El oro y el fango: Otro año que se va

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«Condensar la creatividad en tales listados es simple banalización deportiva, y en cuestiones artísticas, las clasificaciones deberían importar poco»

El oro y el fango cierra el año con Juan Puchades explicando porqué no le gustan las listas que condensan lo mejor del año, tan habituales en estas fechas.

 

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

 

Se acaba un año. ¿Momento de reflexionar sobre lo acaecido durante los últimos 365 días? ¿De hacer firme propósito de enmienda? ¿De elaborar planes de futuro? Tal vez de todo (durante unos instantes, que tampoco hay que abusar), o de nada si eres de lo que creen que los cambios de año reales tiene lugar en septiembre, con el retorno a la actividad tras el temible verano; o más personal, si opinas que el ciclo natural cambia el día de tu cumpleaños (el que marca inexorable tu edad física).

Sea como sea, un año funesto se consume (y el que se avecina parece que no será mucho mejor). Los medios tienen a bien recordárnoslo en los insufribles resúmenes que se prodigan por doquier. Una plaga. Como plaga son las temidas y muy socorridas listas de lo mejor del año. Generalmente, las ojeo brevemente: me dan igual, no me importa demasiado saber qué es «lo mejor»; no hay perspectiva suficiente para evaluar comparativamente el valor real de una obra creativa (que es a lo que me refiero, discos, particularmente) en tiempo casi real: lo que hoy nos ha deslumbrado, quizá en dos años ni lo recordemos; y al revés, aquello que pasamos por alto, puede elevarse a los altares. Además, estas listas temporales tienen mucho de brindis al sol: nadie ha escuchado todos los discos para sentenciar cuáles son los mejores, y siempre estaremos, por tanto, antes visiones parciales, definidas por la línea editorial de cada medio. Por otro lado, condensar la creatividad en tales listados es simple banalización deportiva, y en cuestiones artísticas, las clasificaciones deberían importar poco, que cada cual es muy libre de dejarse seducir por aquello que crea conveniente. De hecho, cuando me piden que seleccione cuál ha sido a mi entender el mejor disco del año, sufro enormemente y, generalmente, tiro de corazón más que de raciocinio.

Definitivamente, no creo en las listas anuales. Otra cosa son las que se adscriben a periodos más amplios (decenios, pongamos por caso) o estilos y siempre desde la más completa subjetividad del que la elabora, que los consensos en esto tampoco parecen muy recomendables, pues tienden en exceso a cumplir el expediente de lo políticamente necesario o correcto, prefiero los cánones personales (y cuanto más, mejor). Los mismos artistas tendrían que mantenerse ajenos a estos balances anuales, pero cuando se sitúan en las primeras posiciones, ufanos no tardan en hacerse eco mediante las correspondientes notas de prensa, destacando el hecho cual testimonio de su triunfo (¿atlético?). Y deberían moderarse pues, puede suceder, el año próximo, su nueva criatura quizá no haya lista que la incluya… y no habrá nota de prensa haciéndose eco: «El nuevo disco de X no lo recoge ninguna lista de lo mejor del año». Ese sería un excelente comunicado de prensa, honesto y valiente, quizá incluso un brillante reclamo comercial dejando caer que tu disco es bueno aunque ningún medio haya sabido apreciarlo. En todo caso, se comprende: quizá una posición alta en una lista pueda darle nuevos bríos a un disco publicado hace meses (que en estos días de penuria, no viene nada mal), y, desde luego, supone un rico alimento para la vanidad del «premiado».

Listas al margen, mucho más preocupante es cómo sobreviviremos a 2012, un año que parece, de nuevo, a muchos los llevará a rodar por el precipicio del paro, de la pobreza, de la escasez. Sin distinción (bueno, de determinadas rentas hacia abajo, que ya sabemos cómo funciona esto), todos podemos caer en él, así que, una vez más, tendremos que arrimar el hombro de la solidaridad más próxima e inmediata, esa que tiene cara, nombre y apellidos, la de familiares o amigos que pueden verse en dificultades. Los tiempos están bien jodidos y no hay demasiado lugar para el optimismo. A esto nos han llevado. En todo caso, ojalá podamos doblegar la terca realidad y el año sea feliz para todos.

 

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Anterior entrega de El oro y el fango: Hay que diseñar los discos del futuro (que ya es presente).

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