Operación rescate: Fleetwood Mac

Autor:

«Pop resplandeciente, brillante, fulgurante, indisimuladamente comercial. Uno de los álbumes más representativos de lo que fue la segunda mitad de los 80, para lo bueno y para lo malo»

Fleetwood Mac
«Tango in the night»
WARNER, 1987

 

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

Reivindicar a estas alturas «Tango in the night», cuando cualquier enciclopedia del género (impresa o digital) guarda sus mejores caracteres y parabienes para «Rumours» (1977) o incluso para el poliédrico «Tusk» (1979), puede parecer casi anatema. Pero hagan un somero esfuerzo por rastrear la huella contemporánea de los Fleetwood Mac de mediados de los 80 en la actualidad, y hallarán decenas de pruebas de que su música debió imprimir más de una muesca en los discursos de aquellos adolescentes que hoy en día capitanean algunos de los mas granados proyectos de pop independiente a ambos lados del charco. En unos tiempos como estos, en los que Bon Iver, Iron & Wine o Destroyer están asumiendo sin sonrojo alguno (y con excelentes resultados) el legado de algunos de los más aprovechables prohombres que eran santo y seña de las FMs y las rotaciones de videoclips de la MTV (Robert Palmer, Peter Gabriel o Bruce Hornsby & The Range), no es de extrañar que el influjo de los Fleetwood Mac tardo ochenteros se haya hecho notar en las últimas temporadas, en ocasiones de forma confesa, en la música de Ladyhawke, The Week That Was, Magic Numbers, Florence & The Machine, Beach House, Midlake y decenas más que ahora mismo se nos escapan.

Y es que, se mire como se mire, «Tango in the night» era (es) un extraordinario disco. Sí, innegablemente marcado por esa sintética, lustrosa (y casi rayana en lo vulgar) producción tan de mediados de los años 80. Eso sí, sin llegar nunca a hundir a las canciones en el fango de lo ordinario. Un tratamiento similar, por buscar un paralelismo entre cientos, al que Thomas Dolby imprimió al «Steve McQueen» (1985) de Prefab Sprout, una colección de canciones cuya calidad, más allá de su envoltorio, es tan pétreamente innegociable que nadie osa discutir. Y algo de eso debería servir también para calibrar, más allá de prejuicios, un álbum como este. En el que el triángulo formado por Lindsay Buckingham, Christine McVie y una Steve Nicks casi en estado de gracia (un año de antes de editar el muy apreciable «The other side of the mirror») funcionaba a pleno rendimiento, poniendo al día esa particular concepción de pop adulto (es decir, pensado por y para cuarentones resabiados por el amargo sabor de divorcios y adicciones varias) que con tanto tino habían preconizado desde una década antes. Desde la apasionante ‘Big love’ (¿lo mejor que nunca ha hecho Buckingham?) hasta esa edulcoradísima ‘You & I part II’, que casi parece un villancico de lo más cheesy, pasando por el ritmo tribal de ‘Caroline’  o incluso ‘Family man’ (la licuada influencia del moderado africanismo de Peter Gabriel o del fracturado sentido del ritmo de Kate Bush por aquel entonces), el aparatoso pero entrañable rock ultracomercial de ‘Isn’t it midnight’ o el elegante y seductor vuelo FM de ‘Seven wonders’, ‘Little lies’ o ‘Welcome to the room… Sara’, piezas a las que ni siquiera su incesante emisión en cadenas radiofónicas de oldies puede desgastar. En definitiva, pop resplandeciente, brillante, fulgurante, indisimuladamente comercial. Uno de los álbumes más representativos de lo que fue la segunda mitad de los 80, para lo bueno y para lo malo. Espectacular en el mejor sentido de la palabra. En su escucha, repetida una y cien mil veces, no hay placer culpable. Hay solo placer del bueno.

Anterior entrega de Operación rescate: The Notting Hillbillies.

Artículos relacionados