Cine: «El tour de los Muppets», de James Bobin

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«Lo mejor es que los Muppets se niegan a ser víctimas para ser supervivientes corriéndose la que podría ser su última gran juerga»

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«El tour de los Muppets»
(«Muppets most wanted», James Bobin, 2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

En la era del reciclaje pop, los Muppets hacen de la autoconsciencia uno de sus principales motores para seguir abriéndose paso en tiempos difíciles. En el estupendo número inicial de «El tour de los Muppets», la película de James Bobin retoma la andadura de la compañía donde lo dejó su anterior entrega a través de un número musical que se ríe de la condición de secuela a la vez que busca ideas para poder llevarla a cabo.

El camino escogido será el que revitalizara la saga «Madagascar» en su tercera y mejor película: el thriller de acción europeo como fórmula para la diversión itinerante y alocada. Aquí las distintas paradas en Berlín, Madrid, Dublín y Londres ofrecen la excusa a Bobin para abordar el chiste a costa de la especificidad cultural que comprende desde una intro aflamencada del show al sabotaje del baile de «El cascanueces» ejecutado por Saoirse Ronan. En ese recorrido, la marca de la casa queda patente con los abundantes (y sorprendentes) cameos y las no menos numerosas referencias que las propias criaturas de Jim Henson hacen a su carácter obsoleto, caduco en un mundo en que ya no tienen cabida estos herederos de la farándula.

Lo mejor, sin embargo, es que los Muppets se niegan a ser víctimas para ser supervivientes corriéndose la que podría ser su última gran juerga. De hecho, y pese a los subrayados familiares a los que pueda obligar el sello Disney, la película demuestra una libertad creativa mayor que su precedente, una falta de complejos que le permite ironizar sobre los idílicos interiores de un gulag siberiano, imaginar al gemelo diabólico de Gustavo, poner a Christoph Waltz a bailar un vals con un gigante de felpa o lanzar indiscriminadamente guiños que van desde «El séptimo sello» («Det sjunde inseglet», Ingmar Bergman, 1957) a «El silencio de los corderos» («The silence of the lambs», Jonathan Demme, 1991). En esa locura controlada, esta segunda parte no llega a equipararse a la improvisación anárquica que en una escena realizan Animal y compañía durante horas, pero demuestra suficiente desparpajo e inventiva como para proseguir la saga en un excelente estado de forma.

Anterior crítica de cine: “El pasado”, de Asghar Farhadi.

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