Cada noche a las nueve, de Julian Gloag

Autor:

LIBROS

«Un estremecedor relato que habla de nuestros miedos y de la imperfecta tensión entre la realidad deseada y la realidad que se impone»

 

Julian Gloag
Cada noche a las nueve
IMPEDIMENTA, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El principio no puede ser más sugerente. Una madre vive con sus siete hijos en una casa ubicada en cierta ciudad inglesa. La rutina y la alegría reinan en ese hogar; pero la madre cae enferma y poco a poco va a apagándose hasta que fallece. Entonces deciden enterrarla en el jardín porque no tienen ningún familiar cercano y saben perfectamente —bueno, lo sabe Elsa, la mayor— que irán a un orfanato. Así que intentan seguir con su vida habitual: ir al colegio, hacer la compra y la comida y cobrar el cheque mensual con la firma de su madre imitada por Jiminee, uno de los hermanos pequeños.

Se trata de una novela de 1963, recuperada gracias a la iniciativa de Impedimenta y de esa bendita moda en que han entrado las editoriales independientes de nuestro país de recuperar obras que son a la vez magníficas y están olvidadas. Su autor, Julian Gloag, londinense, paso varios años trabajando en Nueva York como editor, y después emigró a Francia. Quince años después, Gloag mantuvo una polémica con Ian McEwan porque su novela Jardín de cemento —con versión cinematográfica que tiene como protagonista a Serge Gainsbourg— mostraba muchas similitudes con la que reseñamos.

El interés de Cada noche a las nueve reside en múltiples factores, y el primero es el diseño de personajes. Cada uno de los hermanos está individualizado y se desliza por el relato con dudas y transformaciones. Si Elsa, de trece años, asume el mando en un principio, casi de golpe Hubert, el tercero es el que encara la situación con más madurez, enfrentado siempre a Dinah y Dunstan, más amargos en su carácter. Los tres pequeños, Jiminee, Gerty y Willy, van por su cuenta.

De pronto, en el año y pico que ocupa el tiempo interno de la novela, van sucediendo cosas, muchas cosas. Hacen, a su manera, con ladrillos que estaban en el jardín un cobertizo, que para ellos es un mausoleo que llaman tabernáculo, y escuchan la voz de su madre, arañando una corteza fantástica que no se llega a desarrollar de todo porque va dominando un costumbrismo, que a veces es más fantástico que lo sobrenatural. No de otra manera se ha de tomar la invitación de la amable pareja de ancianos, sus vecinos, para tomar el té o la aparición de su profesora para hablar con su madre. O el encuentro de Hubert, castigado tras las clases y paseante solitario de vuelta a casa, con un policía.

Pero el topetazo más sorprendente lo descubrirá el lector casi acabado el otoño posterior a la muerte de la madre. Ahí se trastocan las relaciones entre todos los hermanos y se llega a un final que había estado latente, en una lucha entre sentimientos y poder, entre la luz de la nieve que cae y alumbra la alegría de los muchachos y las sombras.

Cada noche a las nueve tiene mucho de cuento popular. Hagan memoria de cuántos relatos infantiles comienzan con una situación de orfandad, de cuántos utilizan el número siete (las siete cabritas, los siete enanitos, las botas de siete leguas), de cuantos tienen un ogro o alguien que se disfraza de lo que no es, como ocurre en esta novela. La plantilla es esta, con las bases temáticas que expuso Vladimir Propp en Morfología del cuento, pero el resultado es un estremecedor relato que habla de nuestros miedos y de la imperfecta tensión entre la realidad deseada y la realidad que se impone. La segunda suele ser mucho más fuerte.

Anterior crítica de libros: Bola Ocho integral, de Daniel Clowes.

Artículos relacionados