Amor, de Delafé y Las Flores Azules

Autor:

DISCOS

«Uno de los elepés más atrevidos y singulares que podemos encontrar»

 

Delafé y Las Flores Azules
Amor
AUTOEDITADO, 2025

 

Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.

 

En 2022 cubrimos el esperado regreso de Delafé y las flores azules a los escenarios con motivo de su vigésimo aniversario, una exitosa gira que se extendió más de lo previsto inicialmente. El 7 de febrero, doce años después del último disco de la banda catalana del Maresme, publican uno de los elepés más atrevidos y singulares que podemos encontrar: Amor (autoeditado, 2025).

Lejos de ínfulas y grandes pretensiones comerciales, en tiempos de alimentar nuestro cerebro a base de rápidos generadores de dopamina con titulares click bait o reels de apenas segundos de duración, Delafé y Las Flores Azules lanzan un prodigioso disco de una sola pista y treinta minutos de duración. ¿Qué les mueve a hacer esto? La pertinacia por trascender a la eternidad, el deseo de garantizar un legado, el cambio hacia la madurez y el sosiego, pero sobre todo el amor por un hijo, son los motores principales de esta atípica y caprichosa obra. Un regalo en vida a Luca —hijo de Oscar D’Aniello y cofundador del grupo junto a Helena Miquel—, quien, además, cumple años el día del lanzamiento de Amor, y que ha dibujado la colorida portada del álbum.

Corría el año 2020 cuando Delafé (Oscar D’Aniello), paciente padre primerizo, trataba de dormir en brazos a su bebé, a base de cantar repetidamente tres palabras de manera alterna: aquí, ahora y amor. Dos adverbios demostrativos y un poderoso sustantivo que ya vislumbraban uno de los ejes principales del disco que saldría a la luz un lustro después: la exhortación a aprovechar el presente ante la constancia de la fugacidad del tiempo. Una nota de voz por Whatsapp enviada a Ramir Martínez (productor asiduo de la banda en temas como «Enero en la playa» o «Mar el poder del mar»), jugando con esas tres palabras cual estribillo, sería la génesis del bosque orquestal que tenemos entre manos, prosperando de manera natural y respetuosa como La revolución de una brizna de paja, de Masanobu Fukuoka.

Hastiado de hacer canciones pop, el viaje sonoro inicia con la obsesión por crear un epitafio, un testamento en vida. Lejos de todo epigrama o de la inherencia artística al simple hecho de perdurar para alimentar el ego, el leitmotiv es tan simple y tan complejo como un progenitor aconsejando a su descendiente. Un refugio vital embriagado de alivio y lleno de respuestas tras la falta del artista. «Mi yo del pasado, mi yo inmortal / es aire cruzando una cuerda vocal / capturada en el tiempo la voz se hace eterna», rezan los versos introductorios con la reconocida voz del cantante rapeando semidesnuda entre teclados, «es el documento de lo que sentí que prueba que un día estuve aquí», prosigue. No es el ruido de una locomotora a vapor lo que irrumpe en el viaje junto a un coro celestial, sino el latido del corazón grabado en la primera ecografía del embarazo de nuestro homenajeado.

La dulce voz de Las Flores Azules (la cantante y actriz Helena Miquel) entonando el mantra «aquí, ahora, amor» nos catapulta a una oda al carpe diem entre tímidas maracas y guitarras grabadas por Dani Vega (Mishima), presentes a lo largo del disco.

La densidad del bosque va creciendo, en este momento incrementando la presencia de los sintetizadores, para compactar los ciclos de un bebé de manera sorprendente y rítmica: calma, felicidad, euforia y llanto. A golpe de «Be my baby» de las Ronettes, irrumpe urgente la frondosidad de la primavera, hábitat donde prolifera la naturaleza en su máximo esplendor, bailando una conga entre sonidos tribales y coros que nos retrotraen a «Sympathy for the devil». Un tobogán a una trinchera llena de consejos y bienestar, logrando así el pasaje del álbum más luminoso y que más se asemeja al Delafé y Las Flores Azules que tanto pop rap festivo ha diseminado entre góspel, confeti y coreografías imposibles. Coros de hasta cuatro voces diferentes —cubriendo así varias tonalidades— y portentosas cuerdas grabadas por el ganador del Grammy Chris Carmichael alcanzan el éxtasis en esta ambiciosa aventura. Una amalgama de violines altos y bajos, violas o violonchelos grabados en Nashville y ecualizados de diferente manera, aportando capas de seda llenas de delicadeza y complejidad.

Vuelta a la calma bajando revoluciones cegados por el komorebi, término por el cual conocen en Japón al sol filtrado a través de las hojas de los árboles. Entornamos los ojos hacia un fragmento onírico, poniendo fin al verano con tintes de Yo La Tengo y post rock de Explosions In The Sky, donde todas las flores se marchitarán con la llegada del otoño para volver a florecer de la misma tierra. Símil duro de encajar, pero reflexión más difícil de transmitir: «la rosa nace de la tierra, crece valiente hacia el cielo /… luego con el tiempo languidece, se seca y al final vuelve al principio, a la tierra», afina Helena con cierta melancolía entre infinitas guitarras que se abrazan al amor eterno, relativizando entre tanto ciclo.

Nieva entre árboles para extender la fiesta hasta el solsticio de invierno, convirtiéndola en una rave que bien podría encajar en la cara B del Reputa de Zahara o en el Cerodenero de Izaro. Tecno reivindicando el amor a través del viento del norte, para ir consiguiendo elevación hacia las estrellas dentro de difusas viñetas de cómic y caer derrumbado en la cama, la misma en la que Óscar confiesa haber pasado dos años sumido en una depresión. Sirva esta experiencia como redención dentro de este ejercicio de catarsis, fragmento que me hizo parar el coche en la cuneta durante mi primera escucha para secarme las lágrimas: el amor de unos padres por encima del egocentrismo o de las sombras donde no todo es un camino de rosas. Acertado lenguaje universal que, acompañado por unos acordes reggae y el agradecimiento a la pareja sentimental, cala hasta los huesos.

El ciclo vuelve a su inicio, millones de árboles se derrumban en silencio entre susurros de «papá» y «amor», dando paso a la vida eterna, alentando al disfrute en la brevedad que nos tocará disfrutar: «nunca dejes de jugar/ en ti estaré siempre, eternamente».

Así cierra Delafé y Las Flores Azules una joya que atrapará a todo aquel que se digne a degustar este viaje al presente, porque el pasado y el futuro son solo historias que nos contamos a nosotros mismos. Para Luca y para todos, por siempre amor.

Anterior crítica de discos: The night, de Saint Etienne.

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