Butterfly album (1990), el venerado disco que minó a House of Love

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30 ANIVERSARIO

«Tenían una especial habilidad para mezclar la melodía delicada con las guitarras fuertes, y una voz perfecta para dar salida a sus inquietudes»

 

Estuvieron, a finales de los 80, mirados con lupa por una industria que esperaba grandes cosas de ellos. Y House of Love no defraudaron, pero el precio que pagaron por cumplir las expectativas fue demasiado alto. Lo relata Fernando Ballesteros.

 

House of Love
Butterfly album
FONTANA, 1990

 

Tengo un recuerdo nítido y muy concreto que me lleva de vuelta a 1989. Hace tres décadas, lo que ocurría en otras partes del mundo, para un joven en España, era mucho más lejano; la percepción que teníamos era muy distinta a la actual, así que, cuando alguien cercano viajaba, por ejemplo, a Londres, además de encargarle algún disco le sometías a una batería de preguntas cuando volvía. En aquel momento tenía a los grupos de Manchester en la cabeza, así que mis dudas iban por esos derroteros, y cuando mi amigo volvió de su viaje yo le acribillé: quería saber si por allí se hablaba todo el rato de los Stone Roses o de los Inspiral Carpets. Lo sorprendente, sin embargo, fue que me respondió con otro grupo: los House of Love.

La suya es una de esas historias que se podría resumir en una frase como «lo que parecía que iba a ser y no fue». A finales de los ochenta todo indicaba que se iban a comer el mundo y, lo que son las cosas, entonces todo se empezó a torcer y casi nada volvió a ir por el buen camino para ellos. Personalidades complicadas, excesos… hubo muchos motivos que nos pueden ayudar a comprender por qué los planes no salieron bien.

 

Despegue londinense

Formados en Londres, en 1986, cuando el guitarrista Terry Bickers contestó a un anuncio que puso el cantante Guy Chadwick en la prensa musical, los House of Love no tardaron en convertirse en una de las sensaciones de la independencia. Sus primeros movimientos muestran la entrada en escena de un personaje clave en su despegue: Alan McGee, el capo del Creation. Y es normal que alguien con su olfato se fijara en ellos: tenían una especial habilidad para mezclar la melodía delicada con las guitarras fuertes, y una voz, la de Chadwick, que parecía perfecta para dar salida a las inquietudes sobre las que cantaba.

“Shine on”, “Real animal” o “Christine” eran singles incontestables y un aperitivo más que suculento para su primer larga duración, The House of Love, editado en 1988 y registrado en poquito más de una semana. Esa urgencia también se reflejaba en un trabajo que les situó, definitivamente, en el mapa. Hubo otros factores importantes, y nombres propios como el de John Peel, otro peso pesado de la industria que les dio su bendición al votar “Destroy the heart” como single del año. Y así estábamos cuando mi amigo llegó a Londres.

En aquel momento debían refrendar, con su siguiente disco, todo lo bueno que se había escrito sobre ellos. Su fichaje por Fontana, después del revuelo que había causado su puesta de largo, disparó las expectativas externas y la presión en el seno de la banda. Por si esto fuera poco, la grabación del disco se convirtió en una colección de contratiempos, obstáculos que tuvieron que ir sorteando a duras penas, dejándose por el camino buena parte de sus energías y algo de su salud mental.

 

Desfile de productores

Nada más y nada menos que cuatro productores se encargaron, en algún momento, de intentar llevar a buen puerto la nave. Fueron desfilando de uno en uno mientras el grupo desfilaba por unos cuantos estudios, y la desesperación entre sus miembros no dejaba de crecer. Si alguien se hubiese preocupado por ellos, considerándolos algo más que una posible máquina de conseguir billetes, y les hubiese aconsejado bien, tal vez la cosa podría haber sido distinta. Pero allí todo el mundo presionaba y esperaba obtener su parte. Y mientras, los egos de los artistas, principalmente los de Guy y Travis, colisionaban.

 

El repertorio

Alguno se estará preguntando, a estas alturas, que salió de toda aquella sucesión de acontecimientos que amenazaba desastre, y lo cierto es que las canciones merecían mucho la pena. Eso, al final, es lo que más nos importa. El disco, homónimo como su debut pero rebautizado como “Butterfly” por la mariposa de su portada, alcanzaba una gran altura en buena parte de su minutaje. Para la ocasión volvieron a tirar de “Shine on” que, sin llegar a impulsarles a lo más alto de las listas, sí que se plantó en el Top 40 de varios países. Y había más: “Blind” avanza por el lado frágil y lleno de delicadeza de los House of Love, mientras que “I don’t know why I love you” es otro single de efectos, al menos tan inmediatos, como los de “Shine on”. Y qué decir de ese homenaje a la música que es “The Beatles and the Stones”, otra maravilla del lado suave. Entre las dos caras del grupo estaría “Never”, y cuando les daba por forzar la máquina, también eran capaces de entregarnos perlas rugosas como “In a room” o “32th floor”.

 

Crisis interna

El disco era bueno, pero se había cobrado una factura demasiado alta, inasumible. La salud del grupo había saltado por los aires. Sesenta actuaciones recorriendo el Reino Unido de arriba abajo fueron el detonante de la ruptura del núcleo compositor. A mitad de la gira, Bickers se fue del grupo y su puesto lo ocupó Simon Walker. El fichaje por Fontana fue el principio del fin: el guitarrista nunca vio con buenos ojos ese movimiento, intuía que por allí iban a entrar los problemas en el seno del grupo, y la verdad es que acertó. Y claro, cargado de razón, cuando vio que, efectivamente, todo comenzaba a ir mal, no perdió la oportunidad de leerle la cartilla a su compañero y enemigo. Y ya saben lo que pasa: una cosa lleva a la otra y, al final, divorcio.

Antes, en enero de 1990, había salido el disco y las críticas fueron buenas, aunque menos eufóricas de lo que el clima creado en torno al grupo había hecho prever. El elepé se despachó bien en las tiendas, llegó a vender medio millón de copias y se metió en listas. Siendo justos, no podemos decir que se tratara de un fiasco, pero, en todo caso, los señores con corbata que veían a House of Love como la gallina de los huevos de oro esperaban mucho más. La banda estaba tocada, aunque aún no hundida.

 

Últimos cartuchos

Y como a Guy Chadwick el talento le sobraba, aún tuvo los arrestos de parir otro muy buen disco casi sin solución de continuidad. Fue en 1992 cuando vio la luz Babe rainbow, una obra a la altura del nombre que le podía sostener la mirada a su predecesor. Guy vivía un buen momento creativo. Su deterioro emocional aún no había traído consigo una bajada en la inspiración. Esta llegaría, no obstante, con su siguiente paso discográfico, Audience with the mind, a la postre el testamento de esta etapa, que sí está muy por debajo de sus anteriores creaciones. Las musas también habían abandonado el edificio.

Harto de todo y de todos, Guy decidió poner fin a la aventura. Necesitaba poner tierra de por medio. Su cabeza se lo pedía. Pero ya sabemos que las rupturas en la música casi nunca son definitivas. Así se explica que, una década más tarde, House of Love comenzasen a vivir una nueva etapa. Guy y Travis volvieron a encontrarse. Atrás habían quedado los excesos y, con los egos más apaciguados, fueron capaces de volver a trabajar codo con codo.

Ya no se iban a comer el mundo. Ahora eran dos supervivientes dispuestos a disfrutar de su profesión. Dos músicos de mediana edad, lo suficientemente feos y viejos, como decía el propio Chadwick, como para dejar atrás muchas de las tonterías pretéritas. 1989 era un pasado que casi ni se divisa al volver la cabeza atrás. A los que no vivieron aquello, los que no tengan un recuerdo tan nítido como ese del que hablábamos al principio del artículo, les insto a que escuchen aquellas canciones. Seguro que pueden entender que semejante revuelo tenía una base sólida, y que el de House of Love fue, durante unos meses, un nombre que parecía llamado a protagonizar grandes gestas. Hoy, la principal, después de todo lo vivido, es seguir subiéndose a un escenario para volver a interpretar aquellas canciones.

Anterior entrega: Pills’n’ thrills and bellyaches: la juerga más brillante de Happy Mondays.

 

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