“Blue motel”, de Bart & The Bedazzled

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DISCOS

“Un disco que prueba, una vez más, que la brillantez no entiende de grandes presupuestos, tan solo de talento”

 

bart-and-the-bedzzaled-26-04-18

Bart & The Bedazzled
“Blue motel”
LOVEMONK/LÉGÈRE/BURGER

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Hay que decirlo más: Bart Davenport es un crack. Se nos olvida con frecuencia. Ni el blues (en sus inicios), ni el folk rock sedante ni el soft rock especiado con aromas de bossa nova (en su fase de madurez) guardan secretos para él, pero lo relevante es su forma de modelar patrones entrados en décadas a pleno antojo, siempre con característico sello costa oeste y canciones radiantes como soles. Ahora se nos presenta oculto tras enseña grupal (Bart & The Bedazzled), aunque eso no es más que un ardid estético, porque en esencia sus acompañantes son básicamente los mismos que en “Physical world” (2014), el que fuera su último disco: Wayne Faler a la guitarra, Jessica Ezpeleta a la batería y Andrés Rentería a las baquetas.

El factor distintivo es el giro, ya exuberantemente notorio: si cortes de aquel álbum como ‘Vow’, ‘Fuck fame’ o ‘Dust in the circuits’ (la más reproducida –de largo– en plataformas de streaming) ya alertaban del creciente interés por los sintetizadores vaporosos y la imaginería urbana de los años ochenta, este disco no hace más que acreditarle como el más brillante legatario de los Prefab Sprout más elocuentes, los de la era “From Langley Park to Memphis” (1988), los que tallaron su particular sueño americano, sin que eso signifique que a su música haya que adherirle fecha de consumo preferente.

“Blue motel” resuelve de forma refulgente una ecuación de pop estilizado a través de extraordinarias composiciones como el tema titular, ‘The amateurs’, ‘Your sorrow’, ‘Grownups’, ‘Life under water’ o ‘What’s your secret (Cleo)’, las dos últimas apuntaladas por un saxo (el de Billy McShane) con el que Barto prueba que anda cerca de aguantarle la mirada sin pestañear al mejor Dan Bejar (Destroyer). Palabras mayores. La producción de Aaron M. Olson (al volante del synth pop cinemático de L.A. Takedown) es el barniz que da sentido a un disco que prueba, una vez más, que la brillantez no entiende de grandes presupuestos, tan solo de talento. Davenport puede marcarse un estupendo trabajo de yacht rock a su manera, tal y como cabe encajarlo en pleno 2018. Aunando sonido lujoso y recursos que nunca nadan en la abundancia. Porque él lo vale. Ojalá mucha más gente lo acabe disfrutado.

Anterior crítica de discos: “Inmersión radical en la melancolía”, de Javier de Torres.

Carlos Pérez de Ziriza.

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