Cine: «Robocop», de José Padilha

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«Su apuesta, enérgica y coherente, es una lúcida excepción en el mediocre panorama del remake, una que apunta al prometedor futuro de su firmante»

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«Robocop»
(José Padilha, 2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

En 1987, el estreno de «Robocop» marcaba el postergado desembarco de Paul Verhoeven en Estados Unidos. Su llegada a la primera línea de Hollywood no solo significaba la prolongación del éxito comercial que ya había cosechado en su Holanda natal, cuya cinematografía se quedaba pequeña para las aspiraciones del realizador: también era la infiltración de un maestro de la ironía y de los crueles placeres de la imagen tras las filas de un sistema más rígido y en medio de un contexto poco laxo con la libertad de expresión. Desde ese punto de vista, aquella película fue un pequeño milagro, un ataque indiscriminado contra las lógicas clientelistas del capitalismo salvaje en medio del clima ultraconservador de la era Reagan, quizá pasado por alto por su –aparente– inscripción en esa parte del cine de acción de los ochenta presto a sacar músculo y arma.

Casi tres décadas y dos secuelas después de aquel hito con el que empezó el largo pulso de Verhoeven con la industria hollywoodiense, el remake de «Robocop» supone la llegada de otro realizador foráneo a la meca del cine. José Padilha, brasileño que batiera récords en su país de origen con «Tropa de élite» (2007) es el encargado de retomar el clásico verhoeveniano y actualizarlo cuando el infausto recuerdo de la revisión de «Desafío total» (Verhoeven, 1990) a cargo de Len Wiseman aún no se ha disipado. Sin embargo, a diferencia de Wiseman, Padilha no solo ha entendido su referente y lo ha abordado con respeto a su espíritu, sino que ha procurado encontrar una buena razón para ofrecer una nueva versión. Consciente de que la relación de la original con el entorno político-social la vio nacer era tan importante o más que el propio relato, la nueva «Robocop», ya en su primera escena, amplia los márgenes críticos de aquella a un escenario global en que Estados Unidos ha consolidado su política exterior sobre la alianza brutal entre tecnología y militarismo sin control.

Esa declaración de principios, propuesta a través de una introducción que tampoco duda en apretar el gatillo contra los medios de comunicación –con un bufonesco Samuel L. Jackson como maestro de ceremonias–, abre la veda en una película que sumerge al espectador en la pesadilla del progreso tecnológico y la depuración política de la realidad. Si en «Robocop» (1987) la libre empresa determinaba la ley y hasta reconvenía la identidad geográfica –Detroit renacida como Delta City–, en «Robocop» (2014) incluso llega a gestionar la cantidad de humanidad que puede permitirse en el individuo. En esa línea, la película de Padilha establece constantes dialécticas entre lo virtual y lo real, lo digital y lo tangible, el simulacro de la perfección frente a la humanidad imperfecta. Y lo hace hasta el punto de que esas tensiones desembocan en la ansiedad de un cuerpo casi borrado en el vacío de un futuro cifrado en el bit, esto es, Murphy (Joel Kinnaman) contemplando lo que queda de él una vez despojado de su anatomía robótica.

Pero es que además, el director brasileño demuestra que conserva el pulso para la acción visceral, furibunda que ya exhibiera en «Tropa de élite». En una de las escenas más espectaculares de la cinta, Robocop se adentra en un almacén sumido en la oscuridad para dar cuenta de un ejército de criminales, tiroteo que vemos en espasmódicas ráfagas de luz que acompañan los disparos. La secuencia habla de la voluntad del cineasta por hallar su voz propia dentro del género, tanto en su superficie epidérmica como en sus reflexiones subyacentes. Puede que su «Robocop» no sea hoy el golpe en la mesa que en su día supuso la original, que su narrativa no mantenga siempre el ímpetu que desearía o que algunos de sus personajes envidien el carisma de sus precedentes. Pero su apuesta, enérgica y coherente, es una lúcida excepción en el mediocre panorama del remake, una que apunta al prometedor futuro de su firmante.

Anterior crítica de cine: “Cuando todo está perdido”, de J.C. Chandor.

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