Cine: «El mayordomo», de Lee Daniels

Autor:

«Son los grandes acontecimientos de la época los que arrastran a unos personajes sin posibilidad de definirse por sí mismos»

el-mayordomo-14-10-13

«El mayordomo»
(«The Butler», Lee Daniels, 2013)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

En el ámbito de la teoría cinematográfica, el estudio del Hollywood negro, su progresiva integración y visibilidad dentro del sistema de estudios de la era dorada –de Hattie McDaniel a Dorothy Dandridge, de Paul Robeson a Sidney Poitier– ha constituido tradicionalmente una veta para el análisis secante con el desarrollo social de los derechos de la población afro-americana en el siglo XX estadounidense. Precisamente, es Sidney Poitier el desencadenante de una pelea entre padre e hijo pasado el ecuador de «El mayordomo». En ella, el mayordomo titular, inspirado en un personaje real que sirvió a siete presidentes, estalla de indignación tras oír a su primogénito, activista con un pie en los grupos más radicales de la reivindicación negra, decir que Poitier no es un referente a tener en cuenta al ser un actor que interpreta «como un blanco».

En la tensión implícita de las relaciones entre ese padre incorporado con aplomo por Forest Whitaker y ese hijo encarnado sin muchos matices por David Oyelowo, se halla quizá la idea más interesante de la cinta de Lee Daniels: la posibilidad, dentro de un revisionismo histórico a través de una lente de otro color, de plantear la servidumbre directa al poder y las actitudes más contestatarias como dos posiciones influyentes en el cambio social. Sin embargo, no es más que el espejismo de una reflexión de mayor profundidad que nunca llega. Antes al contrario, «El mayordomo» es una película eminentemente académica y de superficialidad apta para todos los públicos. Poco importa que contemple una de las etapas más fascinantes de la historia norteamericana, porque diluye cualquier interés en una cronología que importa más que los protagonistas, quienes apenas cuentan con entidad propia. Aquí, son los grandes acontecimientos de la época los que arrastran a unos personajes sin posibilidad de definirse por sí mismos, destinados a ser avatares que pasan sin pena ni gloria por cada momento relevante del gran relato afroamericano.

Pero es que en el contrapunto blanco, «El mayordomo» no demuestra ser más cuidadosa. El desfile de presidentes reducidos a la caricatura –Robin Williams como Eisenhower, Liev Schreiber como Lyndon B. Johnson y John Cusack como Richard Nixon– sería lo más bochornoso de la película si no fuera por su caprichosa omisión de casi diez años de historia o su empeño por insinuar que grandes decisiones políticas vinieron precedidas y, por tanto, determinadas, por una conversación reveladora de cada mandatario con el protagonista.

Las líneas finales, consagradas a encumbrar un sentimiento de heroísmo negro a lo largo de ese relato histórico, pretenden celebrar la consecución de la normalidad racial con Barack Obama como último y definitivo estandarte, pero en realidad revelan el escaso espíritu combativo de una obra en el fondo adocenada y a la espera de recibir el Oscar.

Anterior crítica de cine: “Pie de página”, de Joseph Cedar.

Artículos relacionados