“Calma”, de José Luis Perales

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DISCOS

“La única objeción que se le puede poner a este álbum es su portada: tan alejada del inmaculado y valeroso contenido musical que envuelve. Pero merece la pena obviar ese diseño y disfrutar”.

 

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José Luis Perales
“Calma”
UNIVERSAL

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Somos un país de extremos: blanco o negro, bueno o malo, arriba o abajo, dentro o fuera, todo o nada, héroe o villano. Los términos medios no van con nosotros, es parte de nuestra idiosincrasia. Lo que trasladado a las exquisiteces tan propias de la crítica musical ha dado lugar al manejo recurrente de ideas preconcebidas y a un rechazo frontal de todo aquello que huela a “popular”. Si somos capaces de despreciar (habitualmente mediante el nada sutil ejercicio de ignorarlo) al grupo que aupamos en sus inicios cuando aumenta su público, cuán crueles no podremos llegar a ser con aquel alejado de nuestros referentes estéticos y que, además, es apreciado por miles o millones de personas de distintas generaciones.

Algo de ello sabe José Luis Perales, a quien los críticos “modernos” solo han apreciado vía Jeannette y ese monumento pop de tres minutos denominado ‘Porque te vas’, desechando o menospreciando su obra personal. Sin entender que su papel en la música española no dista demasiado del ejercido por Charles Aznavour en la francesa (quien, por cierto, fue una de las influencias primeras de Perales): situado entre la chanson y el pop, en ese lugar que en Francia denominan “varietés”, y que no ofende a nadie. Claro, que Aznavour también fue ninguneado por la crítica española durante décadas; aunque, sorpresa, hubo medios que, hace unos meses, se hicieron eco de sus últimos conciertos por aquí. Perales, lo mismo, permaneció siempre en un punto equidistante entre la canción de autor (no confundir con protesta, que es otra historia) y el pop. Y eso, que sepamos, no es delito.

Así, quienes crecimos en los mandamientos de esa misma crítica, siempre escuchamos a Perales con (predeterminada) indiferencia, mientras sonaba en la radio o la televisión. No era cantautor al que hubiera que prestar atención. En mi caso, en 2006 decidí escuchar su disco de ese año, “Navegando por ti”, atraído por el nombre del productor: Javier Limón. Y descubrí un álbum excelente, tanto en composición como en producción e interpretación. Alejado de la imagen que podemos tener de Perales y arropado por los habituales del clan Limón. Un disco atrevido, valiente, al que siguió en 2012 “Calle Soledad”, producido por Pablo Perales, hijo del conquense: de nuevo un álbum al que ningún pero se le podría poner, con Perales adaptándose a texturas y arreglos contemporáneos, bruñidos de soluciones tomadas del pop, el rock y el jazz. Lo mismo que sucede con este “Calma”, con el que José Luis Perales engarza tres discos seguidos espléndidos.

 

 

“Calma” vuelve a estar producido, derrochando buen gusto y delicadeza, por Pablo Perales, quien envuelve las canciones en arreglos sutiles, de apariencia sencilla, sin alardes en lo que, paradójicamente, es una superproducción (máxime en estos tiempos de penuria discográfica) registrada entre Madrid y cinco estudios de Los Ángeles (con profusión de grandes músicos estadounidenses de sesión) y rematando con cuerdas grabadas en Praga. Pero nada apabulla, al contrario, se apuesta por lo mínimo, porque sean las canciones las que manden, todo está al servicio de ellas, como debe ser. Sin embargo, lo realmente llamativo, sobre todo para quienes se han perdido esta última década de Perales padre, es que estamos ante soluciones sonoras que resultan bastante más atrevidas que mucha de la música que nos echamos a la oreja sin consideración atraídos por la necesidad de estar a la última (escuchen los arreglos de “En un banco de la calle”). Y hablamos del disco de un señor de 71 años.

 

 

Solo por el tema inicial, ‘Y me marché contigo’, merecería la pena prestarle atención a “Calma”, donde se descubre lo que siempre hemos sabido (más allá de lo alejados que hayamos estado de su obra): es un sensacional melodista pop, aquí adentrándose abiertamente en territorio rock, pero es que los géneros no son más que un convencionalismo. El resto del álbum mantiene un tono similar: canciones sentimentales escritas con la mano del que anda sobrado de recursos e imaginación melódica pero sigue buscando la manera de conmover al oyente. Por momentos con textos que reflejan esa ilusión joven que el paso de los años no es capaz de borrarnos del todo (la magna ‘Si pudiera’, ‘Tiempo de amor’) y en otros con la mirada calma del que recorre el otoño vital (‘Aquella canción de amor’). El sinuoso observador/narrador aparece en ‘En un banco de la calle’, quizá el tema mayor de un disco sin canciones menores, ‘Viendo pasar los trenes’ y en las sobrias y emotivas ‘El reencuentro’ y ‘Calma’ (ambas desplegando elegantes arreglos de cuerda). Incluso se asoma el abuelo que le dedica un tema a su nieto en ‘Canción para Guillermo’, en la que, sin complejos, se aproxima al jazz.

La única objeción que se le puede poner a este álbum es su portada: tan insustancial, convencional y estándar, tan alejada del inmaculado y valeroso contenido musical que envuelve. Pero merece la pena obviar ese diseño y disfrutar de “Calma”. Porque se trata de eso, de disfrutar de un disco extraordinario. Y a los prejuicios que les vayan dando.

 

 

Anterior crítica de discos: “He matado al ángel”, de Pájaro.

 

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