El disco del día: Wilco

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«Suma de tantas influencias, caminos, intenciones, alcoholes y elixires, el disco agita variados comodines. Su intención de musicar los colores del crepúsculo, de engendrar belleza lejos de los caminos habituales»

Wilco
«The whole love»
DBPM

 

 

Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

El artista roe, con la navaja de pelar fruta, el día a día. Desembarca en playas lejanas, quizá tratando de encontrar tesoros. Así al menos entiende la música Jeff Tweedy. Alma de Wilco. Experto en bracear por múltiples estilos sin acartonarse. Decidido a que vanguardia y clasicismo, juego y seriedad, polución y belleza, ruido y miel, conjuguen en su paleta. A diferencia de muchos de sus seguidores, prefiero su veta menos «avant-garde». De entre sus discos, mi favorito es «Mermaid avenue». Acaso porque en aquella ocasión, manejando textos inéditos de Woody Guthrie, compartieron los mandos con mi amado Billy Bragg, príncipe de los poetas eléctricos. Obras tan reverenciadas como «Yankee hotel foxtrot» o «A gosth is born», aún aplaudiendo su monumental ambición, su indisputable brillo, su psicodelia experimental, me dejan, lo siento, un poco frío. Lo cual no signica que el versátil Tweedy sea un fulano absorto por sus fantasmas, como demuestra la empática producción que le brindó a Mavis Staples en el magnífico «You’re not alone», apabullante canción homónima incluida.

Con «The whole love», la formación de Chicago retoma todas su bazas. Manteniendo una formación estable desde hace varios años, circulan por el pop alternativo, chirriante, de ‘I might’. Juegan al ruidismo artie, atmosférico, casi progresivo, en la turbulenta ‘Art of almost’. Demuestran su querencia a dibujar sinfonías en ‘Dawned on me’. Rinden tributo a los Beatles en ‘Capitol city’ y ‘Born alone’, tan George Harrison, con esa slide cristalina y ese estribillo oscuro. En cualquier caso, bruto que soy, tan poco sofisticado como nulo candidato a «hipster», los prefiero cuando aparcan la colección de discos y no parecen empeñados en demostrar su vasta cultura, su virtuosismo cool. Cruje el reproductor, en suma, cuando se ponen las gafas de otear tormentas, empuñan la acústica y abrazan fórmulas, digamos, añejas. Casi olvidadas desde los tiempos de Uncle Tupelo o «A.M.» Por ejemplo en la tremenda ‘One sunday morning’, con sus doce minutos que pasan extasiados, y que por momentos recuerdan a aquellos Palace Brothers. ‘Black moon’ recupera esencias de alt-country para dibujar un paisaje en el que bien podríamos encajar al Leonard Cohen de principios de los setenta. ‘Open mind’, un lamento entre el folk y un estilizado Hank Williams, recuerda las virtudes de un combo que ha recorrido mil etapas sin renunciar a ninguna, reactivos a practicar la arqueología mientras facturan una pieza que llora a fuego lento.

En «Living in the material world», Olivia, viuda de Harrison recuerda a su marido extasiado frente a un atardecer en technicolor. «¿Lo ves?» le dijo, «es lo que quiero hacer». Sin duda el polo Beatle más cercano a la sensibilidad Wilco, pensé en Harrison mientras escuchaba «The whole love». Suma de tantas influencias, caminos, intenciones, alcoholes y elixires, el disco agita variados comodines. Su intención de musicar los colores del crepúsculo, de engendrar belleza lejos de los caminos habituales. Felices por el camino recorrido, en posesión de una madurez bien macerada, ciertamente no practican el tipo de música que prefiero, o al menos no con la regularidad que exijo a quienes mejor exprimen mis debilidades, pero reconozco que su alocada tristeza sigue, casi veinte años después, igual de enigmática y poderosa. La inevitable subjetividad de mis caprichos no me impide celebrar su grandeza.

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