Cinco discos para descubrir a Sonic Youth

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Nacieron en el Nueva York de 1981 y en sus tres décadas de existencia lanzaron dieciséis álbumes de estudio, entre otros trabajos. Fernando Ballesteros escoge cinco de sus discos para adentrarse en su obra.

 

Selección y texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Cinco discos para entrar en el mundo de Sonic Youth. Complicada papeleta. Los fans más militantes se suelen decantar por sus primeros pasos por lo que tuvieron de rompedor, otros se inclinan por aquellos álbumes que comenzaron a vivir a tiempo real, los que cazaron en la tienda según salían al mercado, las obras con las que incluso disfrutaron de ellos en directo. En fin, hablamos de un grupo con una discografía muy extensa que rara vez se ha bajado del notable. 

Aquí nos vamos a acoger a la filosofía de hablar de cinco elepés que le recomendaríamos a una persona que haya escuchado a Sonic Youth, que no ha comprado aún sus discos y que, por lo que sea, ha tomado la decisión de hacerse con cinco de sus trabajos para empezar a meterse a fondo en su universo. Tiraremos de gustos personales intentando, en la medida de lo posible, hacer una selección que cubra el mayor número de ángulos posibles de un grupo que ha marcado el sonido de una generación y que abrió el camino a otros que siguieron sus pasos.

 

1. Sister (SST Records, 1987)

Evol ya había apuntado una evolución con la que se aproximaban a estructuras más orientadas a la canción. Se estaba puliendo el ruidismo y la experimentación de sus dos primeros discos, y en Sister, el segundo álbum con Steve Shelley ocupándose de la batería, los resultados son sobresalientes. Su arranque es casi inmejorable: ni más ni menos que «Schizophrenia» con Thurston y Kim poniendo sus voces al servicio de una canción apunta a clásico. 

El nexo con sus inicios, aún cercanos, está presente en los surcos de la obra. «(I got a) Catholic block» puede ser un ejemplo, pero de nuevo van directos a la canción. Algo ha cambiado en «Beauty lies in the eye», cautiva con el susurro de Kim, y «Tuff gnarl», con su maravillosa melodía antes de la tormenta noise, es uno de los momentos más destacados de un disco que vuelve a agitar las aguas en «Pacific Coast highway». Por su parte, en «Hot wire my heart» revisitan al grupo punk Crime y «Master-Dik» es un cierre lleno de vigor.

El disco es enorme, lo mejor que habían grabado hasta ese momento. Además nos enseña algunos de sus futuros caminos, sin olvidar que partían de unos presupuestos muy determinados que no iban a abandonar a la ligera. Pasado, presente y futuro en perfecta armonía. 

2. Daydream nation ( Geffen, 1988)

No vamos a saltar en el tiempo porque justo después de Sister y tras grabar como Ciccone Youth aquella marcianada electrónica que era Withey album, los Sonic debutaron para Geffen con Daydream nation, otro disco crucial en su carrera que les encontraba en un estado de gracia creativa. El grupo se encerró a improvisar en unas sesiones interminables que se saldaron con muchísimo material aprovechable. Con todos aquellos sonidos, Lee, Steve, Thurston y Kim tallaron un extenso álbum que rebasaba de forma generosa la hora de duración. 

Los Sonic Youth habían llegado al rock en la vertiente más convencional posible para ellos, teniendo en cuenta la suma de aquellos cuatro talentos tan inquietos. Otra vez tenemos apertura de lujo con vocación de himno, «Teenage riot», con su introducción hipnótica y un riff para la historia que convierte la canción en uno de los momentos más brillantes de la historia del grupo. 

Se trata de un trabajo complejo, variado, rico en matices, novedoso comparado con su producción anterior y que marcó un punto de inflexión en la trayectoria sónica. Para muchos es el disco que conecta lo experimental con el despegue comercial que se intuía. Cada canción es un mundo con sabor propio: «Silver rocket» va al grano con su nervio rockero, «The sprawl» es expansiva, «Eri´s trip» es una avalancha de aparato electrico, de esas tan del gusto de Lee Ranaldo. No hay desperdicio: «Hey Joni», «Total trash»… Todo es sobresaliente en una obra que termina por todo lo alto con los catorce minutos de «Trilogy: The wonder/Hyperstation/ Eliminator Jr». 

3. Dirty (DGC, 1992) 

Y llegó el gran momento. Después de editar Goo, otro muy buen disco, las miradas se posaron en ellos. Nirvana habían dado el gran pelotazo y reinaban en las listas y quien más quien menos esperaba que los hermanos mayores y precursores de casi todo aquello dijeran «aquí estoy yo». Y lo hicieron, pero a su manera. Recurrieron al productor de Nevermind, Butch Vig, para registrar Dirty, todo un tratado de guitarras en ebullición que arranca con «100%», un tema cuyo vídeo dirigió Spike Jonze y fue bastante programado en las televisiones. El disco contiene canciones tan redondas como «Sugar Kane», «On the strip» o «Chapel Hill», todas ellas melódicas y con un evidente potencial comercial. Evidente y limitado también, porque la de Sonic Youth, como ellos mismos han reivindicado, siempre fue una historia de éxito gradual. Nunca escribieron un hit como el que catapultó al estrellato a Kurt Cobain. Los padrinos de esta historia no querían discutirle la corona al rey del momento. 

Dirty tiene desarrollos lentos como los de «Theresa´s sound world», estallidos de rabia de Kim Gordon que dominan «Orange rolls, angel´s spit» y «Drunken butterfly», ambientes lisérgicos que pueban «Shoot» y hasta toda una declaración de principios y de llamamiento a la acción como «Youth against fascism». El listón había vuelto a quedar muy alto. 

4. Washing machine (DGC, 1995)

Tras el exuberante Dirty, el siguiente paso fue algo así como una transición con la que se sacudieron la presión, si es que esta les afectó en algún momento de su carrera. Experimental jet set trash and no star tiene buenas canciones que, en ocasiones, parecen meros esbozos, casi esqueletos, si las comparamos con el acabado perfecto de las que poblaban el sonido macizo de su anterior obra. 

Más ambicioso se presentaba Washing machine. Tan convencidos debían de estar los miembros del grupo de que tenían algo grande entre manos que se lo tomaron casi como un nuevo comienzo. Tanto, que estuvieron a punto de rebautizar a la banda con el título del disco. Hubiese sido un bellísimo suicidio comercial, pero no les dejaron. En cualquier caso, se trataba de un disco mayúsculo en el que explotaban todas las cualidades de los cuatro integrantes de Sonic Youth. Todos tenían su ración de protagonismo y entre el caos y el riesgo emergía un equilibrio que consagraba aquellas canciones como uno de los mejores lotes, para muchos el mejor, que habían presentado.

Kim Gordon da la bienvenida con el riff directo y repetitivo de «Becuz», Lee Ranaldo dedica «Junkie´s promise» a Kurt Cobain, «Unwind» reluce con el Thurston Moore más melódico antes de que se desaten las guitarras y en «Little trouble girl» Kim Deal acompaña a Gordon y juntas recrean ambientes que nos remiten a los girl groups de la década de los sesenta.

Cuando llega la última canción el oyente tiene motivos para estar más que satisfecho pero es que, entonces, aparece «The diamond sea», que nace como una gran canción de pop y muere diecinueve minutos después como un viaje interminable por los todos los mundos de Sonic Youth. 

5. The eternal (Matador, 2009)

La etapa comprendida entre 1988 y 1995 fue gloriosa en la discografía de un grupo al que es casi imposible ponerle un pero. Lo que vino a continuación es igualmente destacable, los Sonic Youth siempre entregaron buenos discos, solo que el nivel sobresaliente que habían exhibido era muy difícil —casi imposible— de mantener. Sus siguientes trabajos, que compatibilizaron con los experimentos que editaban en su propio sello, son notables y disfrutables ejercicios de estilo. A thoussand leaves es inferior a NYC ghosts & flowers y con el nuevo siglo Murray Street marcado por los atentados de Nueva York parece insuflar energía que culmina con la trilogía integrada por Sonic nurse, Rather ripped y, sobre todo, The eternal. 

Los Sonic Youth de 2009 nos remiten al brioso grupo que amplió horizontes en la década de los noventa. Lo hicieron con canciones como «Sacred trickster», en la que reina una vez más Kim Gordon, o «Antenna», la enésima demostración de la forma que tiene Thurston Moore de acercarse a caminos algo más convencionales de lo acostumbrado.

«Anti-orgasm» transcurre por sendas mucho más complicadas en las que se despliegan las guitarras, las armonías y múltiples choques que terminan convirtiendo la canción en lo más destacado del disco. Y eso que hay mucho donde elegir, porque no hay que olvidar la intensidad de «Calming the snake» o la fuerza renovadora de «What we know» y «Poison arrow». 

Flota sobre todo el trabajo —en el que debuta el ex Pavement Mark Ibold— una sensación de grupo renacido que mira al futuro pero también al pasado, dedicándole el disco a Ron Asheton e incluyendo una foto interior de Johnny Thunders. Lamentablemente, The eternal fue el testamento de Sonic Youth. Por cierto, si quieren entender mejor lo que ocurrió y el motivo por el que todo terminó en 2011, me atrevo con una última recomendación al lector imaginario al que dedicábamos estos cinco discos: si te sobra dinero, amigo, hazte con La chica del grupo, la maravillosa autobiografía de Kim Gordon. 

 

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