«Una carrera que redefinió el rock de estadios desde una perspectiva hasta entonces inédita, que casaba la épica con lo filoalternativo»
Hace unos días, la banda canadiense publicaba su séptimo álbum de estudio, Pink elephant. Un disco que los aterriza en un presente que no es la cima de la que vienen, pero que los mantiene en el radar. Carlos Pérez de Ziriza reflexiona sobre ello.
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Cada vez me parece más injusto —e incluso estéril— pedirle obras maestras a un grupo que lleva más de dos décadas en el tajo. Las expectativas de cada cual son más que respetables, pero creer en unicornios solo conduce a la frustración. Y no todo el mundo puede ser Nick Cave, Yo La Tengo o Paul Weller. Ni siquiera Bowie, ni Reed, ni Young, ni los Stones pudieron librarse de sonoros patinazos a lo largo de sus carreras.
Tampoco es que este disco lo sea: Arcade Fire nos entregaron una soberbia trilogía inicial con Funeral (2004), Neon bible (2007) y The suburbs (2010), incluso añadiría un eficiente anexo contando el desigual Reflektor (2013), y a mí eso me basta para justificar una carrera que además redefinió el rock de estadios desde una perspectiva hasta entonces inédita, que casaba la épica con lo filoalternativo. No han vuelto a revolotear aquellas cimas, pero cada disco nuevo depara al menos tres o cuatro puntales que sumar a sus (aún) incomparables directos, y eso me parece suficiente; por mucho que haya quien se obstine en que sus nuevas entregas nos obnubilen de nuevo o en anotar en su debe las conductas sexuales inapropiadas que salpicaron el currículo de Win Butler hace tres años.
Se nota aquí la mano de Daniel Lanois en la producción, sobre todo en el paisajismo de “Open your heart or die trying” (parece un título de esos tan cachondos que se gastan Mogwai) y en los sutiles pespuntes electrónicos de “Year of the snake”, que comparecen tras la muy bonita “Pink elephant”. El synth pop de “Circle of trust” me parece de lo más resultón, el tinte seudoindustrial no le sienta mal a “Alien nation” y el pop electrónico sin complicaciones de “I love her shadow” prueba que no se han olvidado de facturar motivos melódicos de lo más funcionales. Puede ser una entrega de entretiempo, vale, pero retiene algunas de las buenas propiedades que les convirtieron en un grupo de referencia.