Cine: «Margaret», de Kenneth Lonergan

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«Kenneth Lonergan, responsable de este truño, se ha preocupado de señalar la exclusión de su protagonista de cualquier conducta en la que reine la sensatez o el equilibrio emocional»

«Margaret»
(Kenneth Lonergan, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.
 

 

Una lástima que el excelente potencial interpretativo que atesora Anna Paquin no encuentre sino auténticas deposiciones de un pretencioso cine independiente que insiste en cargar las salas con excreciones que ni tan siquiera satisfacen al verdadero «target» al que se dirigen.

Hollywood, y por extensión la industria cinematográfica en su globalidad, sabe donde localizar el filón; en un público cuya edad oscila entre ente los catorce y los veinticinco años, lucrativo sector de la audiencia que llena las salas esperando reconocerse en personajes de su misma edad (con todos mis respetos, le sigue sentando muy bien la superminifalda a la señora Paquin a sus 30 años) protagonizando mundos ficticios donde se materializan toda suerte de fantasías (así se destroza el universo Marvel en la gran pantalla). A saber: chicos normales y corrientes, martirizados por un sistema burgués diseñado para los mayores donde pasan desapercibidos, heridos en su cambiante autoestima por no poder expresarse a gusto o liarse un buen porro sin esconderse.

Una vuelta de tuerca a este programa lo constituirían películas como «Margaret», donde el canuto se lo hinca a plena luz del día la susodicha Anna Paquin aka Lisa Cohen (pobre niña rica) en la «face» de su profesor más repipi en mitad de Central Park. Bien es cierto que Kenneth Lonergan, responsable de este truño, se ha preocupado previamente de señalar la exclusión de su protagonista de cualquier conducta en la que reine la sensatez o el equilibrio emocional.

Como en todo rebaño hay una oveja negra, en el fructuoso nicho mercantil también distinguimos grupos de adolescentes con las mismas taras que sufre Lisa Cohen. Desolados por nadar en la abundancia, su exclusivista y privilegiada educación cimenta con demasiada rapidez un alto nivel cultural que se vuelve en su contra. Esta pronta percepción de las cosas, lo mismo les distancia de la Tierra para darle un repaso a Shakespeare en un taller de literatura como les empuja a rebelarse contra diestro y siniestro haciendo más ruido que un petardo verbenero en la cripta del Valle de los Caídos.

El guion desenrolla todos los tópicos posibles: para comenzar, una estructura de manual, con giros bien marcados y previsibles, para no perdernos; estereotipos que se centran en un personaje «cool», víctima de una separación paterna y con el bla bla bla que hemos descrito líneas arriba; para terminar, un final reponedor de supermercado, con el que intentar dar tijeretazo a un metraje excesivo para la historia que sustenta. Insuficiente punto final para dar carpetazo al cambio que teóricamente debería experimentar Lisa Cohen. Inaceptable.

De entre todas las torturas que tenemos que aguantar, más allá de soportar la irritante disposición de muchos de sus personajes, destacamos la manía por la truca inútil, por repetir las ínfulas que buscan darle profundidad al relato con la malograda fruición esteticista de planos en los que vemos una y otra vez la ciudad de New York. Sí, que lo hemos pillado, se trata de representar un espacio que proyecta el desasosiego y el vacío interior del prota (siempre con una musiquita acorde a estos supuestos), una subjetivación en la que se reincide con el ánimo de acabar con nuestra paciencia.

La falta de ritmo es abrumadora, sensación que se subraya con la inconexión de muchas de sus secuencias, entre otras razones por un montaje en el que molesta la poca voluntad de síntesis.

Hay sin embargo una pista inquietante y sospechosa, no se puede negar: ¿las raíces religioso-culturales compartidas por todos los personajes no ocultarán alguna misteriosa venganza o denuncia judeomasónica, señor Lonergan?

Anterior entrega de cine: “The Swell Season”, de Nick August-Perna, Chris Dapkins y Carlo Mirabella-Davis.

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