Cine: «El estudiante», de Santiago Mitre

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«Santiago Mitre enarbola un discurso crítico, ambicioso en su propósito de sacudir las ramas más abyectas del campus universitario»

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«El estudiante»
(Santiago Mitre, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

La instrumentalización de la universidad pública finaliza con la esterilización, con una cirugía plástica que requiere del adocenamiento de los organismos más dinámicos, entendidos estos como usos y costumbres por los que se rige una institución que nos pertenece a todos. Via Appia para que entre el carruaje del oficialismo cáustico, tirado por catedráticos que se aprestan a cumplir el derecho becerril arrancando de pasillos y escaleras el blasón del estudiante; vuelven prestos de envolver la teta a Cicciolina para reprimir esa capacidad de subvertir que divisan en cada greña o porro de hachís.

Decía Valle Inclán que toda buena plática tiene que acabar a palos. O algo así. Pues bien, una buena disertación no se explica sin blandir cigarrillo y botellín. Comienza «El estudiante» con el bullicio que solo exhalan los espacios vivos de la facultad, con la necesidad de hacerse oír en la cafetería, con ganas de romper a “mallazos” el vano de las kafkianas puertas del sistema para entrar de bruces en él. Ese es el mundo de cuerdos que propone «El estudiante», próximo al indómito corredor sin retorno de Fuller («Shock corridor», Samuel Fuller, 1963); mucho antes de que la reforma practicara lobotomía.

Santiago Mitre –guionista y director– enarbola un discurso crítico, ambicioso en su propósito de sacudir las ramas más abyectas del campus. Para hacer caer la aceituna madura Mitre fía la vara a Roque Espinosa (Esteban Lamothe), estudiante sin rumbo que más que itinerario busca caladero donde echar la verga. Pero el azar lo sitúa en el momento exacto, bajo el influjo de un fortuito deseo que lo inscribirá en el activismo político, en pleno sendero electoral que conduce a la presidencia del consejo de estudiantes. Y todo por acercarse a Paula (Romina Paula), joven profesora que concede sus gracias a la agrupación que terminará apoyando al decano Alberto Acebedo (Ricardo Félix), candidato de moral castrada, doblada por los vientos del provecho.

Caminamos junto a Roque, compartiendo su punto de vista (reencuadres desde los escorzos que fortalecen la subjetividad, travellings al hombro que siguen al personaje, profusión de primeros planos…), reconociéndonos en el lado idiota que contiene su ingenuidad, reflejo empático que también proyecta humanidad. La inclinación del ánimo hacia Paula compromete la dignidad de Roque a la vez que explicita una tibia conformidad. Pero el verdadero punto de cambio nos lo proporciona la gramática cinematográfica cuando irrumpe la música extradiegética que penetra en la imagen para transformarla. La implicación de Roque se convertirá en creciente pragmatismo, en erística que desvela suciedades en función de las intrigas políticas que masca con toda conveniencia el cabrón de Acebedo.

Los planos que disponen las ópticas tele, la aparente improvisación de encuadres, el uso de la cámara al hombro, la luz naturalista, el sonido directo… acuden en ayuda de una construcción tonal (realismo visual) que nos empuja a ser partícipes de esa realidad representada. Así lo demanda el tema que encastilla la forma. Sin embargo Mitre nos desplaza del embelesamiento con el que fascina la ficción, introduciendo el narrador omnisciente en interludios puntuales, con una suerte de voz demiúrgica que permite reordenar reflexiones desde la distancia; un extraordinario sentido intervencionista que nos retrae a las «Historias extraordinarias» de Mariano Llinás.

Así es entonces la nueva vida de Roque, se esfuerza por seguir cursando pero empieza a reconocer que su interés ya no está en las clases sino afuera, en las reuniones y asambleas del centro de estudiantes, en las actividades y discusiones que realiza con la agrupación. Aunque sigue estudiando, entiende que su verdadero trabajo y su verdadero talento está en el manejo de la gente, la táctica y la estrategia, la ejecución y la toma de decisiones, discutir ideas, pensar alianzas, hacerse amigos, dar órdenes. Es decir, la política.

En fin, Roque es un hombre, y la atracción irracional es la que abre paso a la atracción ideológica. Quizá sea ésta la explicación freudiana que racionalice el transfuguismo, la acumulación de poderes, la corrupción irrefrenable. Es decir, la democracia.

Anterior entrega de cine: “Cautiva”, de Brillante Mendoza.

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