaciones en el infierno». Tan sintética en su composición (también hablamos de la duración) como un trozo de plástico flotando en el Mediterráneo; estrictamente alegre, aspirante a nada memorable, atiborrada de protocolos fácilmente digeribles con los que pensar poco y pasar bien el rato.

Este es el estofado del que asoma tan a gusto la cabeza de Mel Gibson; hábitat natural de un personaje que no tiene que hacer ningún esfuerzo para mostrar su irreverencia tal y como la parió su madre –según la fuente consultada perezhilton.com–. Reseñamos estos antecedentes a modo de silogismo deductivo, pues Gibson es a «Vacaciones en el infierno» lo que el pedo alcachofero es a la asfixia tóxica más punitiva. Esta claro que el actor australiano hace que el extravagante planteamiento funcione para cumplir con su finalidad, no solo por solvencia interpretativa, sino por carisma animal en el sentido literal del término. Sí, sabemos que vais a coincidir en multicines, señor Stallone, pero un macho prescinde de la hidráulica para levantar el ánimo y bajarle a las señoras las brag… Además, nuestro Gibson no es tan brutico, es como más dulce en el trato, como más amigo de los niños. Bueno, ya lo verán ustedes.

El primer plano de la película evacua el arrepentimiento residual por haber pagado la entrada para ver esta cosa fílmica. Mejor dicho, en realidad nos referimos a la primera imagen, sin esperar a que el desacertado movimiento de cámara se consuma. Pues bien, ahí tenemos una alegre prueba de cómo nos tenemos que tomar el resto de la cinta.

La persecución que sigue no puede ser más tosca. Gibson huye de la policía a toda hostia (esto va por el montaje) cruzando un estepario terreno que traza frontera con México. Tan fronterizo que acaba de bruces en el otro lado, en manos de las autoridades aztecas, dando con sus huesos en El Pueblecito, autorregulado chiquero de proscritos sociales donde alternan sujetos mafiosos, matadores, narcos, putas y chorizos de medio pelo. Debían de ser así los económicos y exóticos resorts que empaquetaba Díaz Ferrán con sus amiguetes de Marsans. Desde aquí le mandamos un saludo. Tú también eres un cachondo.

Continuamos. Tras el excedido y aparatoso comienzo mejora la sustancia que ofrece Adrian Grunberg. El instinto de supervivencia de Gibson no le impide mantener relaciones de amistad con la chavalería del lugar. Kevin Hernández (Kid) llega a usurpar la omnipresencia del amigo americano aportando dosis de verosimilitud al previsible edificio dramático, sustentando la dimensión sociológica y psicológica de la realidad a la que se debe.

Y poco más que contarles sin que les quebrantemos el argumento. Pintaba peor. «En Vacaciones en el infierno» se turnan secuencias que se desarrollan de forma desmesuradamente pragmática (la apertura y el final prueban la comodidad de proceder según los estilemas que marcan las tendencias) con una abundancia de momentos brillantes que no vamos a desvelar. Bueno, no nos podemos resistir, el homenaje a nuestro jefe de Estado como reclamo publicitario hila muy fino. No se lo pierdan.

Anterior entrega de cine: “La isla de los olvidados”, de Marius Holst.

Artículos relacionados