Cine: «Ted 2», de Seth MacFarlane


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“Como comedia, vaga sin rumbo entre chistes generalmente poco inspirados que reinciden en las mismas coordenadas entre el gamberrismo, las referencias pop y lo escatológico”

 

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“Ted 2”
Seth MacFarlane, 2015

 
Texto: JORDI REVERT.

 

 

Tras catorce temporadas de “Padre de familia” (“Family Guy”, Seth MacFarlane y David Zuckerman, 1999), la sensación que prima sigue siendo la misma: el motor que sigue extendiendo la comedia de Seth MacFarlane es el contrapunto salvaje, la ruptura de tabúes que da como resultado momentos verdaderamente subversivos en una sitcom que obligatoriamente se mira en espejo de “Los Simpson” (“The Simpsons”, James L. Brooks, Matt Groening y Sam Simon, 1989), pero que no ha disfrutado de sus evoluciones ni tiene su capacidad interrelacional para consolidar un retrato complejo de la sociedad estadounidense. “Ted” (MacFarlane, 2012) supuso, en cambio, una prometedora fuga cinematográfica en la que el director demostraba que su ánimo para transgredir límites podía conjugar con cierta soltura temas como la (difícil) asunción de la madurez, algo que “Mil maneras de morder el polvo” (“A million ways to die in the West”, MacFarlane, 2014) se encargó de reducir al mero encadenamiento de chistes de irregular fortuna y sobre un escenario clásico.

“Ted 2” da continuidad al MacFarlane acumulador de gags de mayor o menor puntería cómica, de mayor o menor alcance en su grosería, pero definitivamente inane bajo esa superficie. Como secuela, apenas justifica su razón de ser. Como película, su potencial dramático es tan endeble que apenas consigue hacer creíbles los debates sobre la identidad de su afelpado protagonista. Como comedia, vaga sin rumbo entre chistes generalmente poco inspirados que reinciden en las mismas coordenadas entre el gamberrismo, las referencias pop y los chistes escatológicos. El fondo de armario emocional, empero, acaba siendo tan pobre que muere en medio de una narración en la que el contar algo acaba siendo lo de menos, y en la que de lo que se trata es de buscar otra excusa más para añadir otra dosis de humor lisérgico, otra salida de tiesto que se diluye en la indolencia general. Las imágenes de MacFarlane están cada vez más poseídas de un cansino sentido del agotamiento de un repertorio que ya solo puede extenderse en variaciones y disimularse con cameos, pero que no puede ocultar ya más su alarmante falta de ideas.

 

Anterior crítica de cine: “El secreto de Adaline”, de Lee Toland Krieger.

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