Cine: «20.000 días en la Tierra», de Iain Forsyth y Jane Pollard

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«Gracias a ‘20.000 días en la Tierra’ sabemos por el repelente consejero de la mente que Nick Cave no tiene el alma podrida»

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«20.000 días en la Tierra»
(«20,000 days on Earth», Iain Forsyth, Jane Pollard, 2014)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

Te dicen que el ímpetu de la juventud se extingue con los años, que el espíritu insurrecto te será exorcizado, la semilla del diablo extirpada, y con ella eliminado el apetito por ensayar.

En “20.000 días en la Tierra” se explica la evolución de Nick Cave, ángel expelido por el culo de los medios de cultura audiovisual, compás de referencia para encontrar la autenticidad y el artificio en el lado más oscuro del rock y el punk de los últimos treinta años. Te guste o no te guste, su personaje te provoca o te acaricia. Y si no te gusta, te jodes.

A pesar de que la documentación de la vida de Nick está amarrada por una producción calculada que nos priva de encontrarnos con lo inesperado, gracias a “20.000 días en la Tierra” sabemos por el repelente consejero de la mente que Nick Cave no tiene el alma podrida. Gracias a “20.000 días en la Tierra” nos alegramos de que Nick viva de cojones en Brighton, que sea un padre enrollado, que defienda su lógica pero todavía se le tuercen las entrañas cuando confronta la salida de la banda de Blixa Bargeld. El tiempo desgasta y muchos de sus seguidores condenan el cambio mientras nuevas hordas abrazan la accesibilidad del mensaje. Pero Nick Cave sobre el escenario sigue convirtiéndose en bestia.

En “20.000 días en la Tierra” presenciamos una crónica de la inversión meteorológica, de la combinación de temperaturas, de la metamorfosis con el personaje. Esta es la entrada en escena de un documental imperfecto pero superior al “biopic”, mil y una veces más sugestivo que la crónica de un concierto que por fin suprime las cabezas parlantes. No es un homenaje realizado por un fan, y por eso es muy recomendable.

A pesar de ser diezmada, la manada no cambia de líder. Nick Cave es un depredador alfa en plenitud que aúlla con rabia cada canción, con una gravedad que solo puede ser expulsada por los cuernos de Rohan.

Anterior crítica de cine: “Filth”, de Jon S. Baird.

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