Anarquía y libertad de Pata Negra

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COMBUSTIONES

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“Los Amador fueron capaces de operar juntos, cual Hendrix cruzados de Diego del Gastor, durante una larga y apabullante década”

 

Hasta el corazón de Nueva York llegan los ecos del nuevo libro de Marcos Gendre sobre «Blues de la frontera», editado por Efe Eme. Desde allí, Julio Valdeón saca el bisturí para explorar las páginas que reconstruyen la apasionante historia del disco de Pata Negra. 

 

Una columna de JULIO VALDEÓN.

 

Marcos Gendre publica libro grande sobre “Blues de la frontera”. Antes de que alguien musite lo de “zapatero a tus zapatos y dedica la columna a lo que acontece en la rúa neoyorquina”, que sepa que los Amador, Raimundo y el pequeño, Diego, estuvieron aquí hace unos años, invitados por el Instituto Cervantes, y tuve la suerte de presentar el acto. Al terminar cenamos en un restaurante del que apenas sí guardo memoria. Recuerdo, en cambio, la simpatía e inteligencia de los hermanos. La charla, animadísima. Mi frustración creciente ante la evidencia de que saldría de allí sin haber resuelto el misterio del fin de Pata Negra.

Pues bien, los lectores de este libro, mejor, de este libro importante, rematarán su lectura teniendo bastante claro lo que ocurrió. Ni más ni menos que la imposibilidad de sostener en el tiempo semejante cataclismo creativo. No es factible que un organismo, y Pata Negra lo era, vivísimo, provocador, asalvajado, genere tamaño arrebato poético y sobreviva para contarlo. El milagro, entonces, consiste en que los Amador, Rafael y Raimundo, fueran capaces de operar juntos, cual Hendrix cruzados de Diego del Gastor, durante una larga y apabullante década. Posiblemente la más decisiva de la música rock en España. Abierta en canal con el sulfúrico “Veneno”, pespunteada de barbaridades como “La leyenda del tiempo” y “Guitarras callejeras”, y cerrada, en el 87, con este soberbio “Blues de la frontera”. Bueno, hubo después un memorable «Inspiración y locura», pero ya nada fue igual. Añadan de paso la erosión inevitable al roce, el concurso de algunas sustancias, hum, venenosas, y hasta el inevitable y corrosivo desengaño de editar discos que empiezan a venderse con diez años de retraso, y a nadie sorprenderá que acabasen roncos.

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Pero antes del final, lamentable para quienes todavía creemos que Pata Negra fue “el grupo”, hubo tiempo para un último capítulo compartido. Este que Gendre cuenta con precisión láser en páginas deslumbrantes y con una técnica de gran plasticidad. Con algo de collage y mucho de documental rico en paisajes y voces, el volumen va de la gestación del dúo a las inestimables aportaciones de gigantes como Carlos Lencero, Ricardo Pachón, Kiko Veneno o Mario Pacheco, de las fiestas salvajes al recuerdo de Camarón, de las guitarras como metralletas a los vasos comunicantes de Smash, Lole y Manuel y etc., de las 3.000 viviendas a la Sevilla donde vive la gente, de la química al compás, y del rencor y al éxtasis. Con escritura trepidante, el autor despliega un estudio verdaderamente panorámico. Uno de esos raros libros que no puedes soltar y que, al mismo tiempo, invita a la relectura. Repleto como anda de detalles golosísimos para saborear despacio.

Un texto, en fin, a la altura de “Blues de la frontera”, y de toda la trayectoria previa de los Amador, y que no deja canción sin descerrajar ni callejuela, estudio de grabación, auditorio y patio sin recorrer despacio. Llega con años de retraso porque estamos en el país que estamos y la gente, en su infinita tontería, todavía cree en la superioridad de un Morrisey sobre una Fernanda (de Utrera, of course). Como si por otro lado no fuera posible apreciar al mismo tiempo esos y otros venenos. O como si en esta España mía, esta España nuestra de incesantes complejitos de mierda no hubieran cantado y tocado algunos de los nombres más decisivos de la música popular del pasado siglo. Empezando, claro, por Rafaelillo y Raimundo Amador. Emperadores del Polígono Sur. Reyes del duende. Señores de la guitarra. Punkis flamencos. Rockabillies psicotrópicos. Flamenco duro y en vena al que Gendre dedica esta bellísima e incandescente blueslería.

Hoy y siempre, ¡viva Pata Negra!

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