Así es «Lo niego todo», el nuevo disco de Joaquín Sabina

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Tres semanas antes de que vea la luz, Efe Eme acude a la preescucha del nuevo disco de Joaquín Sabina, «Lo niego todo», en presencia del propio autor. Allí estuvo Arancha Moreno.

Texto: ARANCHA MORENO.

“Joaquín Sabina con Pereza…”, comentábamos dubitativos hace ocho años sorprendidos al verles juntos tocando ‘Tiramisú de limón’. Que levante la mano quien esperaba un tándem semejante abriendo “Vinagre y rosas”; veremos arriba muy pocas. Venían de dos mundos distintos, de dos públicos contrarios, de dos generaciones completamente diferentes. Sin embargo, había algo que no desentonaba. Lo que no esperábamos es que aquello fuese solo el principio de algo mucho mayor. No sabíamos que, mientras Leiva empezaba a trabajar en la promoción de “Monstruos”, iba a recibir una llamada de Joaquín. Quería que viajase a su casa de Rota para enseñarle sus nuevas canciones, quería trabajar con él. Volvía al estudio después de largo tiempo y quería salir del confort añejo. Necesitaba recuperar la ilusión.

Tener nuevo guía también implicaba otros compañeros de trabajo. La banda de Leiva ejerce de colchón instrumental; Olga Román reaparece en sus coros después de muchos años de ausencia y su sempiterno Antonio García de Diego le acompaña con una guitarra portuguesa. De la mezcla se encargan Carlos Raya (en siete temas), Joey Blaney y Juan González. Leiva compone varias músicas, y para otras llaman a Ariel Rot, Jaime Asúa y Pablo Milanés. Para una de ellas, incluso, se junta mano a mano con Rubén Pozo. Cinco años después de matar a Pereza, vuelven a unir fuerzas para un motivo poderoso: escribirle una música al flaco.

El cóctel es viejo y nuevo. No se trata de borrar las huellas del camino, solo de pisar un poco más lejos, de mirar más allá. Lo hemos comprobado al escuchar el adelanto homónimo de ‘Lo niego todo’: un tema que empieza a piano y voz, que crece para desmentir la leyenda del suicida y la del bala perdida, y que acaba disolviéndose entre las teclas blancas y negras y el grano en la garganta. El cambio es notable: encontramos el sonido de Leiva marcando el pulso, pero sobre él se sostiene, erguido y certero, Joaquín.


Tres semanas antes de que vea la luz el disco, la prensa se arremolina en la sala central de Sony, donde estamos preparados para escuchar las doce canciones. ‘Quién más, quién menos’ parece adentrarnos en el Oeste, y estadounidense suena también ‘No tan deprisa’, un homenaje a JJ Cale que firman los excompañeros de Pereza en la que podríamos adivinar la mano de Raya abrillantando. Seguimos en el continente americano, pero un poco más abajo, para encontrarnos con ‘Postdata’, donde se abre paso la inconfundible guitarra del argentino Rot. Han pasado veinte años desde su colaboración en ‘Jugar por jugar’ y ‘Viridiana’, y firma de nuevo una “mexicanada” donde se canta a un amor rompiendo otro mito: “Ni tú eras para tanto / ni yo soy para ti”.

Nuevas maneras

Cuando el disco llega a la mitad, nos topamos con el adelanto ‘Lágrimas de mármol’, que fusiona bien las maneras del nuevo equipo. La música es completamente Leiva, con momentos de ese punto épico que reconocemos en “Monstruos”, pero la letra y la voz agrietada -al que casi sentimos tomar aire para empuñar las sílabas finales- son puro Sabina. “Superviviente, sí, ¡maldita sea!,/ nunca me cansaré de celebrarlo, / antes de que destruya la marea/ las huellas de mis lágrimas de mármol, / si me tocó bailar con la más fea, / viví para cantarlo”. Es ahí donde hallamos una de los grandes aciertos en la nueva producción: el escritor esdrújulo, de frases kilométricas, ya no verborrea sin medida. Es la música la que marca el pulso, la que obliga a centrar la escritura, a pulirla, a acotarla. Que luzcan los versos, sí, pero que encajen. Que la música lleve a la letra, que las palabras no arrastren la melodía sin control ni medida. Un difícil ejercicio de contención y precisión.

Justo después, sin embargo, nos encontramos la belleza de ‘Leningrado’, que sí rompe un poco la mesura y pide un desarrollo más largo. Esconde detrás un amor vetusto y lejano, una historia sabinera de las que dejan huella, envolvente, emocionante, mayúscula. Una auténtica joya que, según reconocerá después en una conversación informal, es una de las que más le costó escribir.

‘Canción de primavera’ suena alegre y mediterránea (quizá sea esa la guitarra portuguesa de García de Diego), pero ‘Sin pena ni gloria’ y ‘Las noches de domingo acaban mal’ vuelven a centrarnos en el rock que más gusta al productor. El tramo final del elepé, sin embargo, es más variopinto. ‘¿Qué estoy haciendo aquí?’ aborda a ritmo de reggae una historia oscura, quizá de violencia doméstica, que nos desubica ligeramente por cómo está contada (¿Sabina haciendo reggae?, extraña mezcla, y extraño lugar). ‘Churumbelas’ divierte con su rumba pizpireta, con un texto que guiña a Farruquito, a Chano, al Lebrijano, a Marifé, a Lole y Manuel, y casi podemos ver al poeta apoyado en su ventana, siguiendo el rumbo de tres mujeres con problemas que bajan de Tirso de Molina a Lavapiés. Y ahí llega ‘Por delicadeza’, un cierre a guitarra, armónica y voz en el que productor y autor se reparten las estrofas casi desnudas. El contrapunto más intimista de un álbum de corte luminoso y vital.

Han pasado doce canciones y se diría que han volado ante nuestros oídos. Mientras llega a los del público, tal vez alguno tenga miedo a los cambios, pero no teman: encontrarán la esencia sabinera y el espíritu rockero de antaño bien actualizado. Tal vez sea un traje distinto, pero no desnaturalizado ni extraño: al fin y al cabo, Leiva creció escuchando a Joaquín, y ahora Joaquín ha crecido bebiendo de Leiva. Cíclico y hermoso.

Aún estamos escuchando los últimos acordes del álbum cuando Sabina irrumpe en la sala, ante la prensa, y sonríe ante la avalancha de aplausos. “Las canciones se explican solas, y si no se explican solas poco hay que decir”, advierte. Confiesa que han nacido en un “clima raro” y “con entusiasmo”, y asegura que a sus musas “les habían salido varices y les olía el aliento”, pero al trabajar con Benjamín Prado y Leiva recuperó una ilusión perdida: “Hacía quince años que no sentía esa felicidad creadora”. El maestro está de vuelta, entusiasmado y feliz.

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