Ariel Rot: “La imperfección tiene swing” (parte I)

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“Un disco es algo que aparece pequeñito, al fondo, una especie de piedra que va cayendo y de repente es un meteorito gigante que abarca toda tu vida”

 

A punto de ver la luz “La manada”, Ariel Rot nos recibe en su casa madrileña para hablarnos de sus once nuevas canciones. Una entrevista de Arancha Moreno dentro de la semana especial dedicada al argentino en EFE EME.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: ALFREDO TOBÍA.

 

Con Ariel Rot lo fácil es perder la cuenta. Este año cumple cuarenta en la música y se encuentra en una especie de ecuador profesional: pasó la primera mitad en grupos de éxito, Tequila y Los Rodríguez, y la otra mitad encargándose de sí mismo, siendo solo Rot. Sus dos vidas las ha dedicado al rock and roll, a escribir una colección bien envidiable de canciones que nos sobrevivirán a todos, aunque no las interprete en grandes estadios alrededor del mundo. Su último repertorio ve la luz este viernes, 16 de septiembre, bajo el título “La manada” (Warner), un disco producido por José Nortes donde vuelve a demostrar por qué es historia viva del rock español. Para hablarnos de las nuevas canciones nos recibe en su céntrica casa madrileña, en esos “cuarteles de invierno” a los que cantaba en el tema ‘Problemas’. Está comenzando septiembre y el vinilo de su nuevo trabajo preside un salón luminoso, lleno de discos y una espléndida radio de los años treinta. Y aunque en el proceso le sobrevuele la duda de repetir la hazaña, ha vuelto a ocurrir: está a punto de soltar a «La manada», y parece feliz.

 

Ariel, ¿calculas el número de discos que llevas? En tu caso ya he perdido la cuenta.
Alguna vez me he puesto, pero no todos los discos son iguales. El “Disco pirata” de Los Rodríguez no sé si llamarlo disco, o el “Hasta luego”, ahí no tuve la sensación de grabar un disco, ni en mi acústico. Un disco es algo que aparece pequeñito, al fondo, una especie de piedra que va cayendo y de repente es un meteorito gigante que abarca toda tu vida. Los primeros pasos en el disco ocupan un porcentaje pequeño de tu atención diaria, y piensas: “Qué bien, este disco lo estoy llevando genial, no me estoy obsesionando…”. Pero según se va acercando… Para mí el verdadero disco es eso, el proceso de creación, a esto le dedico un año de mi vida. Empieza poco a poco y llega un momento que no piensas en otra cosa. Es interesante el momento en el que estás tan absorbido por el disco y tan desvinculado de la vida real [ríe].

 

¿Eso sucede de manera gradual, lo de ver cómo va llenando cada vez más tus días y encontrarte completamente envuelto en ello?
Hay picos, de repente empieza la grabación y los días previos hay incertidumbre, inquietud. Empiezas a grabar y te relajas, empiezan a fluir las cosas, pero llegan las mezclas y te vuelves loco otra vez, luego la portada… hay momentos en los que la tensión crece, sobre todo cuando tienes una fecha para decidir algo. Para mí eso sería un disco. ¿El “En vivo mucho mejor”? Sí, le dediqué dos o tres meses, pero hay diferentes categorías. Discos como “La manada” marcan mucho, es un cambio de piel, hay un antes y un después. “La huesuda” fueron tres años, todo giraba alrededor de eso, hasta hice un vino que se llamaba “La huesuda”.

 

Y te lo bebiste…
Bueno, mucho dinero no gané, pero el vino me lo bebí [ríe].

 

Siempre cuentas que “La huesuda” fue un disco muy trabajado, muy meticuloso, y este es más orgánico. Cuando uno sale de un trabajo tan concienzudo puede encontrar más problemas para llegar de nuevo a la canción sencilla, a esa canción a la que aludes en el tema ‘En el borde de la orilla’. ¿Cómo ha sido ese proceso?
Pues fue una de las primeras letras que hice, sí. La verdad es que empecé muy bloqueado, un poco angustiado, al principio siempre empiezo a coquetear con diferentes proyectos. ¿Y si hago un disco y lo grabo en directo? Me ofrecieron hacer unos dúos, la teoría mercantil a un artista…

 

¿Te tienta?
No, al revés. A un artista de mis características, o sea, de muchos éxitos muy potentes pero de hace mucho tiempo, la teoría dice que aunque hagas el mejor disco de tu vida, tu estatus no va a cambiar, la gente va a querer seguir escuchando tus viejos temas, como a Leonard Cohen o a Lou Reed, pesa mucho eso. Finalmente empiezas a manejarte como en un gueto, tienes un público cautivo [ríe], y siempre las compañías te tientan como si fuera la mejor manera de amplificar tu público. Se manejaron distintas propuestas, y como no me salía ningún tema, no era mala idea [ríe].

 

¿Un colchón salvavidas, por si no fluían las canciones?
No, la verdad es que no veía nada claro eso de pensar en invitados de una manera poco natural.

 

 

Además ya lo hiciste de manera natural, en el disco “Dúos, tríos y otras perversiones”.
Sí, con gente que era muy cercana y me apetecía en ese momento, y esto era forzado. Tuvo que ver con cierta crisis personal, con insomnios, estaba bastante desquiciado. Me encerraba en el local con la guitarra a todo volumen y cantaba y gritaba, practicaba el grito primal y me quedaba más tranquilo [ríe], y cuando veía algo interesante lo grababa. Era todo muy caótico. De ahí salió ‘Espero que me disculpen’, que parece una letra muy cachonda pero es muy tremenda.

 

Es cierto: la música de ese tema destila mucha energía, puro rock and roll, y hay cierta sorna, pero si solo lees la letra, es dura. “Si me encuentran en la soga, espero que me disculpen”, dices en el estribillo.
Creo que es de las letras más duras, sí. Aparte trae algunos recuerdos un poco espeluznantes… fíjate, en esa crisis salió bastante material: “hace días que no duermo, voy a confiar en la ciencia, la magia y la astrología”, como diciendo: “Ya, por favor, ¡que me saquen de este estado!”. No diría que lo he superado del todo, quedan las nubes a lo lejos, a veces se acercan, pero eso sería hablar de temas demasiado personales, y hablamos del disco. Esos días escribí mucho, le dediqué mucho tiempo a pulir, me di cuenta de que repetía palabras…

 

Todos tenemos un lenguaje propio, hay palabras que usamos más y formas de contar las cosas, y tú musicalmente también.
Sí, pero en “La huesuda” no pasaba eso, la escribía muy pausadamente, sin urgencia. Aquí me encontraba con la misma palabra. En algunos casos lo dejé, en teoría no me gusta hacerlo, pero esto no es poesía ni literatura.

 

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“A un artista de mis características, de muchos éxitos muy potentes hace mucho tiempo, la teoría dice que aunque hagas el mejor disco de tu vida, tu estatus no va a cambiar, la gente va a querer seguir escuchando tus viejos temas”

 

Es algo orgánico, y tú defiendes la imperfección en el rock, ¿tiene que ver con eso?
Sí, la defiendo, la perfección del rock ha hecho que pierda emoción. Esos discos con algo desafinado, ruidos… conmovían, movilizaban algo. Con la belleza pasa lo mismo. La imperfección tiene swing, en la perfección se juega más con la habilidad y el entrenamiento, pero no con la emoción.

 

Entre esas canciones con “grito primal”, ¿estaba también ‘Una semana encerrado’?
La letra sí, pero la dejé ahí. Cuando se me acaba el material empiezo a coger textos, me encierro, me lo pongo delante, y trabajo en distintos estados: un día por la mañana, fresco, otro día después de comer con un amigo y tomar un par de botellas de vino… Y esta salió así, después de un par de botellas de vino con un amigo músico, me encerré en el local y salió sola. Ya había probado distintas cosas que no me acababan de convencer.

 

¿Puede tener un aire a Lou Reed?
Yo la veo un poco rock argentino, algún tema de Charly [García], algún tema de Fito [Páez]… y algún tema de Lennon.

 

¿Qué hay de ‘Se me hizo tarde muy pronto’?
Ahí ya estaba un poco mejor. Esa frase la escuché por ahí [ríe], esta la dijo mi hijo. Se refería a una noche en concreto, me encantó la frase y la escribí. Fue una canción más desde la sobriedad.

 

La frase parece de alguien que quería trasnochar un poco más, pero está tratada como una reflexión vital.
Sí, eso fue lo que me hizo gracia. Mi hijo preguntó la hora en una fiesta y se le hizo tarde muy pronto. Luego empecé a pensar cómo esa frase es tan aplicable a la sensación de este momento de la vida, un nuevo momento. Creo que eso fue lo que generó este disco, la sensación de que estaba en un proceso de adaptación a un nuevo momento de mi vida, eso creó una especie de fricción muy grande que luego he ido encajando. Y habrá que seguir encajando.

 

Ese tema te lleva preocupando varios discos…
[Piensa] Yo no diría que preocupando, nunca fui consciente de ello hasta “Lo siento, Frank” o “Ahora piden tu cabeza”, cuando una periodista me dijo que creía que ese disco hablaba del paso del tiempo. Todavía era muy joven [ríe]… creo que hay pocos temas en la vida más importantes que ese. No voy a hablar de salir de copas y ligar chicas a estas alturas, ¿no? Pero es interesante los distintos tonos que le puedes dar en general: desde el lado del humor en ‘Manos expertas’, desde la nostalgia, desde la furia, la rabia…

 

 

Y casi desde la aceptación, como ocurre en el tema que cierra tu nuevo disco, ‘Me voy de viaje’.
También, sí, incluso ‘La manada’. Nunca sé realmente sobre qué estoy escribiendo cuando escribo una canción. En ‘Se me hizo tarde muy pronto’ no reflexioné, no me dije: “Lo voy a llevar a la clásica canción, ‘It was a very good year’”. ‘La manada’ era una de esas canciones mías en las que hablo de una chica, Enredadera. La protagonista iba a ser un personaje femenino, cercano, y de repente se fue yendo a otro lugar la letra, tomó protagonismo ese grupo que se va alejando y separando, y ya nunca vuelve a ser igual. Entonces decidí dejar a la chica como un personaje secundario o detonante de la canción, pero el protagonismo lo tiene la cuadrilla, la manada, ese momento tan especial de tu vida, cuando uno siente que pertenece a una manada, algo maravilloso.

 

¿‘Una nube que pasó’ habla de una relación efímera?
Sí, un consejo [ríe], una advertencia. Musicalmente es una especie de tema de Chet Baker, le di un poco ese aire. Es de las pocas canciones que tenía la música y la melodía ya dictaminadas, y me cuesta mucho luego encajar una letra, procuro no trabajar así. En esta surgió de repente, una letra que encajó. Realidad o ficción… estos son los datos y suyas son las conclusiones.

 

¿Sueles tener canciones sin letra pendientes, a la espera de rescatarlas en algún momento?
Cuando no tienen letra se las doy a [Sergio] Makaroff [ríe], que siempre consigue ponerle alguna letra. Ahí se quedan, de repente utilizo alguna parte, un puente… las tengo en mi cabeza, tengo muy buena memoria para esas cosas.

 

Y además la ejercitas mucho, “para no olvidar”.
Sí, cuando canto las canciones procuro no tener la letra delante, prefiero equivocarme y pinchar esa frase que me equivoqué y empezar a incorporarla. Ahora, con pocos ensayos ya tengo que ir a cantar a la radio y me llevo la letra a la radio por las dudas, para no bloquearme de los nervios, pero se canta mucho mejor sin la letra delante.

 

¿No se mecaniza tanto?
No sé, estás más centrado, más hacia adentro que hacia fuera. Tengo mala memoria para muchas cosas, pero puedo acordarme de una letra antigua. Me pasó con ‘Debajo del puente’, llevaba veinticinco años sin tocarla y cuando fui a Argentina me pidieron que la tocase, allí fue un tema muy conocido. Les dije que me dejasen ver si me acordaba, y me acordé perfectamente, y es una letra larga. Si son mías, ¿eh?, hay canciones que no toco en directo porque las letras no son mías y nunca termino de aprendérmelas.

 

¿Las de Makaroff?
Sí, hay una canción que me da mucha rabia no poder cantar en directo, ‘Salto al vacío’, la adoro, pero es muy complicada, lo he intentado y me trabo con la letra, pasa algo.

 

Esa canción es maravillosa, ahí podrías saltarte la ley de no llevarte la letra escrita.
Voy a hacer el esfuerzo, a ver si la puedo tocar. Es una de nuestras canciones importantes.

 

 

Podría enlazar bien con alguna canción de este disco, a la hora de interpretarla en directo.
Ahora llega el momento de armar el show, quiero tocar bastantes canciones del disco.

 

¿No todas?
Es que para la gente se puede hacer duro de repente, quieren escuchar también canciones que tienen más incorporadas, hay muchos que se acabarán de comprar el disco, o que no lo habrán escuchado. Creo que ocho canciones es una buena dosis. Es complicado, lo consulto con colegas, cómo encajar el material antiguo con esto, cómo intercalarlas… pero bueno, ya lo he hecho varias veces.

 

Y con muchos sets diferentes. Lo hablaba con Julio Valdeón, nuestro crítico en Nueva York, y se preguntaba por qué no habías sacado el disco con un single de puro rock an roll, más enérgico, ya que está tan presente en este disco.
[Piensa] Hoy en día el single no es lo que era. ¿Cuál es el single del último disco de Leiva? ¡Yo no lo sé! Hoy en día la radio prácticamente no nos apoya, el single era para la radio, pero en Internet hay mucha más libertad en ese sentido. Va a haber rock. Todo el mundo coincidió en que ‘Solamente adiós’ era el single más claro.

 

En la escucha del disco que hiciste para la prensa, te comenté que ‘Solamente adiós’ tenía un aire muy clásico.
Totalmente, sí, es un estribillo muy clásico. Es una canción formal, por lo menos el estribillo, luego en instrumentación y los arreglos creo que tiene algo hipnótico, interesante. Es interesante cómo está armado: el estribillo no tiene caja, sube después, en el solo, da un paso más, y donde realmente el tema estalla es en el solo. Nos pareció más original así.

 

 

Tus solos de guitarra siempre tienen una intensidad especial.
Creo que en este especialmente. Al hacer mi transformación de guitarrista a cantante, compositor y «frontman» abandoné un poco la guitarra, en mis discos la guitarra estaba elegantemente puesta, pero sin llegar a ser protagonista. No me gustan los discos en los que la guitarra es protagonista, porque eso implica entrar en género, no en canción, y a mí me gusta hacer discos de canciones. No soy un gran bluesman, llega un momento en el que se me acaban los recursos, pero en “La manada” la guitarra vuelve a estar en un lugar destacado, más evidente. Para los oídos más gourmets, la guitarra estaba siempre presente, pero de una manera más sutil, y aquí se luce más.

 

¿Eso sucede porque has ido desarrollando todo lo anterior –guitarras, composición, voces…– y ya puede ir todo a la vez?
Eso por un lado, y también por concepto. “La huesuda” lo compuse prácticamente entero con el piano, a la guitarra le costó entrar en el disco salvo en algunas canciones, era muy delicado. Ahora quería hacer un disco más guitarrero.

 

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“Creo que eso fue lo que generó este disco, la sensación de que estaba en un proceso de adaptación a un nuevo momento de mi vida, eso creó una especie de fricción muy grande que luego he ido encajando”

 

Juan Puchades lo dice en la nota de prensa: este trabajo tiene espíritu de banda de rock. Lo llevas en el ADN. ¿Es lo que surge de manera más natural, o todas las músicas y vertientes de Ariel Rot que escuchamos surgen con la misma naturalidad?
Bueno, yo compongo solo, no es como cuando componía con Tequila o Los Rodríguez, que las canciones instantáneamente las oíamos sonando con instrumentación de banda. El único cambio que hubo fue que toqué con la banda que toco habitualmente, en algunos discos los músicos cambiaban según la canción, pero aquí fue la misma banda, en el mismo estudio, y grabamos en directo. No sabría darle muchas más explicaciones al tema. “La huesuda” podría haber marcado un nuevo camino o ser un paréntesis en mi carrera, pero después necesité volver a lo más básico, a lo que tú dices: a mi ADN.

 

Llegaste a comentar que la única premisa de este disco era componer a guitarra y voz.
Era no componer con el piano, son estímulos. El único tema que compuse con piano fue ‘Solamente adiós’. Al principio me dejó dudando, si merecía la pena seguir adelante o si era un rapto momentáneo y ahí se iba a quedar, pero luego empecé a trabajar con la letra, a encajar las palabras… y es un tema importante.

 

Hablando del espíritu de una banda de rock, ‘Espero que me disculpen’ la has grabado con Los Zigarros al completo. Me ha recordado a cuando grabaste con Pereza en “Dúos, tríos y otras perversiones”, que decías que te gustó volver a rodearte de una banda, que era algo que echabas de menos. ¿Te ha pasado lo mismo grabando con ellos?
Sí, fíjate… nos conocimos en Formentera, tocando, era todo muy hippie y muy gracioso, ni siquiera llevábamos guitarras, nos las dejaba el promotor, que era coleccionista. Era muy caótico pero muy divertido. Vi un rato de su show, estuvieron muy simpáticos… ya había visto a Ovidi alguna vez, entró a saludarnos al camerino pero había mucha gente, no llegamos a confraternizar. En Formentera tuvimos muy buen rollo y nos escribimos después para preguntar qué tal terminó la noche. Me empezó a dar ganas, tenía este tema pero no sabía cómo iba a grabar este disco: si iba a grabar con banda, yo solo con un batería…

 

¿Manejabas varias opciones?
Sí, esa opción siempre la tengo, a mí me gusta grabar todos los instrumentos, salvo la batería, como hago las «demos» en mi estudio. También pensé en llamar a distintos músicos, no lo tenía claro. Pero pensé que un rock así tenía que grabarlo con una banda que tocase rock y que estuviese en activo, engrasada, no armar un Frankestein de distintos músicos buenos y tocar un rock and roll. Y te voy a confesar una cosa… (…).

 

Mañana jueves 15, segunda parte de la entrevista de Ariel Rot.

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