Bob Dylan llamando a las puertas de Sam Peckinpah

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«La interpretación de Dylan —chaplinesca según Kristofferson— no pasó a la posteridad; pero el músico firmó una banda sonora perfectamente adecuada al tono de la película»

Sobre la relación musical y cinematográfica de Bob Dylan y el director Sam Peckinpah, materializada para la historia en películas como Pat Garrett & Billy The Kid, ahonda Luis García Gil en este artículo.

 

Texto: LUIS GARCÍA GIL.

 

Corrían los años setenta entre moteros tranquilos y toros salvajes, que contó Peter Biskind en un ensayo cinéfilo imprescindible. Para Bob Dylan aquellos setenta fueron musicalmente apasionantes, y en lo cinematográfico marcan su debut como actor en el cine, en el wéstern crepuscular Pat Garrett & Billy The Kid, y como cineasta en la surrealista Renaldo y Clara.

Todo nace de su encuentro con el director de cine Sam Peckinpah, un genio absoluto que revolucionó el cine norteamericano en los años sesenta con películas Grupo salvaje, suma de poesía y violencia, que conmocionó al propio Dylan que siempre acarició el sueño de ser una estrella del cine, como si no le bastara ser desde los años sesenta una leyenda de la música popular.

Dylan encuentra a Peckinpah e interpreta en su película a un personaje secundario, parquísimo en palabras, Alias, amigo de Billy el Niño, al que dio vida el tejano Kris Kristofferson en cuya carrera se cruzan la música country que cultivó con maestría y el cine que le llevó de Peckinpah a Michael Cimino, parte de los sueños de una nueva generación de cineastas norteamericanos que rodaron su primera película en los años setenta, en el caso de Cimino, la estupenda y minusvalorada Un botín de 500.000 dólares, con el mecenazgo del gran Clint Eastwood.

Pero no caben desvíos en este relato que viaja hasta la mexicana Durango, donde, un 13 de noviembre de 1972, comenzó el rodaje de Pat Garrett & Billy The Kid. Dylan, ya en la treintena, había vivido muchas vidas en una sola, trasladándose con su mujer Sara y sus hijos hasta Durango para rodar con Sam Peckinpah, el director de Grupo salvaje.

La expectación es máxima por su parte. La historia de la película se basaba en hechos reales, los que unieron al pistolero a sueldo Billy el Niño y a otro forajido, Pat Garrett, que se convertiría en sheriff y en verdugo final de su amigo. Cosas del destino y del salvaje oeste. A Pat Garrett lo interpretó James Coburn, el carismático actor canoso que recordó en una entrevista que Peckinpah no tenía ni la más remota idea de quien era Dylan antes de empezar a rodar.

En el reparto también figuraba la actriz mexicana Katy Jurado, que empezó a hacer cine cuando Dylan era apenas un bebé. La legendaria Katy Jurado a la que Luis Eduardo Aute, confeso admirador de Peckinpah y del primer Dylan, dedicó la canción “Cinco minutos” y que llegó a tocar en Durango.

Dylan firmó también la banda sonora de Pat Garrett & Billy The Kid, como no podía de ser de otro modo, metido hasta el fondo en aquel rodaje polvoriento que no fue precisamente feliz. Hay que tener en cuenta que Peckinpah, próximo a la cincuentena, bebía por encima de sus posibilidades y su carácter difícil repercutió en la armonía de la película y en su relación tirante con la Metro- Goldwyn Mayer.

En tales circunstancias el rodaje se tornó complicado por las constantes extravagancias y salidas de tono del cineasta. Pese a todo, Pat Garrett & Billy The Kid queda en la historia del cine como un wéstern notabilísimo, con esa melancolía elegiaca tan característica de Peckinpah. La interpretación de Dylan —chaplinesca según Kristofferson— no pasó a la posteridad; pero el músico, que ya arrastraba el peso de su leyenda, estaba allí, con Peckinpah, entre Coburn y Kristofferson, y dispuesto a firmar una banda sonora que se adecuara perfectamente al tono de la película, pese a las reticencias y desconfianza de Jerry Fielding que trató de supervisar desde su experiencia en bandas sonoras el trabajo de Dylan.

El de Minnesota contó para la música de la película con un grupo de músicos de lo más variado, entre los que estaban el multinstrumentista negro Booker T. Jones, el guitarrista Roger McGuinn, alma mater de The Byrds que habían hecho suya “Mr. tambourine man”, y el músico folk Bruce Langhorne. Aparte de la música wéstern incidental, Dylan dejó para la posteridad una de sus piezas históricas y genuinas, ese torbellino titulado “Knockin’ on heaven’s door”. Dylan llamando a las puertas del cielo, tras llamar a las de Sam Peckinpah.

Dylan gesta en 1975 el álbum Desire, una absoluta maravilla que viene tras otra maravilla, Blood on the tracks. El otoño que en España fenece el dictador Franco, gira con la Rolling Thunder Revue y el escritor Sam Shepard, que es testigo de excepción, escribe un libro memorable sobre aquello, hecho a base de vibrantes y brillantes fogonazos, de momentos de vida en la carretera.

De todas las canciones de aquel fascinante Desire, “Romance in Durango” es la que lleva hasta México, al rodaje de Pat Garrett & Billy The Kid y a los excesos con la botella de Sam Peckinpah. Dylan cantaba en ella una estrofa en español y dibujaba toda la atmósfera de una película del oeste, con ese violín inconfundible de Scartet Rivera que, como apuntó Howard Sounes en su biografía de Dylan, vino a definir el sonido de todo el álbum.

Escuchar “Romance in Durango” y ver a continuación Pat Garrett & Billy The Kid, donde suenan como un viento salvaje los versos de “Knockin’ on heaven’s door”, es una experiencia complementaria que nos lleva al Dylan que debuta en el cine y estrecha la mano de Sam Peckinpah, el hombre que había filmado uno de los wésterns más rompedores e icónicos de la historia del cine, Grupo salvaje.

“Romance in Durango”, donde se dice que nació el revolucionario Pancho Villa, con sus chiles picantes y el sol abrasador en el que el protagonista, un prófugo del viejo oeste, se fuga con una chica llamada Magdalena y Dylan canta como en un corrido: «No llores, mi querida/ Dios nos vigila/ pronto llegaremos a Durango/ Agárrame mi vida/ el desierto ya se acaba/ y pronto bailaremos un fandango…». Versos en español dos antes de barruntar la posibilidad de grabar un disco con sus canciones traducidas por Diego A. Manrique, proyecto que nunca se concretaría.

“Romance in Durango”, entre ruinas aztecas y campanas en la torre de una iglesia; una canción que podría haber filmado en sueños el mismísimo Peckinpah que, el año del álbum Desire, filmó The killer elite, película que por estos pagos se llamó Los aristócratas del crimen. Una obra menor, pero con algún momento inspirado, de esos que sabía filmar el cineasta californiano cuyo espíritu indudablemente pervive en una canción como “Romance en Durango” que Dylan escribió junto a Jacques Levy, letrista y director teatral, muy presente en el álbum, y que ya había escrito letras con Roger Mc Guinn que participó, como antes referí, en la banda sonora de Pat Garrett & Billy The Kid.

Porque todo se termina cruzando hasta conformar un relato que termina conduciendo a una fotografía de 1973, en la que Dylan y Peckinpah miran a cámara en un descanso del rodaje del wéstern que los unió. El cineasta con gafas de sol dándole instrucciones al cantante que lleva sombrero de ala ancha, camisa y delantal. El encuentro de ambos personajes, a su modo esquivos y genuinos, resumido en una fugaz instantánea en blanco y negro.

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