Acústico, acústico, acústico, de Manolo García

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«Entre tanto olor a madera, la voz de Manolo resalta más, y en ella brillan con luz propia la poesía de sus letras y las bellas armonías de los coros»

 

Manolo García
Acústico, acústico, acústico
SONY MUSIC

 

 Texto: JAVIER ESCORZO.

 

Manolo García continúa con su buena costumbre de plasmar en disco el testimonio de lo que sucede en sus giras; lo hizo anteriormente con Todo es ahora en directo y Geometría del rayo en directo, mientras que por estas fechas publica Acústico, acústico, acústico, un álbum que, como bien indica su título, resume lo acontecido en su última gira de conciertos en ese formato (la primera que desarrollaba sin instrumentos eléctricos en toda su extensa carrera). Al parecer, cuando terminó el «tour» oficial de Geometría del rayo, al músico barcelonés todavía le quedaban ganas de seguir subiéndose a los escenarios, por lo que decidió cambiar el repertorio y la instrumentación para ofrecer cincuenta y cinco nuevos conciertos acústicos. El sonido es, como cabe de esperar de este tipo de discos, lujoso y preciosista. Mandan las guitarras acústicas, los dobros, las mandolinas, los pianos y los violines. Entre tanto olor a madera, la voz de Manolo resalta más, y en ella brillan con luz propia la poesía de sus letras y las bellas armonías de los coros.

Una vez sobrepuestos de la sorpresa que supone escuchar su música sin el empuje que habitualmente aporta la electricidad, uno no puede sino deleitarse con la guitarra española de “Cierro la noche”, trotar a lomos de las percusiones de “Sabrás que andar es un sencillo vaivén”, embriagarse con la dulce nostalgia de “Ya no danzo al son de los tambores” o mecerse en el violín de “Océano azul”. Pero no solo hallamos belleza y seriedad: al fin y al cabo, se trata de un concierto y no de una visita escolar a un museo; ahí está el hilarante desbarre de “Si te vienes conmigo” para distender el ambiente.

En esta época de inmediatez y fugacidad, el álbum dura casi dos horas y media. Se ve que García sigue viviendo según sus propios tiempos y quiere invitarnos a que hagamos lo propio: desconectar de la realidad y disfrutar sin prisa de un buen puñado de canciones (ya saben, nunca el tiempo es perdido). A lo largo del generoso minutaje se va asomando el Manolo idealista, ese que utiliza el micrófono para cantar y para lanzar mensajes ecologistas; también el Manolo que entrega su arte, su bonhomía y su sudor sobre las tablas, obteniendo a cambio la absoluta complicidad de su público; el de querencia y quejío flamenco (“La sombra de una palmera”); el que puebla sus canciones de poderosas imágenes bucólicas y, en realidad, todos los Manolos que hasta ahora hemos conocido: el que se abría camino en el mundo de la música con Los Rápidos (preciosos los rescates de “San Gennaro” y “Navaja de papel”), el que se comió el mundo con El Último de la Fila (“Ya no danzo al son de los tambores”), y, sobre todo, el que camina en solitario desde 1998, que es de donde extrae el grueso del repertorio. Completa retrospectiva de un artista clásico: en acústico suena como nunca, pero tan disfrutable como siempre.

Anterior crítica de discos: IV, de Los Estanques.

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