Bajo el barro, de Rubén Sánchez Trigos

Autor:

LIBROS

«Un texto que realmente es como un pasaje del terror»

 

Rubén Sánchez Trigos
Bajo el barro
PLANETA, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Que una novela esté destinada a un público adulto no es baremo para medir su calidad, y que esté dirigida a un público juvenil tampoco le resta mérito. Aparte de que estas convenciones resultan obsoletas, una novela juvenil lo es porque algunos de sus personajes lo son y porque no se procura tanto que el estilo tenga protagonismo. Por lo demás, igual que cualquier otra, tanto más si al texto lo avala la pluma de un estudioso del cine de terror y exitoso guionista que ha participado en películas tan valoradas como Verónica. No es tampoco esto garantía de calidad, pero sí de que el autor entiende de qué está hablando.

La historia comienza en un instituto. El de la ficticia Colonia Monte Laurel, situada más allá de Aluche, donde unos alumnos deciden realizar, en un almacén conectado con la biblioteca, un pasaje del terror. Nada fuera de lo común, fue habitual hace unos años. Se oscurecía un aula, se ponía el esqueleto del laboratorio de biología y los estudiantes pasaban entre mamparas para asustarse. Pero, en este caso, los ingenieros son tres chicos poco integrados y reacios a participar en la fiesta.

El problema estriba en que los primeros cuatro adultos que entran, familiares de los chicos que son artífices del pasaje, desaparecen durante todo un día. Simplemente no están. Y aparecen al final del día sin que nadie sepa dónde han estado. De aquí parten numerosos caminos. El camino de la construcción del instituto, el de antiguas leyendas de la colonia, el de los padres de los tres alumnos, y el de ellos mismos.

No podía desentenderse una historia de jóvenes y de instituto de la presencia del acoso, casi resulta obligado. Los tres alumnos lo sufren, y sus familiares, de una forma u otra, también. No resulta muy desmesurado acordarse de Carrie, la historia de Stephen King, a la que se menciona en algún momento del texto. Y como en Carrie, poco a poco la novela se va convirtiendo en un análisis de nuestros recuerdos, nuestras percepciones y nuestros miedos. De cómo nos atenazan y no desaparecen.

Es un texto de extensión considerable, así que —como en toda buena novela de género— los personajes secundarios en ocasiones pasan a primer plano y enredan sus historias en un nudo narrativo que imbrica todas las tramas. La única tacha es que se trata de un texto en ocasiones repetitivo, son muchas páginas y una buena labor de podado hubiera reducido la extensión y acrecentado la intensidad. Quizás los jóvenes de hoy en día busquen esto, recrearse en la historia, aunque sean informaciones que ya tienen, pero eso no molesta excesivamente al buen hacer de un texto que realmente es como un pasaje del terror.

Anterior crítica de libros: Boy about town, de Tony Fletcher.

 

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