Libros: «Diarios (Segundo volumen 2004-2007)», de Iñaki Uriarte

Autor:

«El periodista vasco transita por memorias personales, estética literaria, comentarios de actualidad y relaciones familiares. Pequeños apuntes expuestos con un estilo ligero y con la dejadez socarrona del descreído»

Iñaki Uriarte
«Diarios (Segundo volumen 2004-2007)»
PEPITAS DE CALABAZA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Desde que hace algunos meses comentamos aquí los «Diarios» de Iñaki Uriarte, éstos han conseguido dos premios prestigiosos: el Euskadi de Ensayo y el Tigre Juan. Ello habla bien a las claras de la sorpresa que ha causado, de la calidad de sus páginas y su difícil adscripción a un género determinado. Como siempre, los diarios son entre todos los géneros autobiográficos los que más libertad demandan, los que pueden discurrir por cualquier camino. Y así, en los suyos, el periodista vasco transita por memorias personales, estética literaria, comentarios de actualidad y relaciones familiares. Pequeños apuntes expuestos con un estilo ligero y con la dejadez socarrona del descreído que –¿por qué no?– aún está a tiempo a veces de exaltarse y emocionarse. Todo envuelto, eso sí, en luminosa lucidez.

El marco temporal abarca los años que van de 2004 a 2007, así que entra de pleno en las cuestiones sobre el 11-M, aunque el análisis de la situación no resulta ni vibrante ni especialmente original, datos del momento, simplemente. Más interés tienen sus relaciones con personajes famosos –los cita como un cameo en una película, nos dice– o el recuerdo de primeras experiencias, Fernando Savater, Letizia Ortiz o el LSD aparecen pintados de una especial brillantez, aunque su aparición sea fugaz.

Tanto interés como los personajes reales tiene la literatura. Una excursión al Mont Ventoux le recuerda a Petrarca y su ascensión, dedica páginas sueltas a estudiar el valor vital de las novelas o se pregunta casi al azar por la literatura clásica. También las precisiones de estilo pertenecen a este apartado, la defensa de un léxico reducido al de uso para las tareas literarias o los objetivos de utilidad y diversión enfrentados en el tránsito de la escritura. Todo apuntado con breves anotaciones.

En último lugar, el texto se sostiene también con imágenes recurrentes: las de su gato Borges, las de veraneos en Benidorm –presentes y pasados– y la de su adorado Montaigne –“el libro más importante de mi vida”, señala–. Pero si algo destaca con especial detalle, si en algo se transparenta cuidado en la expresión, es el pequeño relato inmerso en el que investiga sobre la pensión que regentaba su abuelo en Nueva York, hospedaje de todos los artistas y personajes hispanos a su paso por la ciudad. Hasta de un Rubén Darío ya acabado, en 1915. Aunque solo sea por esas páginas, merece la pena enredarse en el libro.

Anterior entrega de Libros: “Ínsula Avataria”, de Luis Besa.

Artículos relacionados