Cine: «La isla de los olvidados», de Marius Holst

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«La línea argumental huye de la tortura más barroca y los giros inesperados de guion para explorar emociones más contenidas y perennes. Instiga a reflexionar sobre el carácter amoral del procedimiento disciplinario»

 

«La isla de los olvidados»
(«Kongen av Bastøy», Marius Holst, 2010)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.
 

 

Sí, tú, cinéfilo de género, acólito de la crueldad sadiana escenificada en el correccional, deja de comer palomitas, estás de suerte. La periodicidad se cumple, el cine delata por enésima vez la saña con la que se entrega el hombre en el espacio carcelario. Y dicho esto, demos la merecida bienvenida a «La isla de los olvidados» del director noruego Marius Holst.

Ya se habrán dado cuenta. Asistimos al boom del cine noruego en títulos, con un reconocible proceder técnico (nada de experimentaciones) que toca todos los géneros y que, a pesar de no deslumbrar, revitaliza la sequía por la que pasan otras cinematografías. Lo dejamos ahí, un apunte de lo más baladí.

La prisión como plano paralelo de la realidad que opera con sus propias reglas ofrece un radio de alcance mucho más amplio cuando se trata de rescatar un episodio histórico. La referencia a los hechos reales legitima y acredita la veracidad de cada uno de los sufrimientos que vamos a contemplar –antología de sucesos bastante más efectiva que meter a Christophert Lambert en una fortaleza infernal–. Atisbando los minutos iniciales, podemos imaginar el sistema punitivo que se va a desarrollar a lo largo de la película.

La versión noruega del Vaquilla cae deportada en las insulares orillas de un correccional que anticipamos como carrusel de un sinfín número de crueldades. Bien me acuerdo del cabrón del profesor de matemáticas que tuve en secundaria (Lechuga, esto va por ti), y bien puedo atestiguar que los números deshumanizan. Esto también lo saben los noruegos cuando apañan en un islote una suerte de reformatorio dirigido por sujetos sin escrúpulos. Erling (Benjamin Helstad) pasa a ser C-19 una vez cruza el umbral de su barracón. El resto del relato persiste en la idea de la fuga y la reversibilidad de los roles que se reparten guardias y reclusos. No obstante encontraremos agradables sorpresas.

Ahora toca meter cita, inserto que provoca repudio pero, ¿alguno de nosotros va a examinar el tuétano de una película con mayor claridad que la gris sesera de Michel Chion? Además, ¡lo que se ahorra uno en pensar por sí mismo!

Michel Chion dice lo siguiente en «Cómo escribir un guion» sobre el pragmatismo aplicable a «La isla de los olvidados»: “Recordemos que, muchas veces, el arte de los grandes guionistas y de los grandes cineastas es tanto un arte de la concentración, de la simplificación y de la reducción a lo esencial, como un arte de lo inesperado, de la pirueta, del florecimiento de las ideas. Véase ‘El Intendente Sansho’, cuyo guión, a primera vista, no parece «brillante», pero donde los dos motivos principales (desigualdad social y esclavitud por una parte; amor entre padres e hijos, por otra) se afirman con fuerza y continuidad, a través de las diferentes vicisitudes, y no son interferidas por ninguna otra problemática, que podría depender tan sólo de una preocupación por alimentar la intriga.”

No esperen pegar saltos en la butaca, ni siquiera remover las nalgas para aliviar la almorrana porque Marius Holst va a evitarnos el recurso fácil con el que conmover al espectador. La línea argumental huye de la tortura más barroca y los giros inesperados de guion para explorar emociones más contenidas y perennes. La isla de los olvidados instiga a reflexionar sobre el carácter amoral del procedimiento disciplinario, conectando con las ideas del filósofo francés Michel Foucault («Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión», 1975).

El trabajo forzado como fórmula para enmendar el delito (frecuentado por la ociosa chavalería de más baja alcurnia) endurece la sentencia actuando sobre el cuerpo del individuo y la pedofilia que prorroga la culpabilidad encarcelando la voluntad. Sobre estas dos proposiciones se encauza el recorrido del film al que da forma Marius Holst con un elevado conocimiento del lenguaje cinematográfico.

A destacar: Holst exprime los significados que le dota el espacio en el que se enmarca la historia. La dimensión celular de los edificios se prolonga a los espacios naturales; a saber: el bosque se filma sin que veamos las copas de los árboles, como si de mastodónticos barrotes de acero se tratara; el helado mar, siempre embravecido, constituye otra insalvable barrera; el tiempo atmosférico, constrictor de las ánimas de cada uno de los personajes, empuja al derrotismo y el desaliento en cada una de las acciones que perseveran los proyectos de huida. Elementos espaciales al servicio de la construcción del relato.

Esta habilidad técnica se une a una gran dirección de actores. Todos y cada uno de los actantes contribuyen con armónica solidez al resultado final de la película, crónica de un oscuro drama que opta por una sabia deferencia hacia la comprensión, purificando con un fuego remisor los actos más impíos de nuestros congéneres.

Anterior entrega de cine: “Cosmópolis”, de David Cronenberg.
https://www.efeeme.com/cine-cosmopolis-de-david-cronenberg/