Antón Reixa: El cerebro que dirige el nuevo destino de SGAE

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«Hay una dejadez, un tic político, ideológico, que considera la cultura un objeto ornamental, que no valora la industria cultural ni en términos de autoestima o identidad, y mucho menos en términos de creación de riqueza, y eso es muy ideológico»

 

Antón Reixa se tomó la semana pasada unos días de vacaciones en Nueva York, y allí, con España en la distancia, lo entrevistó Julio Valdeón Blanco, para hablar del presente de la cultura española, de los derechos de autor…

 

 

Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Antón Reixa es un hombre todoterreno. Conocíamos al escritor. Al director y productor cinematográfico. Al artista audiovisual. Cómo no, también al músico de ese minotauro punk que tras el nombre de Os Resentidos ofrecía un sabroso juego de guerrillera belleza y aguda provocación. Tras infinitas aventuras asumió hace unos meses la más áspera, presidir la SGAE, animal de compañía consolidado en el imaginario colectivo como una suerte de mafia. Quiere Reixa templar ánimos, ordenar cuentas y revertir el odio, reaccionario, venenoso, contra nuestros artistas, que al menos para mí no deja de ser odio contra nosotros mismos, consagrados en misión kamikace a celebrar el ahogamiento intelectual de España.
Nos encontramos en Tribeca, junto al hotel donde Reixa se aloja, aprovechando su única semana de vacaciones del año. La camarera, amable, reparte café por las mesas. Ahí afuera, bajo los rascacielos, se adivina el rostro cadavérico de una Nueva York despeinada. Por las aceras fluye un magma humano, peatones, camioneros, policías, empleados de una productora cinematográfica que rueda a dos calles de distancia, repartidores de comida, cocineros chinos fumando un pito a la salida del restaurante, abogados a los que les asoma del maletín el último litigio, leopardos con traje, tiranosaurios llorosos, todos, todas, baqueteados por la incertidumbre, el amor o la prisa. Ok, ok. Se me va la pinza. Enchufo la Thompson y si me descuido agujereo el texto. Arranco.

Hoy he visto un artículo en «El País», de Jesús Ruiz Mantilla, con las cifras del consumo cultural en España, y asustan. En algunos sectores la recaudación ha bajado un 70%.
La situación de la industria cultural es límite. En esas declaraciones que le hice a Mantilla me basaba en los propios datos del anuario de SGAE, que curiosamente se hace cada año en colaboración con el ministerio, pero parecen no ser sensibles. Es una caída permanente en los últimos cinco años, más de un 10% anual, en el último año de un 20%, y el panorama es desolador. Sorprende la falta de reacción. Lo cifro, aunque no sea muy propio ahora con mi papel institucional de presidente de SGAE, pero bueno, lo cifro en una dejadez, un tic político, ideológico, que considera la cultura un objeto ornamental, que no valora la industria cultural ni en términos de autoestima o identidad, y mucho menos en términos de creación de riqueza, y eso es muy ideológico. Los agentes de la industria cultural fuimos los primeros que tuvimos que asumir, incluso antes de la propia crisis financiera, la crisis, recortando nuestros gastos, adaptándonos al contexto, pero nos sentimos absolutamente solos. Y no es una cuestión de volver a discutir entre lo público y lo privado, las virtudes de uno u otro, sino que desde lo público se está bombardeando la iniciativa privada, lo último el IVA del 21% a la industria cultural, que además va contra el acceso de la ciudadanía a los espectáculos culturales, y que es terrible, supone un punto de inflexión muy grave. Lo que están logrando es que empiece a haber una cierta unión entre todos los agentes, los productores cinematográficos, las propias «majors» en el caso del cine, y son tantas las voces que se están haciendo sentir que en algún momento tendrán que respondernos.

Una vieja reclamación del gremio era que los discos tuvieran un IVA de producto cultural. No solo no se logra sino que lo suben, y no solo el de los discos, hasta llevarlo al doble que en Europa.
Es que además carece de lógica recaudatoria. Las expectativas a medio plazo pasan porque lo que puedan recaudar va a bajar, porque baja el consumo, de modo que es un mal negocio, por eso insisto que se trata de una medida ideológica, que deriva acaso de dos estigmas que arrastra la industria cultural española, que ha sido excesivamente subvencionada, lo cual no es totalmente cierto, ni para bien ni para mal, y que la cultura se haya identificado desde algunos ámbitos con posiciones de izquierda, con lo que eso supone en España. Al final es un mal negocio colectivo estigmatizar la cultura.

Porque encima hablamos de un sector que equivale al 3% del PIB.
Entre el 3 y pico y el 4%. Obviamente en términos de aportación de riqueza al PIB está claro, pero fíjate, yo creo que los dos grandes olvidados del Estado del Bienestar son el acceso a la Justicia, que también está siendo penalizado, y el acceso a la cultura, que es calidad de vida, que permite vivir mejor, aparte de que produzca más actividad crematística.

Aparte, siempre hablan de la Marca España. Los franceses, por ejemplo, tienen muy claro que la Marca Francia se vende también a través de su cultura. No digamos ya EE.UU.
Sí, bueno, es un fracaso reiterado el asociar la promoción cultural a una marca estatal, no se consigue nada, al final habría que poner más énfasis en los contenidos, esa es la esencia de la industria cultural, que es inteligente, en el sentido de que el público discrimina muy bien lo que le interesa y lo que no. Pero sí es cierto que se había logrado en los últimos años que hubiera una cierta complicidad internacional con lo que ocurre en España, y se ha perdido, se está perdiendo. Al final parece que solo acaba por venderse el fútbol.

Hablando de desastres, no sé si compartes que la industria del cine pagó ciertos posicionamientos políticos, caso de la guerra de Irak, cuando desde algunos medios le declararon la guerra al cine español.
Hay quien llegó a interpretar el IVA cultural como una especie de venganza entre comillas, yo no sé si es así, me parece una especulación y a nosotros lo que nos toca es pelearnos con la realidad, que es la que es, y tenemos que superar esta situación.

En el caso de la música, hace poco Diego A. Manrique recordaba que la «Rolling Stone» estadounidense ha traído un reportaje sobre el rock en español, incluida una lista de los mejores discos, y no había ni uno, ni uno, hecho en España, ni siquiera en Portugal. Hemos desaparecido.
Se esta produciendo un gran divorcio entre el mainstream, el pop/rock de masas y la creación más alternativa, y es curioso porque no es una distancia estética, si te acercas a los contenidos musicales no hay nada que determine que un sonido sea mayoritario o independiente, pero en un momento en que la industria se ha vuelto tan selectiva, y tan torpe históricamente en adaptarse a los cambios digitales, supone que se abra esa distancia con algo todavía peor, más preocupante, la falta de renovación de talentos. O sea, en la escena independiente ocurre lo de siempre, que a pesar de la gran difusión que hay ahora, aunque sea de forma irregular, a través internet, está muy poco reconocida y tiene muy escasa difusión, la gente malvive, o ni siquiera, y ahora esto ocurre también en la parte mainstream, piensa que la última novedad de la música pop en España ha sido Pablo Alborán, que curiosamente saltó desde internet.

Vendiéndose de paso, Alborán, como la demostración empírica de que es posible triunfar sin discográficas ni entramado industrial o cultural…
Nosotros hemos asumido en la nueva SGAE el compromiso de poner a funcionar de forma colectiva todo lo que podamos aportar por la difusión digital de los contenidos, siempre protegidos por derechos de autor. La gran industria ha llegado muy tarde, e incluso creo que todavía no lo valora en serio, como una ventaja competitiva. Desde el punto de vista de un creador, internet es una fiesta, lo que siempre has soñado, que tantos seres humanos puedan acceder a tus contenidos, sin embargo la industria, la gran industria, muy asentada en los soportes, no ha sido inteligente, la única alternativa que se le ha ocurrido es la explotación, donde ya intervienen no solo en sus lanzamientos discográficos, que generan un beneficio marginal, sino en los conciertos en directo, contratos publicitarios. Pero internet ofrece una ventaja competitiva y desde el sector tenemos que hacer un esfuerzo para que el valor añadido que aporta no colapse la industria. La gran contradicción es que nunca han circulado tantos contenidos, a disposición de tantos seres humanos, y y a la vez vivamos una crisis tan cruel, en la que es casi imposible hacer nada y mucho menos vivir de ello.

Hace falta también una labor de pedagogía. Explicar que los derechos de autor nacen con la revolución francesa, liberan al artista del mecenas, del señor, que lo esclavizaba a sus caprichos. Si nos cepillamos los derechos de autor, volvemos al Medievo. A lo sumo, si quieren, al Renacimiento. Pero nos ventilamos la Ilustración y el triunfo de los derechos ciudadanos.
Claro, tienen que ver con la revolución francesa, son hijos suyos, traen la emancipación de los creadores, y fundamentalmente están relacionados con el salario social de los creadores y con algo muy importante, sobre todo en un tiempo de crisis, cuando el consumo de contenidos padece: lo único que puede garantizar la independencia de los creadores, su libertad del poder, de cualquier poder, son los derechos de autor, basados en una lógica que además de legal es justa y legítima, pues supone que el creador está ligado a la suerte de su propia obra y es remunerado en la medida que la ciudadanía la use y disfrute. De modo que esa es la gran batalla, y como autores no vamos a dejarla.

 

«Respecto a los derechos de autor, en el caso de internet, igual que la radio o la televisión, deberían de ser los grandes operadores los que pagaran. Internet ha creado un espejismo, parece que internet es la relación directa entre el creador y el usuario, y es mentira»

 

Curiosamente, desde los medios musicales más especializados, donde siempre se peleó por los creadores independientes, defienden los derechos de autor, mientras que desde los medios generalistas se llenan la boca contra los autores… ¡En nombre de la cultura! Ellos, que siempre la trataron, y me refiero a la música, con absoluto desprecio… No hay más que ver la importancia que conceden a las reseñas de discos, mínimas, casi clandestinas, condenada a ocupar suplementos vergonzantes, de tendencias o monerías, y siempre lejos de lo que consideraban la Gran Cultura.
Es que los medios generalistas están vinculados con las grandes empresas de comunicación. Respecto a los derechos de autor, en el caso de internet, igual que la radio o la televisión, deberían de ser los grandes operadores los que pagaran. Internet ha creado un espejismo, parece que internet es la relación directa entre el creador y el usuario, y es mentira, porque esa relación directa no existe, no es libre, siempre hay alguien que se está lucrando, que está ganando, desde el que vende la conexión al que hace la agregación de contenidos, el que usa esa vía para meter publicidad, etc., y los derechos de autor tendrán que pivotar sobre quienes obtienen lucro de esos contenidos. En los últimos años asistimos a algo obsceno, ya sabes, el asunto del canon digital, la compensación por copia privada, que desde diciembre de 2011 el gobierno de derechas lo ha puesto a cargo de los presupuestos del Estado, pero los creadores seguimos sin recibir un euro, y lo peor es que nadie puede decir que se haya registrado una bajada en el precio de los soportes informáticos. Había un fraude, cuando se justificaban determinados sobreprecios de la tecnología citando los derechos de autor, y hay un fraude ahora, cuando esos derechos de autor no actúan sobre el fabricante y el comerciante, ya no gravan sus productos, y sin embargo siguen sin incidir en el precio de venta al público.

Estaba recordando el escándalo de la SGAE, las detenciones… Con independencia del daño que algunas actuaciones hayan causado, la condena de los medios fue brutal, y antes de que haya habido ningún juicio. Aparte, desde hace años jalean a los ideólogos de los parásitos, a quienes en nombre del pueblo y no sé que otras entelequias defienden la piratería. ¿Olvidaron que también ellos crean contenidos, que esa es su única riqueza?
En el fondo su reacción ha respondido un poco a los mecanismos propios de la prensa sensacionalista. De todas formas también los autores tenemos que ser autocríticos, y ha habido una cierta prepotencia de la SGAE, que en sus últimos años vinculó su crecimiento, que había sido exponencial desde los años ochenta, a una puesta en escena muy megalómana, muy prepotente, y estamos pagando las consecuencias. Y hay otro asunto, que tiene que ver con la creación, que ocupa, en el imaginario colectivo, un espacio referencial muy grande, es decir, el escándalo de SGAE, absolutamente injustificable, que llevamos desde julio de 2011 tratando de repararlo y superarlo, así como de crear las condiciones para que no vuelva a repetirse, pero ese escándalo en términos cuantitativos es infinitamente menor que el escándalo de la CAM, o de Bankia… los primeros datos de la Operación Saga hablan de una presunta malversación de 70 millones de euros, que provienen de ciudadanos y empresas que creían que así contribuían a la obligación legal de derechos de autor, pero en todo caso eso va contra las cuentas corrientes de los autores, son 70 millones de euros que no hemos percibido, y ni siquiera la Justicia podrá subsanarlo, subsanará las responsabilidades penales que haya pero no las económicas. O sea, que los principales perjudicados fuimos nosotros.

Hablando de megalomanía, está la red de teatros de SGAE.
Ahí la Sociedad perdió absolutamente su sentido genuino, de sus propios objetivos y su razón de ser, las sociedades de autores en el derecho europeo son cooperativas de autores que libremente nos unimos, sería imposible que cobrásemos individualmente todo lo que genera nuestra obra, y eso justifica que existan entidades de gestión colectiva que además ofrezcan una cobertura asistencial y otra serie de ventajas, pero lo que desde luego no tiene nada que ver con lo que he dicho es hacer una competencia desleal a la propia industria cultural, el dinero que llega a la SGAE llega de la sociedad y nosotros tenemos que gestionar eso con transparencia, y por supuesto que en la sociedad hay muchos agentes culturales, empresas, etc., que son los que nos aportan el dinero y no debemos hacer una competencia desleal. Esto se está corrigiendo, afortunadamente la herida está controlada, afecta a una parte muy determinada de nuestra estructura que es la Fundación, y en los últimos meses, desde que está la nueva directiva, hemos puesto los medios para recuperar dinero, se han vendido edificios que había en México y Argentina, se ha logrado que las infraestructuras teatrales que tenemos en España no nos generen gasto, están todas arrendadas, excepto lo del teatro de Sevilla, que requerirá una solución muy específica, pero bueno, estamos racionalizando las cuentas.

¿Entonces no volverá el pequeño sello Factoría? Puede interpretarse que era competencia desleal, pero también supuso un paraguas para muchos músicos que de otra forma no encontrarían sello.
Nosotros no vamos a generar instrumentos de difusión cultural, lo que sí vamos a hacer es tratar de incentivarla, ayudar nuevo talento, licitar ediciones discográficas y literarias, pero no vamos a ser productores, sino que aplicaremos los recursos directamente al talento, preservando siempre la independencia de los creadores, aportando recursos, pero no generando estructuras. Vamos, por ejemplo, a incentivar las convocatorias abiertas. En el último año hicimos una pequeña experiencia, porque el presupuesto que tenía la Fundación era residual, y dedicamos una pequeña partida, 200.000 euros, a una convocatoria a proyectos que no superaran los 6.000 euros, y se presentaron 1.500. Apenas pudimos cubrir 60, pero esos 1.500 te dan una radiografía muy exacta de la pulsión de nuestros creadores, de que estamos vivos y hay muchas iniciativas, y ese tipo de partidas destinadas a proyectos que requieren cantidades no muy grandes, eso, esas convocatorias, en el presupuesto de 2013 las vamos a incrementar sustancialmente.

Otro asunto caliente son los posibles conflictos de intereses entre quienes gestionan la SGAE y sus negocios privados.
Hay técnicos independientes, tanto en SGAE como en la Fundación. Una de mis sorpresas, mía, que viví muy de espaldas a la vida societaria de SGAE, ha sido, aparte de conocer mejor nuestro patrimonio genuino, ha sido, decía, descubrir el estupendo capital humano del que disponemos, los técnicos que están con nosotros, tanto en SGAE, donde la labor de gestión de la propiedad intelectual es muy específica y compleja, como en la Fundación.

No me gustaría acabar sin preguntarte por tu carrera como músico. Hace años que no sacas disco.
Bueno, el año pasado veinte grupos gallegos nos hicieron un disco tributo, y fue entrañable volver a escuchar nuestras canciones de otra forma. Éramos un grupo muy prolífico en composiciones pero muy poco versátiles con nuestro repertorio, quizá fue una de las causas de la disolución del grupo, te cansas de tocar las mismas canciones durante catorce años de la misma forma. Aparte, el disco propició que se editaran las versiones originales, nuestros discos están descatalogados, y con ese motivo en 2012 hicimos una serie de conciertos, que además coincidían con el treinta aniversario de la banda. También produje un musical, «Galicia caníbal», que recogía treinta canciones del repertorio gallego de los ochenta, no solo nuestro. Fue muy grato revisitar ese repertorio, y era muy llamativa la banda en directo. Tocaba infinitamente mejor que nosotros, con más energía y más técnica.

[Risas] Hombre, es que vosotros veníais del punk.
[Risas] Será eso.

¿Y la poesía?
En 2011 hice una exposición de videoinstalaciones de la que se extrajo un libro de poemas. Ahora que mi vida la consume la SGAE la poesía sigue aguantando, es lo único constante. Todavía escribo. Estoy con un libro… Mira, uno de los problemas mayores que tenía SGAE, con sus irregularidades, era un fondo que se llamaba Fondo Pendiente de Identificación, dinero generado cuando las obras venían mal identificadas, de modo que dejaban un dinero flotante, origen de muchas de las presuntas corruptelas… O sea, que la expresión tiene para mí un valor simbólico grande y el libro que estoy escribiendo se llama así, pendiente de identificar.

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