Bob Dylan: 75 años en plena forma

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“Su producción reciente, del citado ‘Time out of mind’ al estupendo ‘Tempest’, liquida cualquier posibilidad de situarlo junto a sus compañeros generacionales”

 

Julio Valdeón homenajea a Bob Dylan el día de su 75 cumpleaños, recordando la maestría de su cosecha desde “Time out of mind” y los aciertos de los años 80. Un recorrido por un autor con tal leyenda que solo compite consigo mismo.

 

Texto: JULIO VALDEÓN.

 

Que Bob Dylan no es Rod Stewart lo saben hasta los ventrílocuos del telediario. Digo Stewart, al que aprecio, por resaltar lo obvio. Incluso cuando recrea los clásicos del cancionero previo al rock and roll, como en los recientes «Shadows in the night» y «Fallen angels», el de Duluth transita por vías poco exploradas. Con su voz áspera, maltratada por cincuenta años de nicotina y conciertos, ha rediseñado las grandes baladas del swing mediante infusiones de country crepuscular. Un baño nocturno. Alucinado. Lejos de las versiones convencionales, entre fatigadas y pintorescas, que propuso el bueno de Stewart en su exitosa pero al cabo prescindible serie de los «The great american songbook».

A estas alturas del viaje escribir sobre Dylan resulta fútil. Hay tantos hombres bajo la piel de Mr. Zimmerman, del héroe beatnik al hacedor de folk combativo, el visionario ácido, el revolucionario, el amante del country, el predicador sulfuroso, el saboteador de su propio legado, el hijo de la Carter Family, el cabrito empeñado en martirizar a sus fieles, el divo caprichoso, el músico insobornable, el pintor, el memorialista, el escultor, el director de películas infumables, el locutor de radio, que el cronista se ve ante el imposible reto de describir el Himalaya. Cuando no homenajea a Sinatra, rueda un anuncio coches. O publica una autobiografía perversa. O concede su mejor entrevista en siglos a una revista de jubilados. O divaga sobre la reencarnación, los ángeles del infierno, el góspel y los cuerpos celestes en una charla delirante y sabrosa con Rolling Stone. O capitanea una reedición de sus grabaciones clásicas, bien diseñada por su mánager, Jeff Rosen, que debería estudiarse en las escuelas de negocios y las facultades de arte.

A veces incluso graba discos sublimes. Lo viene repitiendo desde «Time out of mind» de 1997. Luego de unos ochenta calcinados por las malas decisiones editoriales. Sepan que durante su etapa más gris escribió canciones prodigiosas. ‘Pressing on’, ‘The groom’s still waiting at the altar’, ‘Every grain of sand’, ‘Angelina’, ‘Tell me’, ‘Blind Willie McTell’, ‘Foot of pride’, ‘City of gold’, ‘Caribbean wind’, ‘Jockerman’, ‘Lord protect my child’, ‘When the night comes falling from the sky’, ‘Dark eyes’…

Cualquier artista con semejante cosecha figuraría entre los elegidos. El problema es que Dylan no competía contra Kris Kristofferson o Townes Van Zandt. Tampoco con Neil Young o Lou Reed. Dylan compite con Dylan. O sea, con «Highway 61 revisited», «Blonde on blonde», las «Basement tapes», «John Wesley harding» o «Blood on the tracks». Es lo que tiene cuando, lejos de medirte con el canon, tú eres el canon.  Shakespeare ante el espejo. O Dante reflejado en una tradición que, en buena medida, él mismo ha creado.

Su producción reciente, del citado «Time out of mind» al estupendo «Tempest», liquida cualquier posibilidad de situarlo junto a sus compañeros generacionales. Mientras aquellos dedican sus días a una irrelevancia artística incuestionable, incapaces de aportar nada remotamente parecido a sus grandes obras, Dylan todavía sorprende. Muy capaz de entregar grandes discos, «Love & theft» y canciones arrebatadoras (‘Mississippi’, ‘Red river shore’, ‘High water’, ‘Sugar baby’, ‘Nettie moore’, ‘Working´s man blues #2’, ‘Ain´t talkin´’, ‘Beyond here lies nothin’, ‘Forgetful heart’, ‘Scarlet town’, ‘Tin angel’, ‘Pay in blood’, ‘Tempest’…)… no queda otra que aplaudir.

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