Cine: «Oslo, 31 de agosto», de Joachim Trier

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«Concreta sensaciones difíciles de someter, acercándonos a la tragedia de la autoinmolación por el camino de la moderación de forma y el estilo»

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«Oslo, 31 de agosto»
(«Oslo, 31. august», Joachim Trier, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

–“¿Adicto a qué drogas?”
–“A casi todas. Cocaína, éxtasis, alcohol. Heroína también. También trafiqué  un poco. ¿Debería poner eso en mi C.V.?”

Claro que sí hombre, claro que sí. Toda casa editorial (y EFE EME no es una excepción) estará encantada de valorar la franca relación de títulos, honores, cargos, trabajos realizados y datos biográficos que califiquen a cualquier candidato que llame a su puerta. Doy fe.

Esta también es la historia de vida de Anders (Anders Danielsen Lie) en “Oslo, 31 de agosto”, película que suscribe el director noruego Joachim Trier. No aprietan hipotecas ni obligaciones pecuniarias. Tampoco ahoga el índice de paro. La ausencia de un benefactor a la cabeza del gobierno no quita el sueño. ¿Entonces, qué mueve al personaje a la autodestrucción? Su horizonte intelectual es encomiable. ¿Es el fracaso sentimental el que derriba las ganas de vivir? ¿La droga es mala? Muchas preguntas, pero tengan en cuenta lo siguiente: recientes estudios realizados por la Universidad de Warwick, el Hamilton College de Nueva York y la Reserva Federal del Banco de San Francisco (estamos a la última con ScienceDaily punto com), se confirma que en aquellos países donde la peña es más feliz, los niveles de suicidio se disparan. ¡Coño! Pensarán ustedes que no hay una confederación episcopal como Dios manda que les agarre de los huevos. ¡Pues no! Las tesis arrojadas demuestran que en estos benditos lugares, el individuo venturoso está todo el día comparándose con el vecino. Lo que los antropólogos llaman: “preguntarse por el otro”. Lo que en España se llama “puta envidia”. Por lo tanto, donde más satisfechos hay, el que anda jodido, todavía está más jodido. Les revelamos que el profesor Andrew Oswald (coordinador de la investigación) se ha quedado calvo con semejante descubrimiento.

Volvemos a la película, porque precisamente el segmento más esclarecedor del infierno por el que pasa Anders se desarrolla tras la fallida entrevista de trabajo, al refugiarse en una bulliciosa cafetería, rendido ante la imposibilidad de reinsertarse en la vida. Es en esta secuencia donde podemos ver y oír las impresiones que recibe el protagonista del exterior, de la gente que le rodea, aparentemente feliz, aparentemente viva. Es en este drama, entendido como convivencia de experiencias opuestas, donde se explica el comienzo del final. Joachim Trier sentencia formalmente a Anders: el aislamiento construido desde el plano/contraplano, desde la captura de conversaciones fuera de campo y una óptica tele que retrae, que separa. “Oslo, 31 de agosto” concreta sensaciones difíciles de someter, acercándonos a la tragedia de la autoinmolación por el camino de la moderación de forma y el estilo.

Anterior crítica de cine: “La gran revancha”, de Peter Segal.

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