Cine: «Plan de escape», de Mikael Håfström

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«Se deja ver con la misma facilidad que se olvida entre la invocación, a la salida del cine, de títulos más memorables de sus dos temibles ancianos»

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«Plan de escape»
(«Escape plan», Mikael Håfström, 2013)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

En su premisa, «Plan de escape» no podría resultar ni más sencilla ni más directa. El revival del músculo ochentero que impulsó «Los mercenarios» («The expendables», Sylvester Stallone, 2010) ha derivado en nostálgicas hijas de los «hard bodies» y el cine de acción de la era reaganiana. En los Estados Unidos de Obama, la reunión de jubilados de cuerpos hipertrofiados es motivo para la celebración inofensiva y melancólica, para el divertimento sin más horizonte que el de la resaca espectacular. El último trabajo del irregular Mikael Håfström se adhiere a esa tendencia a través de la materialización del sueño húmedo de todo fan curtido en el género: la suma de sus dos mayores iconos, Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone, en un mano a mano crepuscular y consciente de su condición de autohomenaje.

Lo discutible es, precisamente, la calidad espectacular de esa resaca. Más allá de la combinación ganadora de cromos que corona su cartel, «Plan de escape» nace ya en la sombra de un recuerdo que ni siquiera aspira a superar. Desde esa inferioridad la cinta se desarrolla con cierto automatismo por el subgénero de las fugas imposibles, aquí en una prisión de ciencia-ficción sin ninguna brecha de seguridad. De hecho, es la conjugación de los personajes en el interior de una arquitectura infernal la aportación más estimulante de Håfström al relato, tal y como ya hiciera en la interesante «1408» (2007). Esa prometedora interacción entre sujeto y espacio –y el espacio como proyección arquitectónica del sujeto, dispuesto este a romper los límites que él mismo ha impuesto–, sin embargo, se desinfla cuando la acción toma la pantalla y su dupla de estrellas debe ejecutar el plan maestro para escapar. Es entonces cuando el realizador demuestra no ser el nombre adecuado para la pirotecnia y la filigrana, y sí un mero orquestador de gestos fraternales entre los dos veteranísimos.

Solo la imagen de Schwarzenegger tomando un arma pesada a bordo de un helicóptero en los últimos minutos parece ofrecer algo de ese espectáculo ausente y, de paso, un bonito plano que bien podría ilustrar el espíritu de la Asociación Nacional del Rifle. Por lo demás, la película se deja ver con la misma facilidad que se olvida entre la invocación, a la salida del cine, de títulos más memorables de sus dos temibles ancianos.

Anterior crítica de cine: “La gran belleza”, de Paolo Sorrentino.

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