Cine: «Transformers: La era de la extinción», de Michael Bay

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«Retoma la saga con nuevo elenco humano y la introduce en el febril estado de lujuria metálica que ya se anunciaba al final de la tercera parte»

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«Transformers: La era de la extinción»
(«Transformers: Age of extinction», Michael Bay, 2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

No hay verano sin «blockbuster» de robots gigantes ni película de Michael Bay sin delirio. Desde que se iniciara en 2007 con una prometedora primera entrega, la saga «Transformers» no ha dejado de constituirse como ese lugar en que el director más atronador de Hollywood se permitía llevar su gramática hasta el paroxismo. Sin filtros, sin contenciones: el espectador que vuelve a ella una secuela tras otra sabe que le espera un espectáculo más grande y más ruidoso, una orgía de chatarra aún más obscena y desmedida que la anterior, una exhibición ilimitada de hipertrofiado músculo CGI.

«Transformers: La era de la extinción» retoma la saga con nuevo elenco humano y la introduce en el febril estado de lujuria metálica que ya se anunciaba al final de la tercera parte. Cualquier asomo de contención y sensatez queda aquí aplastado bajo montañas de restos robóticos apilados por el Bay más promiscuo: personajes-basura que corren como pollos sin cabeza de un escenario de guerra a otro, incoherencias varias de guion y cantidades colosales de metraje de relleno para rozar las tres horas de duración, secuencias-videoclip de exhibicionismo «teen» y líneas de diálogo que activan la comedia involuntaria.

Y a pesar de todo, si uno es capaz de abandonarse a su idiotez apocalíptica y no tomarla demasiado en serio, puede encontrarse ─si el agotamiento no lo vence antes─ con algunos de los momentos más disfrutables de la franquicia: una persecución entre coches que recuerda la mejor versión de su director ─esta es, la de «Dos policías rebeldes II» («Bad boys II», 2003)─, una pelea en el abismo de las colmenas de viviendas hongkonesas y una pesadillesca visita a una nave cargada de bestias alienígenas. Los mejor, sin embargo, queda reservado para el final. En su conclusión absolutamente chiflada, Bay se saca de la manga un Apocalipsis por absorción de una megalópolis y lo contrarresta con la delirante invocación de Transformers-dinosaurios que se afilian a la lucha de los Autobots. Es entonces cuando este circo de cinco pistas se convierte en algo tan abrumador, caótico y, en el fondo, delicioso, como el clímax de una batalla de juguetes de una tarde cualquiera de la infancia.

Anterior crítica de cine: “Cómo entrenar a tu dragón 2″, de Dean DeBlois.

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