Cine: «El profesor»

Autor:

«Uuna película que resulta perjudicial por la gravedad del tono con la que se nos muestra»

«El profesor»
(Detachment, Tony Kaye, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.
 

 

De las consecuencias de los planes de estudios impuestos por la Comunidad Europea y de los modelos importados de Estados Unidos, estos lodos. Pongamos el ejemplo del Plan Bolonia, proceso de destrucción del sistema universitario español implantado por la dictadura del bipartidismo con la complicidad de la mayoría del cuerpo docente. Un plan de ejecución de la universidad plural desoyendo el abrumador rechazo del alumnado.

Así se ha ido montando el escenario de la institución privada. Con el concierto de unos pocos, el inmovilismo de gran parte del funcionariado y la complicidad de los medios generalistas. También es cierto que cualquiera que haya pasado por las kafkianas salas de la esfera universitaria en los momentos previos al cambio pudo vislumbrar con buena fe una alternativa de mejora. Manifiesta era y sigue siendo la inoperante función didáctica/administrativa del sin número de inútiles con sueldo vitalicio que anidan las diferentes secretarías, departamentos y centros de investigación.

Oportunamente llega para los beatos del régimen la metadona. «El profesor» no tardará en convertirse en artículo de simonía entre los que ahora se sienten víctimas de este cataclismo, transmitiendo dolor a discreción con un mensaje encerrado en el más amojamado cuerpo de un producto cultural.

Nos aproximamos a la humanidad del torero. De entrada, el estreñido rostro de Adrien Brody en primer plano nos exige venerar su parlamento a la vez que reclama comprensión pues bravas son las reses que le toca lidiar al maestro sustituto. Dirigiéndose a cámara comienza el intermitente soliloquio, declarativo de intenciones que resultan más melosas y pretenciosas que sinceras; se dispone a relatar su experiencia personal como profesor de un instituto público. Una denuncia en toda regla de la degeneración que sufre el estado de bienestar del país norteamericano, un retrato crudo del sufrimiento de los educadores frente a la realidad social de las clases que no pueden permitirse los colegios de pago. Tan cruda es esta representación que se nos atraganta el canal de transmisión.

Advertimos en esta decisión formal un acto manipulador. Tony Kaye, director de «El profesor», traiciona la relación directa que el realizador ha establecido entre actante principal y espectador. Ah, ya lo pillamos, romper la distancia significa verter sentimientos y emociones que se sustituyen por un discurso audiovisual maniqueo y lacrimoso. Básicamente lo que hemos hecho en los tres primeros párrafos a golpe de mitin.

El verdadero bochorno se produce a partir del minuto 52. Punto en el que se desencadena una fatal caída libre con más de doscientos cuarenta segundos de lírica barata. Eso sí, subiendo el volumen de la omnipresente banda sonora. En este videoclip empalagoso no podía faltar el Super 8. A este clímax de orgía estilística le sigue el lógico resultado, reacciones de histeria y patetismo en el diverso camino a la locura que siguen los profesores.

El «zoom in-zoom out» nervioso, la cámara al hombro, los innecesarios desencuadres, la sobreexposición, las texturas «low fi», los continuos desenfoques… Una osamenta muy «à la mode» para dar cuerpo a una película que resulta perjudicial por la gravedad del tono con la que se nos muestra.

Anterior entrega de cine: “Vacaciones en el infierno”, de Adrian Grunberg.

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