Cine: «La gran belleza», de Paolo Sorrentino

Autor:

«Exprime el colosalismo de la gran pantalla como si fuera el último orgasmo, exaltando los propósitos del cine absoluto en una ópera audiovisual definitiva»

la-gran-belleza-07-12-13

«La gran belleza»
(«La grande bellezza», Paolo Sorrentino, 2013)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

Paolo Sorrentino gobierna con el látigo de Fellini, con el fuste del esteta. Sorrentino, inequívocamente barroco en su expresión dionisíaca, irreductiblemente excelso en la puesta en escena, aspira con “La gran belleza” a la mejor película del 2013. Tan seguros estamos como el napolitano cuando confiesa que acaba de echar el mejor polvo del año. No se pondera la razón porque en estas declaraciones se impone el impulso y la pasión.

Jep Gambardella (Toni Servillo) es un escritor que vive del pasado, apoderado y convencido de la gloria cosechada hace cuarenta años con su única novela, “L’apparato humano”. De origen humilde, Gambardella se vino de Campania para instalarse entre los patricios más libertinos de “La Dolce Vita” romana. Para nuestro héroe, la noche de La Ciudad Eterna siempre es noche fiesta, noche aristócrata. Un circo habitado por mercachifles, sicofantes, egomaníacos, putas y santos. Y desde su privilegiada octava colina (ático junto al Coliseo), Gambardella escribe la crónica de la farándula. Hasta que se sacia de idiocia y todo se convierte en letanía. Así se lo hace saber su editora Dadina (Giovanna Vignola), que con una aforística sentencia lo dice todo: “Il vecchio è meglio del nuovo”. ¡Ah, el vecchio, el vecchio! Calígula se lo ha cantado a Berlusconi: ahora que nos acortan los festejos, las bacanales en secreto. ¡Qué cojones! Somos latinos, y esto es el mediterráneo, y viva la fiesta hasta que amanezca.

El hedonismo es la idea, y el lenguaje cinematográfico le da forma. Los movimientos de cámara asociándose en relevos continuados para expandirse en panorámicas sobre la capital italiana; a la luz del día, emparejándose con una noble lírica cantada. Súbitamente un turista japonés cae fulminado anticipando el reverso. La noche agita el Hades. Una jauría de crápulas danza al son del bolero del siglo XXI. El neón retrata mandíbulas eufóricas y pupilas de vértigo. Se me sale la patata. Diez primeros minutos de videoclip desenfrenado que acaban en el primer plano de Gambardella, conductor de un desfile de caricaturas que no parece agotarse. A todos ellos les entalla en su baja estatura con la palabra, pues este bufón de Dolce & Gabana no necesita pluma.

Con “La gran belleza” podemos proclamar una efímera victoria del cine sobre la televisión y el videojuego, porque exprime el colosalismo de la gran pantalla como si fuera el último orgasmo, exaltando los propósitos del cine absoluto en una ópera audiovisual definitiva. Sorrentino le levanta la sotana a la curia con gracia felliniana y desmaquilla a una élite de comparsa que supura inmoralidad, señalando los vicios de un estamento que goza del espectáculo, sin cortarse un pelo, generando espectáculo. A nosotros nos ha gustado, por si no se ha notado.

Anterior crítica de cine: “Bienvenidos al fin del mundo”, de Edgar Wright.

Artículos relacionados