Cine: «Asalto al poder», de Roland Emmerich

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«Emmerich siempre se tomó mucho más en serio la magnificencia de la catástrofe que la del patriotismo exacerbado que expresaban sus personajes»

asalto-al-poder-16-09-13

Asalto al poder
(«White House down», Roland Emmerich, 2013)

 

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

Midas de la destrucción, travieso niño alemán con grandes maquetas a su disposición, Roland Emmerich acostumbra a ser visto como uno de los favoritos de Hollywood, un experto en asaltar taquillas y dar al público estadounidense lo que quiere y cómo lo quiere. Una mirada más incisiva en su filmografía, sin embargo, puede resultar hasta cierto punto reveladora: a lo largo de su prolongada e insistida gramática del Apocalipsis –probablemente sea el director que más veces ha destruido la Casa Blanca en pantalla–, Emmerich siempre se tomó mucho más en serio la magnificencia de la catástrofe –véanse el clímax de la invasión en «Independence day» (1996) o el hundimiento de Los Ángeles en «2012» (2009)– que la del patriotismo exacerbado que expresaban sus personajes. Ni siquiera un expiloto borracho interpretado por Randy Quaid salvando a la humanidad de la extinción sirvió para que sus críticos advirtieran algo de ironía en su loa a la nación más grande del mundo.

Lejos de continuar con ese gamberrismo incubado en el cine de catástrofes, «Asalto al poder» es quizá su obra más decepcionante en años. Donde el chiste era el reverso de la hecatombe, ha quedado un vacío que ahora ocupa, con poco sentido del humor, un discurso convencido del relato oficial. Los enormes y excesivos juguetes del director han dado paso a un entretenimiento en el que la prioridad camp ha sido sustituida por la locura controlada y el sentimiento patrio. Cierto que empeña su corazón demócrata en denunciar los sabotajes internos en los que las facciones más conservadoras y militaristas han insistido para obstaculizar los gestos hacia la paz internacional. Pero su mensaje, por loable que resulte, queda sepultado bajo una acción cargada de estereotipos y lugares comunes, que pasa, en el momento se toma en serio a sí misma –más que cualquier otra película de Emmerich–, a inspirar en el espectador una fatídica sensación de déjà vu.

Y es lógica. Hace unos meses se estrenaba en los cines «Objetivo: La Casa Blanca» («Olympus has fallen», Antoine Fuqua, 2013), película que prácticamente presenta idéntica trama –cambia el enemigo, terroristas norcoreanos– y desarrollo a la que nos ocupa. Al contrario de lo que uno pudiera intuir antes de verlas, la cinta de Fuqua, en su calcado del modelo «Die hard», se mostraba más mordaz y desprejuiciada, menos agarrotada de lo que llega a ser la de Emmerich. Tampoco el alemán consigue sorprender en la crónica de un atentado contra la cúpula de poder: desde la más alta traición hasta el derribo del Air Force One, pasando por el carismático heroísmo del primer presidente afroamericano, todos esos escenarios ya habían sido contemplados por la serie «24» (Robert Cochran y Joel Surnow, 20th Century Fox Television, 2001-2014) con mayores dosis de atrevimiento y patriotismo demencial de las que pueden hallarse aquí.

Anterior crítica de cine: “El espíritu del 45″, de Ken Loach.

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