Lo que hay que tener: Scratch & The Upsetters

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«Envolventes piezas atmosféricas, hipnóticos efectos de sonido, coros repetitivos, ritmos orgánicos, circulares, siempre imprevisibles, un formidable magma sonoro cuya escucha aún hoy produce vértigo y fascinación»

Scratch & The Upsetters
«Super Ape», 1976
MAGO/ISLAND

 

 

Una sección de LUIS LAPUENTE.

 

 

En la historia de la música popular del pasado último medio siglo hay un capítulo especialmente interesante y decisivo reservado a un puñado de pequeños grandes estudios de grabación que produjeron discos de un extraño magnetismo, que abrieron caminos inéditos y se consagraron como auténticos islotes de creatividad, portentosos, insólitos, mágicos. Fue el caso de los estudios Sun Records en Memphis, donde se sitúa la cuna del rock and roll; de los estudios de Motown, Stax y Muscle Shoals, que ejercieron de soberbios catalizadores del soul de los años sesenta; o de los Fame de Filadelfia, uno de los templos de la disco-music de los setenta. En Jamaica, el caso más paradigmático fue el de los legendarios Black Ark, situados en Washington Gardens, en Kingston, dirigidos por uno de los pocos genios que produjo la música del siglo XX, el único e inimitable Lee «Scratch» Perry.

En Black Ark se urdieron, de la mano de Perry y de su mítica orquesta de la casa, The Upsetters, algunos de los discos más importantes del Planeta Reggae, cumbres inigualadas del género como «Heart of The Congos» (The Congos), «War ina Babylon» (Max Romeo), «Police and thieves» (Junior Murvin) o las numerosas antologías de singles y rarezas («Arkology», «Black arkives», «Open the gate», «Build the Ark») editadas posteriormente. Y, por supuesto, los tres álbumes que supusieron la cumbre artística de Lee Perry & The Upsetters: «Super Ape», «Return of the super ape» y «Roast fish and cornbread».

«Super Ape» apareció originalmente en 1976, acreditado a The Upsetters y con el título «Scratch the Super Ape». En la portada, el dibujo de un gran mono a lo King Kong, arrancando un árbol con su mano izquierda y sosteniendo un enorme canuto de ganja en la derecha, la típica imaginería de las producciones del Perry de la época, tan delirante y original como la música que prologaba. La orquesta, una de las mejores que pueda imaginarse, ya sin los hermanos Aston y Carlton Barrett (emigrados a The Wailers), pero con una sección rítmica de ensueño (capitaneada por el bajista Boris Gardener, el percusionista Michael Richards y el guitarrista Earl «China» Smith) y unos vientos imponentes (dirigidos por el grandísimo Bobby Ellis).

La música, una vibrante exaltación del dub según el libro de estilo de Lee Perry: canciones que luego servirían de base para otras de Max Romeo o Prince Jazzbo, voces en la penumbra de diversos iconos negros (el propio Perry, James Brown, Prince Jazzbo, The Heptones majestuosos en la selvática ‘Super Ape’), envolventes piezas atmosféricas, hipnóticos efectos de sonido, coros repetitivos, ritmos orgánicos, circulares, siempre imprevisibles, un formidable magma sonoro cuya escucha aún hoy produce vértigo y fascinación. Como si a un ciudadano del siglo XVIII le hubieran enseñado el mejor cuadro de Van Gogh.

Anterior entrega de Lo que hay que tener: The Velvet Underground.

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