…And out come the wolves, de Rancid, la obra maestra del punk rock noventero

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TREINTA ANIVERSARIO

«El tiempo no ha hecho más que confirmar que estábamos ante un disco único. A pesar de haber grabado muy buenos elepés, no han vuelto a alcanzar aquel nivel de excelencia»

 

Fernando Ballesteros se embarca en un viaje por el tercer disco de Rancid, un álbum que se convirtió en objeto de deseo para varias discográficas y encumbró a la banda californiana como representantes del punk rock y el ska de los noventa.

 

Rancid
…And out come the wolves
EPITAPH RECORDS, 1995

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en …And out come the wolves, es lo mucho que me costó sacar aquel disco de Rancid del reproductor. Hace treinta años no teníamos resúmenes anuales ni estadísticas sobre los elepés y artistas más escuchados, pero puedo asegurar que fue el disco que más sonó en mi habitación en los últimos meses del 95. Y en muchas otras, sospecho.

Había muchísimo material para disfrutar, muchas canciones favoritas, nada de relleno y toneladas de inspiración en una obra que llegaba, además, en un contexto bastante favorable. 1994 había sido el año de la vuelta del punk a las listas. Podemos discutir mucho, pero será en otro foro, sobre la etiqueta y las propuestas musicales, ideológicas y estéticas de los protagonistas de aquellos pelotazos millonarios, pero el caso es que Dookie, que básicamente bordaba el pop enérgico y vitaminado con guitarras, y Smash, habían llevado a Green Day y Offspring a disfrutar de un estatus de bandas multiplatino. Un año después le tocaba dar el salto comercial a Rancid, que estaban muy lejos, dicho sea de paso, de ser unos recién llegados a este circo.

Tim Armstrong y Matt Freeman, habían estado al frente de Operation Ivy, una banda de efímera pero fructífera y reseñable existencia que había desplegado una suerte de ska punk con el que se hicieron un nombre en la escena. Tras la disolución de su primera banda, Armstrong no vivía su mejor momento por culpa de sus problemas con el alcohol y ahí reaparece en esta historia, la figura de Matt, que, a modo de salvador, le ofrece volver a montar un grupo de punk rock. Y así nacieron Rancid, que no tardarían en despertar el interés de varios sellos independientes entre los que Epitaph terminó llevándose el gato al agua con su fichaje.

Con la etiqueta de Brett Gurewitz, que vivía momentos de gloria comercial, editaron los de Berkeley sus dos primeros elepés, el primero de ellos, titulado como el grupo, en 1993, y el segundo, el espléndido Let’s go, ya con Lars Frederiksen formando parte de un equipo que, junto al dúo fundador y Brett Reed, iba a protagonizar los años gloriosos y, por supuesto, la grabación del álbum que hoy nos ocupa.

La calidad de sus dos primeros asaltos, con temazos como “Radio” o “Salvation”, que se quedarían como clásicos en su repertorio, lo bien que se despachó Let’s go y el éxito del que estaban disfrutando otros compañeros de generación cercanos a su propuesta, hizo que las multinacionales se lanzaran a por su fichaje. Madonna, asidua a sus presentaciones en directo, fue una de las más insistentes, suspiraba por incorporarlos a Maverick Records y no reparó en medios. Cuenta la leyenda que llegó a enviarles fotos suyas desnuda. Fuese cierto o no, el hecho es que desoyeron los cantos de sirena, algunos, como el de Epic, con un millón y medio de dólares encima de la mesa y decidieron quedarse en Epitaph. El siguiente paso con ellos, sería la publicación de ...and out come the wolves, en el que Tim, Matt, Lars y Brett desplegaron todo su potencial.

A diferencia de lo que ocurría en sus dos primeros discos, en los que iban más a piñón fijo y pisando a fondo de principio a fin, los Rancid del 95 jugaban con los tiempos y dejaban que se colara en su música todo el abanico de influencias que manejaban sus cuatro integrantes. Como estaban en un momento de gran creatividad, grabaron en los Electric Lady Studios de Nueva York y con Jerry Finn a los mandos, la práctica totalidad del material con el que habían entrado. Y el resultado es rico y variado. Rescatan sus influencias ska y las hermanan con el punk, rinden tributo a sus raíces reggae y no se cortan a la hora de reducir la velocidad y bordar melodías que les acercan más que nunca al pop.

 

Una comparación que siempre les ha perseguido

Menos de cincuenta minutos en los que cabían diecinueve grandes canciones y la sensación de que no sobraba ni un solo segundo.  De manera que, si recapitulamos, tenemos a un grupo que graba su tercer disco dos años después de su debut, que decide mostrarse más abierto que nunca a incorporar nuevos elementos a su música jugando con acierto con el reggae y el ska y que lo plasma en un álbum que cuenta con diecinueve canciones. ¿Alguien ha dicho London calling? Pues sí, y no fueron ni uno ni dos, la comparación les acompañó desde el primer momento, pero una etiqueta que podía ser tan pesada nunca pareció suponer un gran problema para ellos. Más que hablar de su London calling, me inclino por decir que estábamos ante nuestro London calling, el de una generación de jóvenes que no había podido vivir en tiempo real, por cuestión de edad, todo lo que supuso la edición de un disco como el de la banda de Strummer.

Para defenderse contaban con sus canciones. “Maxwell murder” nos da la bienvenida con un minuto y medio frenético y una base rítmica a pleno rendimiento. En “The11th ho”r», un estribillo pegadizo nos pregunta si sabemos dónde está el poder y quién maneja los hijos y, a la altura de “Roots radicals”, ya es imposible permanecer sentados y no cantar a pleno pulmón con un single perfecto que rinde tributo  a sus influencias reggae. El pasado de Armstrong y Freeman en Operation Ivy sale a relucir con todo su esplendor en el banquete ska de ”Time bomb» y, tras dos de las canciones más destacadas del disco, aparece una favorita personal, porque “Olympia, WA” reúne buena parte de las virtudes —que son muchas— de …And out come the wolves, una canción que es puro punk rock con su regusto clásico y desbordante de inspiración.

“Lock, step & gone” tiene otro riff que se te queda clavado, otra exhibición del bajo de Matt y más estribillos para corear, porque la fiesta no para y ahí está una de las claves del disco. “Junkie man” baja revoluciones y se acerca a la realidad de un adicto. Lars asume el protagonismo en “Listetd MIA”, cuya potencia y sencillez, con palmitas incluidas, precede a otro de los momentos destacados del elepé: “Ruby Soho”, que fue lanzada como tercer single y que representa la vertiente más pop del grupo, con grandes armonías, buenos coros y el espíritu de los Clash que revolotea por allí de principio a fin.

“Daily city train” nos devuelve a territorio ska y vuelve a demostrar que, lo que en otros, y no vamos a señalar esta vez, sonaba a pastiche, en ellos surgía como algo natural, porque esos sonidos formaban parte de su esencia. El bajo de Matt nos introduce en “Journey to the end of the East Bay” en la que miran hacia atrás, a los tiempos de los Ivy y rescatan una moraleja que explica muy bien el espíritu del grupo: estar con los tuyos por encima de todas las cosas, como hizo Matt con Tim, vaya.

“She’s automatic» borda otro estribillo rotundo, antes de que el ska punk de ”Old friend» nos hable de desamor con las cuatro cuerdas de Freeman reinando una vez más y demostrando por qué es uno de los mejores bajistas del mundo. “Disorder and disarray” viaja hasta el 77, aunque nunca hemos estado muy lejos del mítico año en este viaje, y lo hace a través de su versión más callejera del punk, mientras que  “The wars end” comienza con Lars derrochando sentimiento para contarnos la historia —una más— de inadaptación de un joven punk rocker.
En la recta final, un redoble de batería de Brett Reed es el kilómetro cero de “You don t care nothin’”, en la que Tim y Lars comparten el protagonismo vocal. Armstrong asume el papel principal en “As wicked”, otra explosión festiva coronada con eufóricos coros, y las dos últimas bazas de …And out come the wolves son “Avenue and alleyways”, otra excursión callejera con labores vocales a cargo del dúo Tim-Lars, algo que también ocurre en “The way I feel”, un broche a la altura de una obra descomunal. Un perfecto y eufórico fin de fiesta.

 

Una obra cumbre que nunca han superado

El 22 de agosto de 1995, se ponía a la venta el elepé, que llegaba a las manos de los fans envuelto en una icónica portada que, a la vez, era un tributo a sus admirados Minor Threat que, en su debut, habían utilizado la imagen del hermano del cantante de la banda, Ian MacKaye, con la cabeza apoyada en las rodillas en los escalones de Wilson Center.

Apenas unos meses después, el tercero de los Rancid ya disfrutaba de la condición de disco de oro. La crítica, más allá de ponerse algo pesada con las comparaciones, se deshizo en elogios y el tiempo no ha hecho otra cosa más que confirmar que estábamos ante un disco único. A pesar de haber grabado muy buenos elepés, no han vuelto a alcanzar aquel nivel de excelencia, pero es que no lo ha hecho nadie. Nos podemos hacer la pregunta ¿Se ha grabado un disco de punk rock mejor que este desde 1995?

La grandeza de una colección de canciones como esta se puede resumir en la siguiente idea, y es que han pasado treinta años desde su publicación —se van a cumplir en unos meses— y ahora ya podemos decir bien alto que el mundo está esperando a que una banda, que igual aún ni se ha formado mientras escribo esto, grabe su ...And out come the wolves.

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