Cine: «El chico del millón de dólares», de Craig Gillespie

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«Una ficción blanca que articula los tópicos de su género sin despeinarse, con manifiesta solvencia»

el-chico-del-millon-de-dolares-26-10-14

«El chico del millón de dólares»
(Million dollar arm, Craig Gillespie, 2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

Desde su reinado de la animación bidimensional a su alianza tridimensional con Pixar, de las pequeñas ficciones de andar por casa a las próximas superproducciones de «Star wars», pasando por los últimos éxitos Marvel. Las ramificaciones del imperio Disney se extienden por doquier e invaden con su corrección política casi cualquier género de manifestación pop, asunto este por ejemplo explicitado en la prohibición a un irreverente cameo de Stan Lee en «Guardianes de la galaxia» («Guardians of the galaxy», James Gunn, 2014) como espécimen de laboratorio y con peineta a Groot incluida. Si entre tanta derivación uno cree perder el norte de la esencia Disney, aún puede acudir a títulos como «El chico del millón de dólares» para reencontrarlo.

La película de Craig Gillespie empieza de manera prometedora. Jon Hamm, en un despacho, reinterpreta su Don Draper y trata de vender un contrato a la cámara. Segundos después sabemos que es un ensayo, y que la seguridad exhibida es el esfuerzo que separa a su personaje del publicitario de «Mad men» (Matthew Weiner, AMC: 2007-). A partir de ahí, empieza un viaje capriano que invoca la sensación de déjà vu: hombre de negocios, soltero y con hambre de éxito descubre la importancia de la amistad, la familia e incluso la espiritualidad gracias a sus tres cobayas para un experimento mediático y a su dulce vecina. Junto a ese mensaje familiar, también está presente otra quintaesencial muestra del sueño americano, en esos tres ingenuos –y estereotipados– indios que llegan a Estados Unidos para cumplir sus sueños como entrenador y jugadores profesionales de béisbol –deporte que es el vehículo quintaesencialmente estadounidense para alcanzar ese sueño–.

Definidos y aceptados sus parámetros como película Disney de manual con trazas orientalistas, poco se le puede reprochar a «El chico del millón de dólares». Es una ficción blanca que articula los tópicos de su género sin despeinarse, con manifiesta solvencia. No hay hipocresía ni segundas intenciones, sino un conservador recorrido de autoconocimiento en el que la familia, aun interracialmente improvisada, se convierte en la salvación del individuo contemporáneo, por defecto egoísta y ambicioso. Así, en este producto perfectamente envasado y perfectamente desechable de la todopoderosa «major», quizá lo más constructivo sea divertirse a costa del diálogo de Hamm con su Don Draper –y su inimaginable conversión a ejemplar padre de familia– o asistir a un retrato de postal de la India y las realidades de sus estratos pobres que haría frotarse las manos a Edward Saïd.

Anterior crítica de cine: “Dos días, una noche”, de Jean-Pierre Dardenne & Luc Dardenne.

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