Algo pasa con Rosalía

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COMBUSTIONES

«Todo en sus últimas propuestas huele a cálculo. A cómputo de beneficios y receta muy meditada»

 

A unas semanas de que el nuevo disco de Rosalía vea la luz, Julio Valdeón reflexiona en su columna semanal sobre la caída de la atención pública, y la posible desidia popular, que parece suscitar el trabajo de la artista catalana. La misma que un día, no hace tanto, conquistó el mundo sin pestañear.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Da que pensar. Lo último de Rosalía no estaría sonando ni una centésima parte de lo que presagiaban los gurús. Cuesta adivinar por qué. Su música ya no me fascina. No encuentro en ella aquellos viajes por lo atávico, aquel misterioso vacile con el flamenco, los rayos telúricos combinados con la pista de baile, la fragilidad y el grito, como si fuera una Fernanda de Utrera educada en la universidad, pero sin renunciar al tirón callejero. Todo en sus últimas propuestas huele a cálculo. A cómputo de beneficios y receta muy meditada. Y teóricamente su disco apunta directamente a la diana del mainstream. Y todavía exuda personalidad, sensualidad, inteligencia y carisma. ¿Entonces?

Darío Prieto, compañero en El Mundo, y uno de los periodistas culturales más sólidos que conozco, con un talento a la altura de su generosidad y su paciencia, me sopla una razón poderosa: la obsesión por mimetizarse, por agradar al máximo número de clientes, la psicosis por rebañar todo, tan propia del mundo cultural, habría despojado a la artista de su aura, su secreto y su genio. De todo lo que la distinguía. Los músicos que aspiran a reventar el mercado acaban atrapados en una cámara de resonancia. Escriben al ritmo que marcan los algoritmos. En un juego de espejos donde todo agoniza como eco. La enésima actualización de lo mismo que ayer petaba. Otra vuelta de tuerca, otra más, a una arandela pasada de rosca de tanto apurarla.

En el último vídeo de la de San Cugat del Vallès, no falta ni la producción faraónica ni el olfato para rebañar los gustos del respetable. Demasiada producción, demasiado olfato. De tanto nadar en la dirección teóricamente correcta, la más lucrativa, Rosalía corre peligro de achicharrarse y, de paso, no interesarle a nadie. Cuando compites contra el pelotón de aspirantes a sucederte, cuando el foco, más que en meter cuchillo a tu bagaje cultural y desangrarte, más que indagar y sorprenderte, más que buscar y poner de los nervios a tus feligreses, emboca la neurosis por abrazar la última corriente, gustar a todo dios y acaparar premios y aplausos, puedes envejecer y pudrirte, con la violenta celeridad de una pitanza puesta a secar al mediodía.

Indistinguible de otros cien mil intérpretes cortados con el mismo patrón. Una más entre tantos cuando, ayer mismo, destacaba por especial, por distinta. Me cae bien Rosalía, no discuto su talento; pero por este camino, a lo sumo, aparcará en un talent show. O acabará en Eurovisión. Otro coñazo más. Qué pena.

Anterior entrega de Combustiones: Neil Young y la censura.

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