Cine: «Relatos salvajes», de Damián Szifrón

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«No habrá rincón en la sala que se quede sin probar una parte del surtido y escatológico humor negro. Sírvanse todas las acepciones»

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«Relatos salvajes»
(Damián Szifrón, 2014)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

Damián Szifrón es un director de cine que corta y desmocha con la herramienta que le corresponde a su profesión; sabe de la antropofagia latente, y nos la va a mostrar descuartizando su película (firma también el guión) en seis pequeñas raciones de temperamento desatado. Toscos manjares o refinadas exquisiteces, en esa variedad se encuentra la capacidad para lograr el efecto colectivo. No habrá rincón en la sala que se quede sin probar una parte del surtido y escatológico humor negro. Sírvanse todas las acepciones.

Casi todo funciona (imposible mantener el mismo nivel durante todo el metraje) porque en cada historia hay ingredientes para empatizar con la esencia de cada uno; la menos civilizada pero la más genuina, la que obedece a las más oscuras voliciones. Nos lo demostró en “Tiempo de valientes” (2005) con la mejor secuencia jamás contada sobre los efectos del cannabis, y ahora con “Relatos salvajes”, extrayendo las corrientes subterráneas del desquite. Este es el cine que hace realidad tus intenciones. ¡A la mierda los sueños!  

Pero no se olviden del corte, de la técnica. Reparen en cada una de las composiciones  (en el restaurante nos valen todas), en los cambios de ángulo (contrapicado a Darín), el significado de los espacios (el desierto donde se desata la furia de Sbaraglia o el terrado del hotel donde se celebra la boda), de la luz (el rostro del crítico musical se ilumina en el avión), los múltiples usos de la música durante todo el film (portentoso sentido contrapuntístico en su relación con la imagen)…

Por una vez le doy la razón al cabezón de mi cuñado santafesino. Antes de que el “veganismo” y sus epígonos disimularan la condición humana, cualquier troglodita respetable hubiese sabido reconocer el corte en un asado argentino. La mano de un buen carnicero es insustituible, ténganlo presente cuando coman la matambre de “Relatos Salvajes”.

Anterior crítica de cine: “Perdida”, de David Fincher.

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