Extravagante: Bebu Silvetti

Autor:

«Soul instrumental a mitad camino entre el original oro negro afroamericano y las más acrisoladas esencias del easy listening»

Bebu Silvetti
«El mundo sin palabras de Bebu Silvetti»
Hispavox, 1976

Una sección de VICENTE FABUEL.
Aquí con todos ustedes, y a sabiendas de la pequeñez de este rescate, un preciso ejemplo de lo que fue un inmaculado músico profesional en lídes musicales en peligro de extinción, Bebu Silvetti (1944-2003). Arreglista con mayúsculas, compositor, pianista y camaleónico productor todo terreno capaz de hacer cualquier trabajo con dignidad, y al tiempo un desconocido para el gran público a pesar de haber producido discos y discos con ventas superiores a los diez millones de ejemplares. Desprovisto del más mínimo sentido de aura artística, músicos (o personajes) como este argentino ya desaparecido, son los que despiertan instantáneamente las simpatías del aficionado cabal.

Silvetti aterrizó por estos lares a mitad de los años 60 con apenas 20 años de edad, formando enseguida el combo de música soul Yerba Mate tras haberse fogueado como pianista de jazz en clubes madrileños. A pesar de que varios de los singles que editaron fueron estupendos (en aquellas notables aproximaciones de género lucía como vocalista José Luis Tejada, más tarde en las mismas tareas con Barrabás), ¿librería soul, podríamos decir? Lo cierto es que las inquietudes de Bebu y su piano iban tras nuevos aires. Ese mundo adulto por el que pujaba un joven pianista de 24 años, probablemente quedó retratado en el aventajado disco ‘Mi amor fugaz’/ ‘Salta, corre y canta’ junto al vocalista Luis Sagnier, matrícula del prodigio: Sayton-1969.

Este asombroso disco (debilidad personal, permítanme) lo mostraba en un preciso punto intermedio entre Larry Harlow y un Ismael Rivera o un Bola de Nieve dependiendo de la hora y el pase nocturno del show. Vale, es posible que a cuatro amigos pudiese sonarles tremendo, pero concentrar toda esa energía (¿a quién se le ocurre?) en un modesto single de 7 pulgadas (¡a la mierda, pues, con él!), acabaría por abortar tan novedosa propuesta. Lástima que no hubiese un álbum entero, aunque ese disco retrataba como pocos lo que era una buena noche de farra, cargada y saturada, en la Barcelona cosmopolita y engagé de finales de década. ¿No sienten curiosidad de visitar esa calle?

Hablamos de un artista joven buscando su lugar en el sol, en una escena que cercenaba seriamente cualquier experiencia de pop adulto, de un país sobre el que, al llegar al matrimonio, las encuestas avisaban que el aficionado joven dejaba automáticamente de consumir música de forma vital. Por eso, si seguimos los pasos a este inestimable músico argentino se debe hablar de chocantes discos adultos como el perpetrado junto al conocido aristócrata don Jaime de Mora y Aragón (Ekipo, 1968), y en el que, además de otras audacias, destacaba la humillación que sufría el ‘Moon River’ en voz de aquel extravagante vividor hermano de la Reina Fabiola de Bélgica. O de este otro cautivador álbum de su vocalista Luis Sagnier, quizás sin demasiado bagaje musical, pero a la sazón, Marqués de Semenat, Conde de Munter y propietario del mítico club Pub 240 donde este disco se grabó en directo rodeado de amigos como los que muestra su portada: Dalí y su musa del momento, la modelo Silke Hummel, Tete Montoliú, un raro Serrat con barba, Peret, el boxeador Legrá o el mismísimo autor del dibujo de portada, el excelente historietista, ilustrador y pintor Luis García Mozos. El olvidado disco era “Una noche en Pub 240” (1974), ahí lo tienen al lado.

En definitiva, a lo que vamos, se habla de que ya pudiese dar las vueltas que diese, que no le quedaba mayor opción a Bebu Silvetti que entrar en la factoría Hispavox, aquel legendario emporio renacentista de sofisticación y buen gusto aplicado al pop español, y en donde nuestro invitado hubo de atarse los machos porque de ahora en adelante iba a debutar y codearse en un sello discográfico que contaba (o había contado) con los más grandes del género: Gregorio Gª Segura, Augusto Algueró, Manuel Alejandro, Waldo de los Ríos (bajo su nombre o con el pseudónimo de Frank Ferrar), Miguel Ramos o Rafael Trabucchelli. El ilustre disco que nos ocupa sería su debut en el sello (1976) y encarna la época en que Silvetti intenta su aventura más personal y que curiosamente lograría un merecidísimo éxito internacional. Músicos como Van McCoy o los maestros americanos del Philadelphia Sound admiraron el vigor y la delicadeza de su trazo, de ese sofisticado soul instrumental a mitad camino entre el original oro negro afroamericano y las más acrisoladas esencias del easy listening mostradas por el indispensable Alfonso Santisteban. Solo valorando su trabajo como arreglista y compositor para el sello norteamericano Salsoul Records y este cosmopolita “El mundo sin palabras de”, solo por eso, Bebu Silvetti se convirtió en el nuevo gran epígono del género.

El álbum contenía el corte más popular de su carrera, ‘Lluvia de primavera’, irresistible mezcla cañí de cuerdas Philadelphia y whah whahs cortados según el patrón de “Shaft” (Isaac Hayes), que remezclada meses más tarde por Tom Moulton iba a cosechar un tremendo éxito internacional. Editado en los USA por Salsoul Records, llegó a ser uno de los temas más bailados en las discotecas de medio mundo Pero el resto del álbum mostraba cómo se trabajaba en la mansión de la abundancia, esa casa de los talentos en la calle Torrelaguna de Madrid, que era donde estaban los estudios de grabación del sello Hispavox. Bajo la producción del majestuoso Rafael Trabucchelli, que además se dignaba y cedía un tema propio, el sugestivo ‘Fin de Semana’, el disco se apoyaba en cuatro circundantes variaciones de ‘Lluvia de primavera’, aunque usando como títulos el resto de estaciones (verano, otoño e invierno), pero sobre todo contaba además con el verdadero «highlight» del disco, su imponente ‘Contigo’, definitiva composición propia (sin palabras, solo voces femeninas entre el scat y el dabadabadá) que un año más tarde cedería a Paloma San Basilio, consiguiendo ambos una de las marcas más exquisitas para un sello, Hispavox, que a esas alturas ya andaba sobrado de ellas. Un auténtico «must», oscuro y sensual, coronando un disco y a un músico extrañamente lúdico, un gourmet musical mundano y cosmopolita al que adjetivos como refinado y lascivo parecían encajar como un guante. Sinceramente, no se me ocurre nada mejor para definir al gran Bebu.

Anterior entrega de Extravagante: Los Amaya.

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